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Arquitectura reaccionaria

Tenemos una nueva enfermedad endémica: utilizar arquitectos estrella para justificar operaciones urbanísticas, sean o no lícitas. La base del problema, al margen de cuestiones legales, es que la contemporaneidad no se entiende, simplemente se compra. No se asimila la concepción vanguardista de la arquitectura, pero sí se utilizan estos nuevos y famosos arquitectos para valorar proyectos de mercadotecnia empresarial en el caso de edificios emblemáticos de oficinas, o justificar urbanismos especulativos en el caso de centros turísticos o urbanizaciones residenciales.

Hace unos días, Frank Gehry decía en la presentación de un tremendo hotel, en unos viñedos de La Rioja, que una de las cosas que le apasionaban de la arquitectura es que "con los edificios puedes tocar a la gente". Quizá fue un error de traducción y el touch que quería decir más bien impactar, se tradujo en tocar, porque, a menudo, lo que hace la arquitectura, más allá de tocarnos, es impactar y empujar de malas maneras. Pronto lo veremos, en esa nueva y fastuosa estación del AVE en el barrio barcelonés de Sagrera. Mientras, los trenes de cercanías siguen sin funcionar correctamente, como medio de transporte de la denominada Gran Barcelona. Se podrá decir que no hay relación entre una cosa y la otra, pero cuando se comparan los presupuestos de la nueva arquitectura y los del mantenimiento de estructuras ya no es tan fácil desvincular los dos hechos.

El error es pensar que la modernidad viene por las formas y no por las soluciones

En un artículo publicado por EL PAÍS, Joan Subirats nos narraba hace poco, con irritada perplejidad, como "una finca urbana de propiedad pública, de más de 50.000 metros cuadrados, pasó de dedicarse a viviendas de protección oficial, a una urbanización de lujo 'de carácter mediterráneo" (Jean Nouvel dixit). En el mismo artículo, nos explica como el arquitecto acalló las insidiosas preguntas de los periodistas sobre la posible corrupción, con un "he venido a hablar de arquitectura y nada más". También de Nouvel se está empezando a construir el llamado Parc Central en Barcelona en el cruce de la calle de Pere IV con la avenida Diagonal. Este parque vio como la policía arrasaba con las plantas cuidadas por los vecinos. Nouvel cogió la esencia de la reivindicación vecinal y el geranio será la planta predominante del parque. No es un chiste, es un "argumento arquitectónico" recogido en el proyecto.

Quizá el caso más paradigmático es el conjunto creado por Santiago Calatrava en Valencia, la llamada Ciutat de les Arts i les Ciències. Este arquitecto fue ninguneado durante años en su ciudad de origen y sólo se le ha recuperado convertido ya en una estrella mediática por sus obras en Europa. En realidad, su calidad arquitectónica no importa, lo importante es la capacidad de crear espectáculo. El Gobierno de Francisco Camps tiene pendientes multitud de causas de corrupción, quizá por eso sigue comprando vanguardia a golpe de talonario. El conjunto de Calatrava, poco más que una gran falla permanente, se justifica por el PP alegando que levanta el orgullo de ser valenciano. A Óscar Tusquets aún se le recuerda de la mano de Núñez y Navarro. Ahora está edificando un espectacular hotel en el conocido Miramar. En este momento ya está ocupando dos veces más terreno público de lo previsto. Ricardo Bofill está embarcado en un nuevo hotel de lujo para el muelle de Barcelona, en un litoral donde ya hay varios artificios arquitectónicos, como el Maremàgnum y el World Trade Center. En realidad, estos arquitectos funcionan como una multinacional. Es destacable que la mayoría, desde Rem Koolhaas hasta el mismo Nouvel, no sean los propietarios de sus estudios. El accionariado está formado a menudo por constructoras y otras empresas que utilizan la marca para sus negocios.

Ante esa situación, ¿que tienen que decir nuestros arquitectos? Pues básicamente parecen preocupados por la competencia de los grandes nombres extranjeros o nacionales, pero no por la presión inmobiliaria que ocultan las operaciones en las que participan o por la baja calidad de esa arquitectura fotogénica.

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¿Qué parte de responsabilidad tienen los arquitectos de la locura urbanística especulativa en la que nos vemos envueltos? Se podrá decir que, como profesionales, únicamente intentan hacer su trabajo lo mejor posible. Pero es innegable su responsabilidad en cuanto al efecto que sus edificios producen en el entorno. Un barrio histórico salpicado de rascacielos, un entorno rural jalonado de exhibiciones high tech, etcétera. ¿Hasta dónde debe llegar la libertad del arquitecto? Por supuesto, hay normativas, que salvo excepciones se cumplen. También hay una comisión de calidad en Barcelona, formada por expertos, arquitectos e historiadores. Quizá deberían extenderse su ámbito geográfico y sus atribuciones, porque cualquier consulta a la población descubrirá una sensación de maltrato y falta de respeto al entorno por parte de los arquitectos, quizá porque, como decíamos, la arquitectura nos empuja, más que nos toca.

Cabe preguntarse si hay una arquitectura de derechas. A tenor de lo que vemos en los medios de comunicación, que suelen colaborar gustosos, los edificios fotogénicos podrían ser la nueva arquitectura reaccionaria. Como siempre, la ciencia ficción suele pecar de inocente, imaginó megápolis con edificios de arquitectura neofascista como una especie de neoclasicismo sacado de escala para empequeñecer al ser humano. Pues bien, parece que la nueva arquitectura reaccionaria viene de la mano de formas sinuosas, pixelados de colores y deconstructivismo digital. Si eso es preocupante en iniciativas privadas, más lo es en actuaciones públicas. Parece que un arquitecto conocido exime al estamento público de generar un buen encargo que se ciña a las necesidades de uso y de servicio al ciudadano. El error es pensar que la modernidad, como garantía de calidad, viene por las formas y no por la resolución de los requerimientos funcionales. Y eso no niega la capacidad narrativa de la arquitectura, pero debemos ser conscientes de lo que se está diciendo con esos edificios, hemos de tener cuidado de no empujar en exceso al ciudadano.

Claret Serrahima y Óscar Guayabero son diseñadores.

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