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FUERA DE CASA
Columna
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Cultura y espectáculo

Escribir, publicar o cantar lo puede hacer cualquiera. Incluso muchos lo hacen bien. Pero no es suficiente. Al menos no lo es para ser visibles. Para eso hay que tener tablas. Hay que dominar el escenario y ser un buen showman. Y eso, se tiene o no se tiene. Por ejemplo, dominaban el escenario, tenían tablas, algunos de los amigos poetas de Teodulfo Lagunero. El empresario comunista, el anónimo artífice de que la transición fuera como fue, el abogado, el catedrático en Derecho Mercantil y millonario mecenas de los rojos, acaba de publicar un libro sobre sus amistades con algunos poetas y escritores que fueron o son destacados personajes de la izquierda española. Teodulfo decidió hacerse rico como una forma de vengarse del franquismo que había perseguido y encarcelado a su padre y a él mismo. Rico por haberse sabido infiltrar en la jungla inmobiliaria, en la construcción de edificios, urbanizaciones o campos de golf. Es un millonario libre de sospechas al estilo marbellí, generoso con los pobres, y menos pobres, del mundo de la cultura. Sus mejores amigos poetas, Neruda y Alberti, conocieron su hospitalidad, disfrutaron su lujosa mansión en la Costa Azul y sus invitaciones a cenas regadas con vinos de millonarios. Los comprometidos escritores eran dos dominadores de la escena. Maestros del showbiz de los poetas en público. Uno de los mejores amigos de Lagunero, además de Santiago Carrillo -también un buen showman de la izquierda, aunque nunca llegara a la capacidad comunicadora de otra de las beneficiarias comunistas de Lagunero, Dolores Ibarruri, Pasionaria- es Antonio Gala. Que sigue siendo el más cotizado de los escenarios poéticos o prosaicos.

Otro poeta y novelista que domina la escena, que tiene tablas para el show cultural, para la comunicación de lo que sabe o lo que se inventa, es Benjamín Prado. Acaba de publicar una novela, Mala gente que camina. Narra una de las más siniestras y ocultas historias de la guerra y la posguerra: el secuestro de niños de madres republicanas para ser entregados a familias del franquismo. Una durísima ficción basada en sucesos reales que nos lleva a lo más turbio de la maldad de algunos de los vencedores de aquella guerra. Un asunto oscuro, un retrato cruel de algunos seres perversos que se ampararon en la falsa moral de los vencedores. Dura, repudiable y conmovedora historia que, sin embargo, Benjamín Prado sabe contar como un melodrama que no huye de un peculiar sentido del humor. Sin hacer dejación de sus ideas.

Del pan y circo al cava y libros. Otro gran espectáculo han montado los responsables culturales de la Comunidad madrileña para celebrar el día, la noche, de los libros. Con envidia -quizá sana, pero envidia- de cómo se venden libros en el día de Sant Jordi en Barcelona, el gobierno de Esperanza Aguirre ha organizado juergas culturales en muchas céntricas librerías de la capital. Jazz, música clásica, flamenco, cava y autores repartidos por foros y librerías para invitar a perder el miedo a los libros. Algunos lo han visto un poco circense, pero la mayoría ha participado en esta movida, en este libretón que está cargado de buenas intenciones. La cultura es una movida. Que siga el espectáculo. Vale, pero que los libros sean los beneficiados. Espero que no sea ningún código el libro más vendido de esta noche libresca que nace desde la Administración. Y sin el Ayuntamiento, ¡qué cosas!

También al espectáculo se va uno de los grandes periodistas que hemos conocido en la prensa escrita y en la radio. Daniel Gavela se va para la tele, para la Cuatro. Se va, para suerte de los compañeros de esa joven televisión, porque sabe hacerlo bien. Se va recordando sus antecedentes familiares en el espectáculo. Antepasados suyos recorrieron España cantando ópera, operetas y zarzuelas. Además procedían de Italia, y eso, ya se sabe, es una ventaja para dirigir televisiones en España. A Gavela, ese cosmopolita, no se le olvidará ese pasado con familiares en el espectáculo ni los otros antepasados unidos a las brañas leonesas, buena gente de unos pueblos por donde se oía pasar al maquis. El espectáculo y la realidad. La ficción y la vida real.

Una de sus últimas apariciones como director general de la SER también tuvo mucho que ver con la cultura del show, del espectáculo: la fiesta de los cuarenta años de los "cuarenta". Una fiesta entre la modernidad y el homenaje a ese espectáculo musical y radiofónico que hace cuarenta años comenzó con Tomás Martín Blanco. Algunos lo recordamos con la nostalgia de cuando fuimos adolescentes. Allí estuvimos el día que unos chicos divertidos grabaron su primer disco, No sé mi nombre y La moto. Se llamaban Los Bravos y llegaban de la mano de un curioso cantautor llamado Manolo Díaz. Pioneros de nuestra inicial cultura del pop, primeros showmen del espectáculo de los "cuarenta". Del Gran Musical a seguir contando los cuarenta. Aquí seguimos, así que pasen cuarenta años.

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