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Reportaje:TEATRO

El espectro de Barrimore

Javier Vallejo

Aveces a los actores les pasa en la vida lo mismo que les está pasando en escena! El teatro adquiere entonces calidad psicodramática y el intérprete habla con conocimiento de causa. No tiene que ponerse en la piel de nadie, está en carne viva. Algo así sucedía con Lola Herrera en Cinco horas con Mario. Odio a Hamlet, de Paul Rudnick, en la que Juan Pastor dirige en Madrid a la compañía Guindalera, es una comedia ligera, sin pretensiones, pero con tres momentos importantes. A Andrew, su protagonista, actor televisivo, le va viento en popa. Lillian, su representante, ex actriz más vieja que Matusalén, le ha conseguido un papel en el festival de Central Park. Nada más y nada menos que Hamlet. Andrew jamás ha hecho teatro: se le contrata por su fama. Con él llenarán, aunque no de pie con bola. Rudnick nos lo presenta junto a su novia y una vendedora de apartamentos, visitando uno que resulta que perteneció a John Barrymore. Dreidre, la novia, cree que no es una coincidencia: Barrymore (1882-1942) fue un Hamlet poético, arrebatado, uno de los mejores de la historia. Su espíritu, piensa, podría indicarles el camino de una buena interpretación. Persuadido por su chica y por Lillian, que de joven pasó una noche tórrida con el divo, Andrew acepta invocarle.

Barrymore se le aparece sólo

a él: las mujeres no pueden verle. Y comienza a darle lecciones. La primera, olvidar el método Stanisberg y trabajar con la fuerza emocional de diez hombres. "Yo no sobreactúo. Soy una multitud", ruge. Rudnick ronda la diana con esta escena, pero hay dos, al final, en las que da de lleno. En la primera, Andrew, tras fracasar estrepitosamente en Central Park, recibe una recompensa inesperada. Dreidre, célibe a sus 29 años, decide, por fin, acostarse con él. "Mientras te miraba anoche en el escenario, me decía: 'Ha puesto su alma en esto por mí'. La gente carraspeaba... ¡y tú seguías! Entonces pensé: '¿Quién es un héroe?'. El que intenta hacer lo correcto a pesar de imposibles probabilidades".

Andrew extrae otra lección de su naufragio: la televisión nunca le dará lo que el teatro. "Anoche", le explica a Barrymore, "sabía que estaba fracasando. Mientras farfullaba versos, vi en la segunda fila a un chico que bostezaba y leía el programa. Sentí ganas de decirle: 'Estoy contigo: ¡No puedo soportar más esto! Todas mis preguntas se han contestado. No soy Hamlet, no soy actor, ¿qué estoy haciendo aquí?'. Entonces, llegué al gran monólogo bajo el cenital, y me dije: 'Al infierno, hazlo'... 'Ser o no ser...'. Cuando acabé, miré al chico... ¡me estaba escuchando! Y con él todo el público, en absoluto silencio. Fui Hamlet. Durante ese monólogo, lo conseguí. Sólo se me escaparon ocho mil versos".

María Pastor es una Dreide fresca y divertidísima. Josep Albert hace una buena aproximación a Barrymore: tiene empaque y está en un registro diferente al de sus compañeros. Raúl Fernández vive en carne propia el dilema de Andrew: le han ofrecido una teleserie, incompatible con el apretado calendario de esta compañía, de las pocas españolas estables. Completan el reparto Álex Tormo, Ana Alonso y Ana Miranda. Guindalera tiene una sala para 70 espectadores. Es un lujo mantenido con los ingresos de su programa de teatro en la escuela.

Odio a Hamlet. Madrid. Teatro de la Guindalera. Hasta el 25 de febrero.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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