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Su hijo único, Juan Ramón Jiménez

Andrés Trapiello

VEMOS EN este tomo, sí, que Zenobia se estaba muriendo, en medio de horribles sufrimientos físicos y morales (su mayor preocupación es cómo quedará asistido "mi hijo único J. R.", que unos días le propone suicidarse juntos y otros grita entre sollozos: "¡Quiero vivir! ¡Quiero vivir!"), pero advertimos que hasta el final fue lo que siempre había sido: un dechado de finura, solicitud y generosidad, virtudes de las que ni siquiera puede presumir, por ser consciente de estar destinada "más para la austeridad que para la holganza", en lo que según ella "no hay mérito alguno cuando se nace así". Y con la misma naturalidad escribe esos diarios (que Juan Ramón, por cierto, le pedía a veces que le leyera y que acaso porque pudo leerlos completos cuando Zenobia murió, escribió la desgarradora dedicatoria que quiso poner al frente de su obra: "A Zenobia de mi alma, que la adoró como la mujer más completa del mundo, y no pudo hacerla feliz")· Pero no, este diario lo desmiente: es un monumento de amor, escrito no tanto para hacer ostentación de él ante el mundo como para dar testimonio de en qué penosas adversidades personales e históricas un hombre excepcional y superior llevó a cabo la más lograda obra poética del siglo XX.

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