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Reportaje:Las dificultades de la convivencia | Revuelta juvenil en Alcorcón

Las dos mitades de la hoguera

Los dos grupos de adolescentes enfrentados, uno español y otro latinoamericano, se disputaban la misma plaza de Alcorcón

Antonio Jiménez Barca

Mide uno sesenta y tiene cara de listo. Sonríe todo el rato. Los demás le llaman por un mote que él pide que no aparezca por temor a sus antiguos colegas. Hasta hace un mes, este chaval de 15 años salía con el grupo de adolescentes latinoamericanos que ahora ha desaparecido de las calles de Alcorcón; el chico va ahora con los otros, con los españoles. "Le tienen por un traidor y cuando lo encuentren...", ríe uno de los adolescentes, con la gorra a contrapelo y la sudadera cuatro tallas mayor.

"Yo era el único español que paraba con ellos", cuenta el chico. "No eran Latin King pero conocían a Latin Kings de Aluche. Eran de un grupo llamado Forty Two [cuarenta y dos, en inglés]. Le daban mucho al alcohol. Es verdad que cobrábamos por usar las canchas de deporte de esta plaza y de otras", explica.

"Antes iba por Maestro Victoria sin miedo. Ahora no", dice un joven español

La plaza a la que se refiere es la del Maestro Victoria, el escenario de todos episodios del brote de violencia racista que ha sacudido esta localidad, de 175.000 habitantes, a 20 kilómetros del centro de Madrid. El resto de la ciudad parece mantenerse al margen, como si el foco polémico se circunscribiera exclusivamente a estas cuatro esquinas. Aquí, en esta plaza, han convivido los dos grupos antagonistas de adolescentes durante meses; de un lado, las decenas de latinoamericanos que ocupaban las canchas de baloncesto; cerca, en la entrada del centro joven de la Concejalía de la Juventud, los españoles.

"A veces", prosigue el chaval de la cara de listo, "si nos daba por ahí, y veíamos a uno con un móvil, pues se lo quitábamos, y otras íbamos contra los punkis de allá abajo y nos pegábamos con ellos".

Uno de los adolescentes españoles que le escucha asiente: "¿Ves? Por eso no los queremos: latinos, exterminio".

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"Pero no todo era malo", replica el otro: "Todos teníamos que dar un dinero al grupo. Y se planeaba lo que íbamos a hacer el fin de semana para no estar todo el tiempo aquí, en la plaza, e íbamos al parque de atracciones o a sitios así. Me quité porque no quería movidas, y porque mi madre y mi hermano estaban a punto de enterarse".

Aquí, en esta plaza, el viernes 19, ocurrió la pelea entre integrantes de los dos grupos, origen del disturbio, en la que uno de los españoles salió con la cabeza abierta; aquí, un día después, más de 80 españoles se congregaron debajo de la casa de dos dominicanos con la intención de vengarse a palos. "Quedamos a las seis para darles de hostias", dicen, orgullosos, en la puerta del centro joven. Rompieron el cristal del portal. Los dos dominicanos necesitaron salir escoltados por la policía. La familia huyó. La casa sigue vacía.

Y a esta plaza acudieron, esa misma noche, horas después, en una espiral cada vez más enloquecida, grupos de jóvenes latinoamericanos -muchos venidos de Madrid- en busca, a su vez, de venganza. Sin más ni más, apuñalaron seis veces en la espalda a Julio González, un vecino de 27 años que se disponía a salir de copas.

Al día siguiente, el domingo, hace exactamente una semana, fueron ya casi 1.000 los jóvenes españoles que se congregaron en las inmediaciones de la plaza para vengarse de nuevo.

A lo largo de la semana la plaza se ha llenado de periodistas y de policía. Las canchas de baloncesto, ocupadas hasta hace días por los latinoamericanos, están vacías. Los jóvenes inmigrantes están recluidos en sus casas por miedo. Los jóvenes españoles siguen en el mismo sitio: pegados a la pared llena de graffiti del centro social.

Cuando les enfoca una cámara se tapan la cara con pasamontañas o con las capuchas. Se envalentonan. Hacen gestos desafiantes. Sin cámaras se quitan la capucha de la cara e intentan explicarse y justificarse: "Ellos empezaron, cobrando por las canchas, llevando armas. Están pinzaos [locos], Ya había habido líos antes. Estábamos hartos de ellos", dice uno de los jóvenes, sin querer dar su nombre.

