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Reportaje:LOS PROBLEMAS DE LOS INMIGRANTES

El veterano del CETI de Ceuta

Un ciudadano de Guinea-Conakry lleva dos años en el Centro de Estancia Temporal de la ciudad

Amadú Tidiane es un ciudadano de Guinea-Conakry que lleva más de dos años viviendo en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta. Todo un récord. En ese tiempo, el joven, que nació en 1977, ha aprendido castellano e informática y se ha convertido, por voluntad propia, en casi un miembro más del equipo que administra la institución. Parece increíble que un hombre de constitución tan menuda haya sobrevivido a las interminables caminatas en el desierto.

Los informes elaborados por la dirección del centro recomiendan su documentación por circunstancias excepcionales. Pero, para llevarla a cabo, el Gobierno tendría que revocar una orden de expulsión que pesa sobre él desde 2002, fecha en la que fue expulsado desde Fuerteventura hasta Senegal, y que le prohibía volver a España en tres años. Ésta es su apasionante historia, contada por él mismo.

"No tenía los 300 euros para la patera, pero ellos no lo sabían y me admitieron en el grupo"
"Si el Gobierno me da la documentación, estoy dispuesto a trabajar en lo que me digan"
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"Nací en el pueblo de Dinguirai, junto a la frontera de mi país con Senegal. Mis vecinos eran pastores y labradores. Yo vivía con mi padre, mi madre, mi esposa, que entonces tenía 17 años y ahora tendrá 20, y con mi hijo, que nació el 30 de octubre de 2003".

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"Mi padre era tendero, y tuvo problemas con los bandidos de la zona. Un día del año 2000, lo cogieron y se lo llevaron. Cuando logró volver al pueblo, los vecinos dijeron que se había hecho amigo de los bandidos y que por eso no podíamos seguir viviendo allí. Nos amenazaron. Mi padre huyó primero. Luego tuve que marcharme yo. Era cuestión de supervivencia".

"Tenía un poquito de dinero, el equivalente a 70 euros. Fui andando hasta Mauritania. Dormía en la calle y comía lo que la gente me daba por caridad. En Mauritania encontré a otros subsaharianos que querían ir a Europa. Conocían a unas personas que se ofrecieron a llevarlos hasta el Sáhara Occidental y desde allí a Canarias, a cambio de 300 euros. Yo no tenía tanto dinero, pero ellos no lo sabían y me admitieron en el grupo. Éramos entre 10 y 18 personas, no recuerdo bien, y cruzamos la frontera entre Mauritania y el Sáhara apiñados en un todo terreno Land Cruisser".

"Durante un mes, nos tuvieron ocultos en el desierto. El patrón (no sé si era mauritano, saharaui o marroquí, porque no los distingo) nos llevaba comida. Una noche se presentó con otras personas y dijo: 'Hoy puede ser'. Traían una patera desarmada. Entre todos la ensamblamos allí mismo y la subimos en lo alto del coche. Entonces llegó la hora de pagar. Todos lo hicieron, menos yo. Confesé que no tenía dinero. Se enfadaron y discutieron durante un rato. Al final, el patrón dijo que no podían dejarme solo en el desierto, porque moriría y me permitió subir al coche".

"Zarpamos a las dos de la madrugada desde una playa cercana a El Aaiún. A bordo íbamos 21 ó 22 personas de varias nacionalidades. La travesía hasta Fuerteventura duró 16 horas. El mar y el cielo estaban oscuros. Pasé mucho miedo. A las cinco de la tarde del día siguiente nos abordó un barco de la Guardia Civil, que nos remolcó a tierra".

"Los guardias nos entregaron a los policías, que nos hicieron fotos, y nos preguntaron cómo nos llamábamos y de dónde veníamos. Luego nos llevaron al CETI y nos dieron una tarjeta para poder comer. En el CETI se estaba bien, mucho mejor que en el desierto"

"Un día de mayo de 2003, los policías se presentaron en el CETI, nos separaron a 12, nos entregaron una orden de expulsión que nos prohibía regresar a España en el plazo de tres años, nos llevaron al aeropuerto y nos metieron en un avión. A las pocas horas, estábamos en Senegal. Allí, el jefe de los policías españoles dijo que todos éramos senegaleses".

