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Referéndum en los Balcanes

Un político con mucha cintura

El primer ministro montenegrino, Milo Djukanovic, pasó de colaborador de Milosevic a líder de los independentistas

En 1992, en plena desintegración de Yugoslavia, el Gobierno de Montenegro organizó una mascarada de referéndum tutelado por Belgrado en el que casi por aclamación los montenegrinos votaron mantenerse unidos a Serbia. Aquella consulta, que no cumplió requisito democrático alguno, la impulsó Slobodan Milosevic desde Belgrado, pero la organizó, en tanto que primer ministro montenegrino, Milo Djukanovic. El mismo que el domingo declaró exultante en Podgorica que había llegado la hora de la independencia de Montenegro, "tantas veces soñada".

Djukanovic (Niksic, 1962), economista de casi dos metros de altura, tiene 44 años y lleva 15 como máximo representante (primer ministro o presidente) de la pequeña república (670.000 habitantes). Es casi el único superviviente de los dirigentes de la ex Yugoslavia que estaban en primer plano en los años terribles en que el Estado saltó en pedazos.

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El olfato político del primer ministro montenegrino es indudable, aunque sus críticos lo consideran simplemente oportunismo. Primero se identificó sin fisuras con el régimen de Belgrado: desde Montenegro partían las unidades que asediaban Dubrovnik tras la proclamación de la independencia de Croacia y en 1996 aún decía que Radovan Karadzic podía visitar Montenegro cuando quisiera. Después se asoció a la oposición democrática serbia y empezó a exigir más autonomía para Montenegro, coincidiendo con la liberalización de la economía y la puesta en marcha de las privatizaciones. Y finalmente, desde muy al final de la década pasada, abrazó la causa independentista, que hasta entonces era defendida por muy pocos.

Para sus partidarios, que son la mayoría de los votantes -Djukanovic ha ganado todas las elecciones a las que se ha presentado-, se trata del líder que les conducirá a Europa y a la prosperidad económica. Además, claro está, de ser el arquitecto de la recuperación de la independencia perdida en 1918, en tiempos del rey Nicolás. Como gobernante ha saneado la mayoría de indicadores macroeconómicos, que gozan de mejor salud que en Serbia, y muy especialmente ha controlado la inflación, que lleva años por debajo del 3%.

Sus detractores también son legión porque Djukanovic no deja a nadie indiferente en Montenegro. En la campaña de los partidarios de mantener la unión con Serbia se hablaba más contra él que de las virtudes de la alianza con Belgrado. El primer ministro se ha convertido en su mayor obsesión y le acusan de aspirar a construir "un Estado privado y criminal" donde el único fin sería el lucro. Las acusaciones nacen de un oscuro caso de contrabando de tabaco investigado en Italia en 1999, que sin embargo nunca se ha probado.

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El olfato de Djukanovic se manifestó de nuevo la noche del referéndum, aunque el coste de la operación hubiera podido ser letal. Sin tener aún datos oficiales, sólo con la proyección de voto de un instituto privado que daba una ajustada victoria a los independentistas, el Gobierno lanzó a la gente a la calle (con castillos de fuegos artificiales incluidos) a celebrar una independencia aún incierta. La comisión organizadora había pedido que se extremara la cautela y se evitaran las celebraciones en la calle por miedo a choques violentos. En Montenegro también está muy arraigada la tradición de mostrar júbilo con disparos al aire. El domingo, los independentistas dispararon miles de balas creyendo la versión del Gobierno de que habían ganado.

La jugada hubiera complicado la revocación de esa independencia ya celebrada con tanto fervor en la calle si los resultados oficiales hubieran sido otros, por debajo del 55% exigido por la Unión Europea. Afortunadamente, los partidarios de mantener la unión fueron disciplinados, obedecieron a la comisión organizadora, se quedaron en casa y no salieron a la calle cargados de pistolas y fusiles. De lo contrario, el olfato hubiera podido ser una temeridad.

Djukanovic, el lunes en Cetinje (Montenegro).
Djukanovic, el lunes en Cetinje (Montenegro).AP

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