Tienen alrededor de 17 años. Casi ninguno ha terminado la ESO. La policía los define como "macarrillas de barrio". La mayoría está en aulas de adultos o escuelas-taller. Otros trabajan: de repartidores, de reponedores en supermercados. O no hacen nada excepto ver pasar el tiempo apoyados en la pared de la plaza. Toda la tarde. Les gusta la música reageton, house y el bakalao, y la ropa deportiva y ancha. No salen casi nunca de Alcorcón. En todo esto coinciden con sus enemigos los latinoamericanos, que visten igual y oyen la misma música.

Dos trabajadoras sociales del centro, que conocen bien a los adolescentes de los dos bandos, aseguran: "No son tan malos. Lo que ha pasado ha sido puntual. Ha habido veces que hasta los hemos visto jugar al baloncesto juntos. Esto se ha sacado de madre. Si dejan las cosas parar, se apaciguará todo".

Pero desde las puñaladas del sábado y la concentración del domingo, nada es lo mismo para algunos alcorconeros. David, de 17 años, estudiante de ESO, conoce a los chicos encapuchados del centro social, aunque no pertenece al grupo. Tampoco tiene amigos latinoamericanos. No se ha visto involucrado. "Fui a lo del domingo para ver. Puede que hubiera algo de racismo, pero yo creo que lo que más había era venganza, ganas de defenderse, estábamos hartos de los abusos de los latinoamericanos de las canchas. Luego vienen cuatro fachas y flipan con esto y se aprovechan", añade. Después añade, muy serio: "Antes cruzaba por Maestro Victoria sin miedo. Pero ahora ya no paso por ahí, por si vuelven los latinoamericanos".

Dos madres latinoamericanas, Liliana Cevera, de 31 años, y Yakeline Tapia, de 26, piensan lo mismo y evitarán la plaza por temor a los españoles.

La que estará siempre en Maestro Victoria es la camarera del centro social. Soporta los hurtos de los jóvenes españoles, que a veces, en un descuido, se llevan sin pagar botes de cerveza, o se encienden chulescamente un porro en el interior del local. Asegura que están muy solos: "Tanto unos como otros. Sus padres deberían ocuparse más de ellos".

Esta mujer fue la primera persona que atendió a Julio González cuando llegó por la puerta de atrás, gritando, con seis cuchilladas en la espalda. Lo tumbó en el suelo. Le taponó las heridas con el papel higiénico que utiliza para secar los vasos y llamó a la policía.

Se llama Doris Juárez, tiene 34 años, vive en Alcorcón con su marido y sus tres hijos. Es ecuatoriana.

Patrullas del Cuerpo Nacional de Policía impedían el viernes pasado una concentración no autorizada en favor de la convivencia.
Patrullas del Cuerpo Nacional de Policía impedían el viernes pasado una concentración no autorizada en favor de la convivencia.CLAUDIO ÁLVAREZ

"Esto no es Saint-Denis"

El alcalde de Alcorcón, Enrique Cascallana, del PSOE, terminaba una entrevista en la radio así: "Esto no es Saint-Dennis", aludiendo a los disturbios que sembraron la periferia pobre de París de miles de coches quemados en noviembre de 2005.

Es cierto. La ciudad de Clichy-sous-Bois, epicentro y origen de la revuelta francesa, de 28.000 habitantes, tiene una tasa de paro del 40%. La de Alcorcón, de 175.000 habitantes, no llega al 6% (la media nacional se sitúa en el 8,3%).

La localidad francesa está considerada un gueto, es decir, una ciudad casi poblada exclusivamente por inmigrantes. En Alcorcón sólo constituyen el 15%.

En la localidad francesa sólo existía una biblioteca pública y un polideportivo (que además ardió en los disturbios). Los alcorconeros, disponen de seis escuelas públicas de artes y seis bibliotecas. A Clichy-sous-Bois se accedía exclusivamente en autobús. A Alcorcón llega el metro y el tren de cercanías.

Otra diferencia: La Banlieue parisina está poblada de franceses, hijos y nietos de inmigrantes, que se sienten amargamente discriminados. En Alcorcón (en España), los hijos de los inmigrantes están todavía en el instituto, en la escuela o en la guardería.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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