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Más globales, menos españoles

Antón Costas

Cataluña está cambiando de piel, aunque en ocasiones este cambio se produzca con una lentitud desesperante. Nuevas generaciones van tomando el relevo en la mayoría de ámbitos de nuestra vida pública y privada. Ha comenzado a suceder en la política, a partir de las últimas elecciones autonómicas, y lo mismo está ocurriendo en el mundo cultural, asociativo, institucional, profesional y empresarial. Esas nuevas generaciones serán las responsables de hacer frente a los retos que un mundo en acelerado cambio plantea a nuestros modos de producir y a nuestras tradiciones culturales y formas de vida.

Uno de los relevos generacionales que más influencia puede tener en la orientación de la vida catalana de las dos próximas décadas es el que se está produciendo en el mundo profesional y empresarial. Las personas que ejerzan el liderazgo en esas actividades serán en gran medida las responsables de definir los caminos por los que va a transitar el país en las próximas décadas. Conviene, por tanto, saber qué piensan, cuál es el diagnóstico que hacen de los problemas actuales, qué valores los impulsan, cómo ven su papel en la vida social y qué tipo de compromiso tienen con su realidad cultural y política.

La semana pasada tuve la oportunidad de conocer un poco más a estas nuevas generaciones. Dos buenos amigos, Josep Maria Lozano y Raimon Rivera, profesores de ESADE, una de las mejores escuelas de negocios europeas, me invitaron a participar en una iniciativa dirigida a jóvenes dirigentes de empresas e instituciones sociales de Cataluña. Se trata del Programa Vicens Vives de Lideratges y compromís cívic. La evocación a Jaume Vicens Vives me parece muy afortunada. Este prestigioso historiador de la economía catalana supo impulsar a finales de los años cincuenta del siglo pasado otro proceso de relevo generacional en el mundo empresarial y profesional catalán, animando a un grupo de jóvenes directivos y profesionales a adoptar un liderazgo con compromiso cívico, implicándose en la vinculación de España al proyecto de integración europea. Fruto de ese compromiso fue la creación del Círculo de Economía, institución que pronto va a cumplir 50 años.

Los participantes en este programa son mujeres y hombres jóvenes, de edades comprendidas entre 30 y 35 años, con un buen expediente académico, buen currículo profesional, capacidad emprendedora, dotes directivas y humanas, con un comportamiento íntegro y honesto y con una voluntad de compromiso con el entorno económico, social y cultural en que viven. Todos ellos han estudiado o trabajado en el extranjero, han sido educados en la democracia y, en un gran número de casos, trabajan en empresas multinacionales. Parecen, por tanto, una buena muestra de ese relevo generacional del que nos interesa conocer algo más.

Más de cuatro horas de rico y variado debate con ellos, bajo el lema genérico Economía y globalización, no se pueden resumir en unas líneas. Pero aun a riesgo de simplificar demasiado, puedo decir que las cuestiones que más debate suscitaron fueron la inmigración y la globalización y, en particular, sus efectos sobre la economía y la realidad nacional catalana. En términos generales, les vi más preocupados por controlar las posibles amenazas de la inmigración y la globalización que por aprovechar las oportunidades que esos dos procesos traen consigo, siempre que se quiera asumir sus riesgos y desarrollar actitudes innovadoras. Porque, no lo olvidemos, la mayor parte de los nuevos empresarios catalanes de las próximas dos décadas no saldrán de las escuelas de negocios y de las facultades, sino de los que llegan de fuera, exactamente como ocurrió a lo largo del siglo XIX y del XX.

Pero lo que me pareció más relevante de las opiniones vertidas en ese debate por estos jóvenes líderes es que muchos de ellos creen que Cataluña puede hacer frente a la globalización dando la espalda a España. En este sentido, les vi más globales y menos españoles que a generaciones precedentes. De hecho, ven España como una rémora o un obstáculo, y no como instrumento y camino para fortalecer la proyección internacional de Cataluña. Sin duda, esa no fue la actitud que inculcó Jaume Vicens Vives en los jóvenes líderes empresariales catalanes de hace medio siglo, cuando les animó a implicarse más profundamente en el cambio y la modernización de España como el camino más adecuado y eficaz para ser más europeos. Esta actitud, por lo demás compartida por una parte del mundo político y cultural catalán emergente, tiene un riesgo. Puede llevar a Cataluña a autoaislarse y a formular una reacción defensiva que no le permita beneficiarse de la globalización.

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Hay muchas razones y buenos ejemplos para defender que la respuesta empresarial y económica de Cataluña frente a la globalización pasa por España. Si La Caixa es hoy vista como el ejemplo del nuevo y exitoso capitalismo corporativo financiero e industrial catalán se debe a que sus directivos priorizaron la expansión hacia España. Y lo mismo ha sucedido con otras muchas historias empresariales exitosas catalanas de las últimas décadas.

Queriendo dar la espalda a España, Cataluña corre el peligro, por un lado, de formular proyectos colectivos liliputienses que fomenten "más de lo mismo" y, por otro, de hacerse crecientemente antipática. Los catalanes deben ser conscientes de que, más allá de reacciones exageradas, hay un fondo de simpatía y confianza en la sociedad española. Pero para utilizar ese capital de confianza en beneficio de todos, las iniciativas empresariales y políticas que surjan de Cataluña deben plantearse de forma que no provoquen recelo y rechazo en el resto de España.

Hay algo de soberbia, altivez y displicencia en la forma en que en muchas ocasiones desde Cataluña se ve al resto de los españoles, ya sean castellanos, valencianos, mallorquines o andaluces. Esa conducta responde al típico patrón norte-sur. Los del norte, en este caso los catalanes, estarían adornados por un conjunto de virtudes de las que carecerían los del sur, el resto de los españoles. Dudo que alguna vez eso haya sido así, pero en cualquier caso no es la situación actual. Por tanto, la pregunta ¿por qué no nos quieren? tiene bastante que ver con nuestra actitud.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona

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