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Coyuntura agraria
Columna
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India sin límites: todos los contrastes

Joaquín Estefanía

La importancia del viaje de Bush a la India no se debe circunscribir al acuerdo nuclear logrado; puede significar una alianza estratégica entre la única superpotencia y un subcontinente con enorme pujanza económica, que en su interior se reserva todos los contrastes posibles (la mayor democracia por el número de habitantes y la segunda población musulmana más amplia del mundo). En la India todo es superlativo. Si se consolidase esa alianza, este viaje constituiría uno de los proyectos más significativos de las dos legislaturas de Bush II en la Casa Blanca.

Uno de cada seis ciudadanos del planeta es indio. En la última reunión del Foro Económico Mundial, en Davos, se dio carta de naturaleza oficial a la importancia de la India en el desarrollo de la economía mundial. Allí se destacó la antinomia de un país que en los últimos 20 años (junto con China) ha sacado de la pobreza absoluta a más habitantes que todos los que forman la Unión Europea y que, sin embargo, tiene aún una estructura de clases que es una bomba de relojería: apenas unas decenas de millones de indios pertenecen a la clase alta y demandan bienes y servicios de alto valor añadido; unos 300 millones de personas constituyen la clase media, lo que en el conjunto de la población es una minoría pero al mismo tiempo forman un casi infinito mercado interior para las empresas que lo pueden abastecer; y 800 millones de personas sobreviven gracias a la agricultura, de los cuales varios cientos son extremadamente pobres e ingresan apenas unos céntimos de dólar al día. El 50% de la población es analfabeta, el 90% no ha tocado nunca un ordenador, y apenas un 1% del total paga impuestos. El 70% de los casi 1.100 millones de ciudadanos indios tiene menos de 35 años, y el 50%, menos de 25.

Esta realidad coexiste con la existencia de un centro de excelencia como Bangalore, el análogo indio a Silicon Valley, en donde la multiplicación de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) y de los programas y aplicaciones informáticas tiene incluso mayor dinamismo que el original norteamericano (en Silicon Valley, además, trabaja una gran cantidad de técnicos indios, que viven en el exterior de sus fronteras y que todos los años reenvían casi 10.000 millones de dólares a su país en remesas de divisas). O con Bollywood, otro trasunto indio del muy americano Hollywood situado en la ciudad de Bombay, que produce ahora más películas y musicales que California. O el llamado valle del Genoma, en la ciudad de Hyderabad, vanguardia de la biotecnología y la biofarmacia.

Pocos días antes de la visita de Bush, el primer ministro indio Manmohan Singh (padre de la apertura económica del país hace apenas tres lustros) presentó el presupuesto para el año fiscal 2006-2007; en él se prevé un crecimiento económico del 10%, superior incluso al de China, y dos puntos por encima del espectacular 8,1% de incremento del PIB en 2005. En ese presupuesto destaca el aumento del gasto social, como corresponde a un año electoral, y una extraordinaria elevación del 50% en inversiones en infraestructuras (carreteras, líneas férreas, aeropuertos y puertos, ...), verdadero factor de estrangulamiento del país.

Todas estas cifras, más la realidad de que cada vez hay más empresas occidentales que están convirtiendo a la India en el paraíso de la deslocalización, y más empresas indias que se instalan en Europa o EE UU, favorecen los augurios de quienes han profetizado que los grandes países asiáticos serán los competidores económicos de EE UU para el año 2050. Según el banco de negocios Goldman Sachs (cuyos analistas han acuñado el acrónimo de países BRIC -Brasil, Rusia, India y China- para los más beneficiados por el fenómeno de la globalización realmente existente), en la frontera media del siglo actual China e India acumularán la mitad de la economía mundial.

Para ello habrán de extender los beneficios del crecimiento económico a un porcentaje superior de su población, de modo que al menos el 50% pueda considerarse clase media. Mientras tanto, seguirán siendo testigos de la gran contradicción: ¿superpotencias económicas o Tercer Mundo?

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