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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Dios y el César

La noticia de que la Unión Europea ha requerido al Gobierno español para que reclame de la Iglesia el pago del IVA me ha hecho caer en la cuenta de que siguen pendientes algunos problemas que pensaba liquidados por la Ilustración.

El primer ilustrado de la historia debió ser Jesucristo. El Evangelio relata que los fariseos le preguntaron para tentarle si era lícito pagar el tributo al César. Él pidió que le mostrasen una moneda con las que se pagaban los impuestos. La cogió y preguntó: "¿De quién es este rostro?". "Del César", le respondieron. "Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".

Toda una propuesta de separación de lo que siglos después serían la Iglesia y el Estado. Los fariseos y quienes vivían del templo organizaron, apenas unos días después, una manifestación espontánea para exigir la crucifixión de aquel ilustrado impertinente.

Y hubieron de pasar dieciocho siglos antes de que unos racionalistas europeos defendieran tímidamente la separación entre los poderes religiosos y políticos. Tímidamente, para evitar acabar como el Crucificado, en cuyo nombre hablaban los fariseos de la época.

Aquellos intelectuales se llamaban ilustrados porque pensaban y escribían a la luz de la razón. Cultivar el raciocinio había dejado de ser blasfemia poco antes, cuando algunos reyes brillaron con desparpajo sin necesitar de clérigos que les iluminasen. Los ilustrados no llegaron a alterar la distribución del poder; pero facilitaron el camino a la gran Revolución que declaró a todos los ciudadanos iguales ante la ley. Desde entonces, los sacerdotes están tan sujetos al cumplimiento de la ley como los demás ciudadanos. Todo un problema, no sólo político sino hasta metafísico.

Porque los clérigos son mensajeros entre el mundo sagrado y el profano. Si en su ministerio sólo empleasen oraciones, no pasaría nada; pero como compran y venden mercancías materiales como cirios, bancos de iglesia, pan y vino, cuando no pagan el IVA actúan como una especie de contrabandistas del más allá. O como portadores de valijas diplomático-espirituales.

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La Iglesia nunca se preocupó demasiado de Lenin o de Marx, porque conocía, en su sabiduría milenaria, que este tipo de profetas duran poco en el poder. Quienes le preocuparon de verdad fueron aquellos hombres contractualistas que exigían un estatuto de autonomía para la sociedad civil: Hobbes, Locke, Rousseau y compañía. Ellos siguen representando el espíritu "del mundo", es decir, de una humanidad liberada de dioses y de sacerdotes en la esfera pública.

Lo que nos diferencia de los musulmanes se lo debemos en origen a aquel carpintero de Galilea que se atrevió a reclamar que la ley no se pliegue a la religión y que el poder político no imponga creencias ni catecismos; le mataron por ello. Ahora ha llegado el momento de aplicarlo también en España.

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