"La policía de Senegal nos interrogó: querían saber cómo habíamos llegado a España, por qué lugares habíamos pasado antes de embarcar y lo que nos había pasado al llegar a Canarias. Luego nos dejaron libres".

"Entonces volví a echar a andar hacia Malí. Crucé el país y llegué a Argelia. A veces iba caminando, otras veces trabajaba y, a cambio, los patrones me pagaban el transporte hasta otro lugar. Trabajé como albañil y en la agricultura, sobre todo. Desde Argelia pasé a Marruecos por la zona de Oujda".

"Desde Oujda fui andando hasta Castillejos. No me quedé en Melilla porque entonces no sabía que existía esa ciudad. Mi intención era llegar lo más lejos posible. Por el camino me encontré a siete compañeros de varias nacionalidades. Así fue como llegué por primera vez a los bosques de Bel Younech".

"Viví cuatro meses en los bosques. Los gendarmes marroquíes me apresaron dos veces, y me echaron a Argelia por la zona de Oujda, pero en ambas ocasiones volví andando hasta los bosques cercanos a Ceuta".

"Junto a un compañero, fabriqué una escalera con ramas y cuerdas, como ésas que ahora salen en la televisión. Con ella conseguimos saltar la valla. No nos encontramos a ningún policía español. Luego echamos a correr por los montes de Ceuta hacia la ciudad".

"Durante dos meses dormí en el albergue de San Antonio, que ahora está cerrado, y comí en la iglesia de la Cruz Blanca. El 21 de septiembre de 2003, me trasladaron, junto a 350 compañeros, al CETI. Todos se han ido marchando, y ahora soy el más veterano. El CETI es un buen lugar para los inmigrantes".

"Ceuta es una ciudad pequeña, pero tranquila. Además, es lo único que conozco de España. Si el Gobierno me concede la documentación, estoy dispuesto a trabajar en donde me digan y en lo que me digan".

"Si hay alguna posibilidad, me gustaría poder traerme un día a mi mujer y a mi hijo. No los veo desde que salí de Guinea-Conakry. Y yo no quiero volver a mi país nunca más".

Amadú Tidiane, en el CETI de Ceuta.
Amadú Tidiane, en el CETI de Ceuta.

Los funcionarios piden 'papeles' para Amadú

Todos los trabajadores del CETI coinciden en elogiar la actitud de Amadú Tidiane, y han hecho de su regularización una causa común. "Es una persona perfectamente integrable. Desde nuestro punto de vista, se puede quedar en España por circunstancias excepcionales. Se merece que le ayudemos", afirma Pastora Márquez, técnica superior de integración social. "Nuestro trabajo es integrar a los que llegan aquí. Y nunca he visto a nadie más integrado que Amadú".

Los funcionarios desgranan los méritos de este hombre varado en el centro, que no se pudo acoger al último proceso de regularización porque había quebrantado la prohibición de volver a entrar en España en el plazo de tres años que llevaba aparejada su expulsión -equivocada- desde Canarias a Senegal en mayo de 2003: es él quien les pregunta en qué puede ayudar, limpia el almacén, atiende a los recién llegados, organiza a los demás para echar una mano cuando se producen entradas masivas, ha aprendido español hasta el punto de que la entrevista con este periódico se realizó con fluidez en ese idioma y ha superado con éxito las clases de informática. "El centro es casi tan suyo como nuestro", declara el director.

"Creemos que su situación es equiparable a la de otros inmigrantes que se quedan en nuestro país, como las familias con niños o los enfermos que no pueden ser tratados en sus lugares de origen", afirman los educadores.

El problema está en la orden de expulsión que le entregaron en Canarias. Ahora mismo, los funcionarios del Ministerio de Trabajo buscan con el departamento de Extranjería algún resorte legal que permita revocarla. "Y si esa vía fracasa, intentaremos otra".

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