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Reportaje:FUERA DE RUTA

Un eterno aire de domingo

Música intensa y comida picante en Guadalajara, capital de Jalisco

Jorge Eduardo Benavides

Aquienes lleguen desde México DF y sus 20 millones de habitantes, Guadalajara les parecerá casi un pueblo. Un pueblo delicioso, soleado y colmado de historia. Pero que nadie se llame a engaño: la capital del Estado de Jalisco es una urbe pugnaz, bulliciosa, moderna..., y mucho más grande que un buen número de capitales hispanoamericanas.

A 1.500 metros de altitud, con alrededor de seis millones de habitantes y 182 kilómetros cuadrados, resulta bastante fácil perderse. Inmensas avenidas, barrios residenciales, zonas comerciales, barrios contradictorios y sucios... Pero Guadalajara encierra una sorpresa, una más bien tímida manifestación de su carácter amable y profundamente orgulloso, que se descubre en poco tiempo. No hay en sus gentes, pese a la magnitud de la ciudad y su perfil cosmopolita -es sede de una de las ferias del libro más grandes e importantes del mundo-, ninguna de esas prisas esquivas que concurren en habitantes de otras grandes urbes. Hasta los atascos que se forman parecen lentas procesiones que se aceptan con resignación y sin malhumor. Guadalajara tiene una calidez de domingo de fiesta familiar, y su espléndido centro histórico, cuidado y bullicioso, invita a pasear sin mayores precauciones. Quizá por ello lo más recomendable sea alojarse en alguno de los hoteles de la zona, desde donde se alcanza a pie cualquiera de esos solemnes edificios, museos y palacios que satisfacen el apetito arquitectónico más exigente.

Una primera visita lleva, por ejemplo, al teatro Degollado, que data de mediados del siglo XIX (se llamó teatro Alarcón hasta la muerte del general Santos Degollado, gobernador de Jalisco). Su fachada se revistió de cantera y se agregó un Apolo y las musas de mármol, donde puede leerse: "Que nunca llegue el rumor de la discordia". Actualmente es sede de la Orquesta Filarmónica de Jalisco, así como del Ballet Folclórico de la Universidad de Guadalajara y el Ballet del Ayuntamiento. Muy cerca se encuentra la espléndida catedral, del siglo XVI; Casa Jalisco, residencia oficial de los gobernadores del Estado, y el hermoso Palacio Legislativo, del siglo XVIII y con una cuidada fachada neoclásica. Un poco más allá, la Tesorería General del Estado, un primoroso edificio art nouveau cubierto de cantera rosa, inesperado y sutil, en medio del ajetreo mañanero y con cierto encanto melancólico por las noches.

Un paseo en calandria en una noche veraniega nos lleva de pronto a otro tiempo, sobre todo si recalamos en la plaza de los mariachis, donde se puede escuchar algún recital de esta música desgarrada e intensa que mantiene un poderoso prestigio entre los tapatíos.

El centro, más allá de sus hermosos edificios, sugiere una visita a sus ajetreados negocios, sus muchas tiendas e infinidad de pequeños restaurantes donde probar la sabrosa, compleja y picante comida tapatía: el pozole -una sopa inacabable y contundente-, el menudo, la birria, los tacos y, para quienes se atreven con el chile, las tortas ahogadas, que se llaman así porque se sumergen, literalmente, en una salsa picante. Acompañadas de la fresca y ligera cerveza local o con grandes copas de margarita, resultan estupendas. Uno de los restaurantes más recomendados es La Chata, donde a ciertas horas es necesario hacer cola para encontrar mesa. Y para disfrutar de los mejores tequilas, reposados y añejos, un bar con encanto: La Fuente. Con un aspecto bohemio y algo descuidado, resulta casi una obligación ir para conocer un poco del jolgorio entre popular, esnob e intelectual del bar. Allí prácticamente sólo se bebe cerveza y tequila. No podía ser de otra manera, estando en la tierra de la bebida mexicana por antonomasia.

Amatitlán y Tlaquepaque

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Reposado, añejo o blanco, disfrutar de un tequila, a palo seco o con limón y sal, resulta inevitable en Guadalajara, de la misma manera que visitar el pueblo del mismo nombre (al parecer, la primera producción de esta bebida se elaboró muy cerca de allí, en Amatitlán, por la tribu de los tiquilos). Pero otro tanto ocurre con Tlaquepaque, a media hora escasa en taxi. Con ese nombre -que parece una palabra mágica- se conoce el pueblo donde encontramos artesanía fina, piezas de oro y plata, trajes típicos y estupendos restaurantes. Coqueto hasta la exageración, el pueblo está tan arreglado, sus casonas resultan tan impecables y sus aceras tan limpias, que casi parece una imitación de sí mismo. Por el contrario, Tonalá se nos antoja algo más tangible, pero también menos cuidado, y puede que su oferta artesanal y su mercado estén dirigidos a un consumo interno. De todas formas, vale la pena perderse un rato en sus calles e impregnarse de sus olores, de su bullicioso comercio pueblerino.

Estos dos municipios tan distintosresumen muy bien lo que experimentamos en Guadalajara, una rotunda ciudad que parece convivir en paz consigo misma, tan pronto ajetreada como impasible: lenta como un sorbo de buen tequila y trepidante como una orquesta de mariachis.

Jorge Eduardo Benavides (Perú, 1964) es autor de El año que rompí contigo (Alfaguara)

Vista al atardecer de la plaza de Armas de Guadalajara, la capital del Estado mexicano de Jalisco. Al fondo, la catedral barroca, terminada en 1616.
Vista al atardecer de la plaza de Armas de Guadalajara, la capital del Estado mexicano de Jalisco. Al fondo, la catedral barroca, terminada en 1616.GRÄFENHAIN GÜNTER

GUÍA PRÁCTICA

Cómo ir- Aeroméxico (915 48 98 10;www.aeromexico.com). Tiene vuelos desde Madrid, con escala, desde 795,38 euros.- Iberia (www.iberia.com; 902 40 05 00) tiene vuelos desde Madrid, con escala, a partir de 782,42 euros.Información- Turismo de Guadalajara (http://vive.guadalajara.gob.mx).- Turismo de México en España (00 800 11 11 22 66; www.visitmexico.com).

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