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Las olas mueren (Mundaka)

"Las olas mueren. Y cuando se retiran, es toda una economía la que se repliega con ellas". Con ese ineludible aroma poético que la lengua francesa imprime a la más prosaica de las crónicas periodistas arrancaba un artículo de Laure Espieu en la edición de 10 de julio del diario parisino Libération. Su título, Lágrimas de fondo. En Mundaka, las mareas vivas de septiembre han sepultado los llantos por la ola que se fue. El campeonato del mundo de surf regresa a la localidad vizcaína. Ha vuelto la ola de Mundaka. Y un repaso a la prensa internacional revela que no estábamos solos, que la nuestra era una angustia compartida.

El caso de la (no tan) misteriosa desaparición de una de las olas más famosas del mundo ha puesto de manifiesto la escasa preocupación por los (no tan) enigmáticos caprichos de las corrientes y las olas de una sociedad que se jacta de ser marinera. "Para una ola bonita, se necesita una conjugación de factores sabiamente dosificados", dice la periodista francesa. Y pasa a enumerar algunos de estos factores: una corriente fuerte que venga del mar abierto, una depresión marina frente a la costa, un fondo abrupto que eleve las aguas cuando el mar se acerca y choca con él a plena potencia, un relieve marino bien dibujado y una costa bonita que impriman a la ola su armonía, y viento del sureste o del suroeste.

El impacto económico de este deporte lo da el dato de que cada año nacen 500.000 nuevos surferos en el mundo
"Las playas desaparecen a un ritmo alarmante a causa de procesos naturales y de la intervención del hombre"

Esto es lo que los surferos buscaban contra las peñas de la isla de Izaro antes de que, en 2003, unos bárbaros extrajeran 287.000 metros cúbicos de arena y fango del Urdaibai para verterlo en la playa de Laga, taponando el cauce natural de la ría. Según los expertos, nos es fácil que la naturaleza nos provea del escenario propicio a las olas más codiciadas. "Mundaka es por ello una aberración, una extravagancia de la naturaleza", decía Olivier Plagnol en el diario Sud-Ouest de Burdeos.

Pero así es el destino (no tan) inevitable de las más discretas de las maravillas naturales, condenadas al descuido y la incomprensión. Son de todos, y por tanto de nadie, y siempre han estado ahí, sin peaje ni tique de entrada, ausentes por tanto los incentivos para estudiar sus mecanismos y valorar el coste de su ausencia. ¿Qué pasaría si un día desaparece la ola? Al parecer, nadie se había hecho la pregunta.

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El Calgary Herald, el diario de la ciudad canadiense de Alberta, citaba al pionero Craig Sage, el australiano de 47 años que hace dos décadas descubrió Mundaka: "Si la perdemos, será como perder parte de nuestra alma. Sólo hay unos doce lugares así para hacer surf en el mundo". Doce paraísos naturales, templos del surf donde la conjugación de los elementos descritos proporcionan, según Espieu, los cuatro criterios sagrados de los surferos: "rapidez, potencia, regularidad, y una ola que se abre, que rompe progresivamente enrollándose sobre ella misma".

Todo esto lo tenía, y vuelve a tener, la ola de Mundaka. El corresponsal del diario The Guardian de Londres en Madrid, Giles Tremlett, explicaba a sus lectores en julio del año pasado que la más famosa ola de izquierda del mundo "era una ola mágica", "una fuente de adrenalina", "un paraíso surfer de 300 metros de largo". La ola mundakesa rompe, según su coro de admiradores, formando un tubo que es un clásico entre los clásicos y que abre las puertas a lo que los surferos llaman "la caverna", o "la cocina", y que en inglés denominan "the green room" (la sala verde), una visita a la eternidad que puede durar hasta 15 segundos.

¿Qué pasaría si un día desaparece la ola? Libération citaba el estudio piloto que una asociación, la Surfrider Foundation (www.surfrider.org), está realizando en Guéthary (cerca de Biarriz) sobre el impacto económico del surf en la costa vasca. La organización lleva años recopilando datos que demuestran el valioso impacto económico del surf, un universo que no sólo pueblan veinteañeros rubios y bronceados, sino "turistas de clase superior, muchos de los cuales indican salarios entre 40.000 y 60.000 euros anuales, en torno a los cuarenta años, que se desplazan a menudo en familia, y que tienen medios para gastar en shopping, restaurantes y otras actividades en las zonas adyacentes", declaró el responsable del proyecto al periódico francés. Calculan, además, que cada año nacen 500.000 nuevos surferos en el mundo.

La rama norteamericana de Surfrider, pionera en este tipo de análisis, ha revelado que, en Estados Unidos, la franja costera que componen los 16 estados de la Unión que dan al mar aloja a más de la mitad de la población de aquél país. La costa gusta. Cada año, según Surfrider, más de 180 millones de personas visitan las playas de Estados Unidos, y gastan más de 80.000 millones de euros. "Las playas impregnan nuestra cultura. Pero las playas están desapareciendo a un ritmo alarmante, debido a procesos naturales y a la intervención del hombre", puede leerse en sufrider.org.

En opinión de Stéphane Latxague, director de Surfrider Francia, lo ocurrido en Mundaka es "un caso de escuela: habría bastado un estudio serio de corrientología para sacar la arena y al mismo tiempo preservar la ola", según declaró a Libération.

El mes de septiembre es un tiempo de nostalgia por el verano que se va. Pero también de profunda envidia. Porque, mientras que los mortales hemos plegado velas y bajado a los camarotes de invierno, la temporada sigue para los surferos. Mundaka acogerá del 2 al 14 de octubre la décima prueba del campeonato mundial de surf de este año. Con menos de 2.000 habitantes, el municipio deberá acoger a unos 10.000 visitantes, mientras publicaciones de surf de todo el mundo respiran aliviadas en torno a un único titular: "Ha vuelto la ola de Mundaka". Pero, ¿qué pasaría si un día desaparece la ola?

Borja Bergareche es abogado.

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