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Necrológica:EN MEMORIA DE ANTON CAÑELLAS
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Un maestro de la persuasión

Vi a Anton Cañellas por última vez el pasado julio en ESADE. Presentaba el informe sobre Buen Gobierno y Transparencia Administrativa que había preparado, a petición del Gobierno de la Generalitat de Cataluña, una comisión independiente que él presidió. Tenía un aspecto frágil; pero allí estaba fiel a su compromiso de servicio al país. Era un encargo que le ilusionó y que cumplió, como siempre, con eficacia y discreción.

Continuaba la tarea que desarrolló como Síndic de Greuges de Cataluña desde 1993 a 2004. Tuve el privilegio de ser su adjunto durante aquellos años. Su legado se encuentra en once informes anuales al Parlamento, siete informes extraordinarios, las comparecencias ante la cámara, las intervenciones públicas en numerosos foros -que deberían publicarse- y en la atención a miles de casos presentados ante la oficina del Síndico, donde la dignidad de la persona pasaba, siempre, por delante de otras consideraciones.

El pasado mes de marzo, Marcelino Oreja recordaba en nuestro seminario de Derechos Humanos que cuando el año 1976, como ministro de Asuntos Exteriores, firmó en la sede de Naciones Unidas en Nueva York los Pactos Internacionales de Derechos Civiles y Políticos y de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, invitó a Cañellas a que asistiera por ser la persona que más veces solicitó su ratificación durante el régimen anterior. Pactos que gracias a una enmienda suya en las Cortes Constituyentes, son pauta interpretativa de los derechos fundamentales y las libertades que ésta reconoce.

Aunque fue importante lo que hizo, es a cómo lo hizo en su etapa de Síndic de Greuges que me quiero referir. Delicadeza en el trato; sentido institucional; actividad incansable; amor a Cataluña; fe en Europa; capacidad de construir puentes de diálogo y de acuerdo; son sus características que más recuerdo.

Su predisposición a la cortesía, un tanto ceremoniosa, podían hacerlo parecer distante; pero no lo era. Durante el encierro de inmigrantes en iglesias de Barcelona el año 2001, donde su mediación con el Gobierno del Estado hizo posible un acuerdo satisfactorio, no almorzó por solidaridad con sus interlocutores en huelga de hambre. El cuidado en preservar el legado del síndico Rahola y la instrucción que me dio de facilitar al máximo el traspaso a su sucesor, el síndico Ribó, son una buena muestra de su empeño en que las instituciones del país fueran fuertes y respetadas.

Durante su mandato tuvo una dedicación prácticamente total a la tarea de Síndic -como bien sabe su esposa Maria Roca- y entre el cúmulo de iniciativas que impulsó, tan importante era atender las quejas presentadas al visitar una prisión como dirigir, en su condición de presidente del Instituto Europeo del Ombudsman, un parlamento a un jefe de Estado.

Hacía quince días de vacaciones al año y, en once años, nunca estuvo de baja. Lo recordaba con ingenio cuando los medios aludían a su edad; pero al presentar un equipo mayoritariamente joven a alguna visita ilustre de la Institución, bromeaba diciendo que la experiencia ya la aportaba él.

La democracia en España y la construcción de Europa fueron dos objetivos vitales que creía unidos a la recuperación nacional de Cataluña. Tras una conmemoración, relataba con emoción haber escuchado a la banda de música de la Guardia Civil interpretar la Santa Espina -prohibida durante el franquismo, recordaba a los más jóvenes-. Una emoción similar a la que traslucía cuando tras la guerra de los Balcanes firmó el convenio de cooperación, junto al Defensor del Pueblo y el Colegio de Abogados de Madrid, con la institución de Ombudsman de Bosnia-Herzegovina.

Él, que durante la dictadura había pedido en Europa la solidaridad de los demócratas con las fuerzas de oposición, decía que ahora nos tocaba ayudar a nosotros. Le gustaba trabajar en equipo, sabía generar complicidades. La creación de la Cátedra de Inmigración con el Obispado y la Universidad de Girona fue un buen ejemplo.

Este proceder constructivo le granjeó el respeto y la estima de sus colegas del Estado y de buena parte del mundo. Cuando en cumplimiento de su mandato tenía que señalar que las administraciones o sus dirigentes no habían actuado suficientemente bien, no le gustaba, diría que le incomodaba; pero recordando que las administraciones democráticas han de respetar el Derecho, lo hacía con sencillez, sin aspavientos, con firmeza. La definición del Síndic, del Ombudsman, como magistratura de persuasión, parecía pensada para él.

Enric Bartlett Castellá es profesor de Derecho Público en la Facultad de Derecho de ESADE (URL)

Anton Cañellas.
Anton Cañellas.

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