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Reportaje:

"¿Por qué me queréis?"

663 niños, en su mayoría con carencias afectivas, residen con familias de acogida bajo la tutela de las tres diputaciones

Hasta hace bien poco, Marisa, que ahora tiene 11 años, era incapaz de llorar y de entender cualquier muestra de cariño. "¿Por qué me queréis?", preguntaba a sus padres y hermanos de acogida poco después de instalarse en su casa, hace dos años. "Ha sido una niña no querida", explican Luis Miguel Bayón e Izaskun Ugarte, los cabezas de su familia no biológica. Hoy, ya no se bloquea cuando siente la necesidad de expresar sus sentimientos. Ha dejado también de amenazar con marcharse "al piso" cuando le llevan la contraria en casa. "¿Podré quedarme cuando cumpla los 18?", dice. Marisa, nombre ficticio para una historia real, ya se siente querida. Es uno de los 663 menores tutelados por las tres diputaciones que viven en familias de acogida.

La Diputación guipuzcoana reconoce la dificultad de integrar a grupos de hermanos

"El acogimiento familiar es el mejor recurso para satisfacer las necesidades emocionales de los niños, porque se hace de forma individualizada", dice Bárbara Torres, doctora en Psicología y profesora del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Universidad del País Vasco. "Los patrones de comportamiento que reciben de las familias son mucho más normalizadores que los que puedan recibir en un acogimiento residencial, por mucho que los educadores sean profesionales", apunta Margarita Pardo, responsable de la Sección de Infancia de la Diputación de Guipúzcoa. "Se establecen relaciones muy intensas y llenas de cariño que hacen mucho bien a los niños", añade.

Marisa, lista y buena estudiante, supone un claro ejemplo. Su vida no fue precisamente un camino de rosas hasta que cayó en casa de Izaskun y Luis Miguel. Sus padres biológicos tuvieron suficiente durante un tiempo con sus propios problemas de drogadicción como para enfrentarse a la educación de una hija. Hoy, cuando ya se hallan recuperados, no pueden hacerse cargo de ella por "algunas carencias" que nadie concreta para evitar hurgar en las heridas de la menor. Hace dos años, la Diputación, encargada de la tutela de la niña, buscaba una familia que le atendiese y la encontró.

"Nuestra situación social era estable y queríamos hacer algo por cambiar el mundo. Y teníamos claro que a la vuelta de la esquina hay gente muy necesitada", explica Ugarte. Vieron un anuncio del programa de acogimiento de la Diputación, hablaron con sus dos hijos biológicos -que ahora tienen 23 y 20 años-, y se decidieron a participar en el mismo. Los trámites se alargaron durante meses. Primero fueron los estudios de la Diputación, después la aproximación progresiva a la niña, que se hallaba en un piso de acogida. Hasta que al final, se trasladó definitivamente con todas sus maletas. "Es una chavala muy viva y estaba muy ilusionada. Los primeros meses fueron muy buenos, como cuando llega un invitado a casa", apunta Bayón. "Luego, poco a poco, empezó a descubrirse, a sacar sus miserias y a rebelarse. A menudo, cuando le llevábamos la contraria, nos amenazaba: 'Me voy al piso'. Y para nosotros era como si se nos cayera una losa encima". ¿Nunca pensaron en renunciar? "Decirlo sí, pero pensarlo nunca", asegura ella. ¿Cómo se solucionó? "El tiempo y el cariño lo han solucionado. La hemos tratado como a nuestros hijos. Eso sí, siempre dejándole claro que tiene unos padres, aunque ahora no puedan estar con ella". Su entrega no es cuestión de heroicidad, apunta su marido: "Me llena de satisfacción ver lo que se puede hacer por una chavala que es buena con un poco de esfuerzo".

Las diputaciones apuestan por esta fórmula de acogimiento, la del cariño, cuando fracasan los "recursos de preservación familiar" y se hace necesaria la separación de los niños de sus padres. "Si por razones insostenibles deben salir de casa se potenciará en primer lugar que se queden, a ser posible, en el entorno familiar cercano", indican fuentes de la Diputación alavesa. La familia ajena se plantearía como segunda opción y en último lugar, el acogimiento residencial.

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En Euskadi viven 1.013 niños tutelados por las instituciones forales, si se excluyen los menores extranjeros no acompañados: 663 residen en familias y los 350 restantes viven en centros. Aún no están cubiertas todas las necesidades. "Sobre todo, tenemos dificultades para integrar a grupos de hermanos", explica Pardo. En Guipúzcoa -sólo esta Diputación ha precisado todos los datos-, 22 niños esperan una familia.

Hay otras cifras y son mucho más esperanzadoras. En esta provincia, según los datos de 2005, sólo el 6,5% de los acogimientos fracasa y cuando lo hace es básicamente por conflictos de lealtades (excesiva injerencia de la familia biológica), dificultades en la etapa evolutiva del menor o problemas derivados de la convivencia. Por contra, el 86% de los jóvenes acogidos permanece con su nueva familia al cumplir la mayoría de edad. Marisa, que antes amenazaba con volver al piso, ahora pregunta a sus padres de acogida: "¿Podré quedarme cuando cumpla los 18?"

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