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Columna
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Los del reloj

El martes, en este mismo espacio, José F. de la Sota publicó un artículo titulado Memoria del cazador. A partir del recuerdo de Simon Wiesenthal, el perseguidor de nazis recientemente fallecido; y de la evocación de Epicuro, su texto nos invitaba a reflexionar sobre la memoria histórica, sobre la justicia y la dificultad de sus sinónimos; y sobre esa forma de olvido argumentado que es el perdón. No sé cuantos de nuestros jóvenes, lógicos herederos y destinatarios de la justicia, la memoria o el perdón, habrán leído esa importante columna ni cuántos habrán recogido su pertinente invitación. No aventuraré cifra alguna, aunque tengo que decir que mi cálculo es más bien pesimista.

Ese mismo martes, este diario se hacía eco también del homenaje que el Ayuntamiento de Hernani ha dedicado a los vecinos de esa localidad que durante la II Guerra Mundial se integraron en la red de resistentes Comète y salvaron, ayudándoles a cruzar el Bidasoa, a cerca de trescientos pilotos aliados que habían sido derribados en territorio ocupado por los nazis. Otra vez una memoria y una justicia históricas; y de nuevo la pregunta de cuántos jóvenes habrán seguido la noticia y (re)conocido el valor de esa resistencia contra la barbarie. No puedo evitar que los cálculos se me vayan otra vez por lo bajo.

Porque no puedo evitar asociar esa columna y ese homenaje con otros datos. Con los comentarios de muchos, tantos, profesores alarmados por el bajo nivel (in)formativo de las nuevas remesas de alumnos que les van llegando. Por la incultura (en realidad desculturización) que exhiben. La frase "es que no saben nada" la he oído no sé cuantas veces, desde hace no sé cuantos años. Asociarlos también con este sucedido que me relató hace poco una profesora de uno de nuestros institutos: Mientras el mundo conmemoraba el 60 aniversario de la liberación de los campos de exterminio, ella comprobaba que sus alumnos -adolescentes que tenían más de una década de escolarización a sus espaldas- del nazismo no tenían ni idea; que los más advertidos confundían un nazi con un neonazi, esto es, con un skin head. Decidió entonces empezar por La lista de Schindler y un material complementario que incluía algunas citas. Pongamos esta bíblica: "¿Qué haréis el día de la cuenta cuando de lejos llegue la devastación?" (Is 10,3). Una de las primeras cosas que le preguntaron sus alumnos fue por qué en esas frases siempre se ponía entre paréntesis la hora. La hora.

Yo les llamo desde entonces los del reloj y su anécdota hasta me parecería graciosa si fuera una ocurrencia. Pero no lo es; desgraciadamente no es una boutade sino un síntoma, el signo de un profundo, abisal, déficit de conocimientos, de referencias históricas y culturales, de herramientas metodológicas. La señal también de una atrofia de la curiosidad intelectual y de una grave anorexia de lecturas. De un desastre educativo, en fin, del que estos chavales no son causa sino efecto.

Yo les llamo los del reloj con tanta simpatía como aprensión. Y les compadezco. Porque sea cual sea el porvenir que les espera, el futuro que les están preparando los desplazamientos semánticos entre Imaz y Egibar; los malabarismos de las mesas de partidos o de los partidos en mesa y silla (sillón); cualquiera que sea la denominación de origen o el estatus político-identitario que les vaya finalmente a corresponder, les va a costar ser ciudadanos libres. Libres en el sentido más común de capaces de hacerse una idea propia de las cosas; de construirse y argumentarse un sistema de valores; de interactuar críticamente con la realidad; de leer el presente a la luz del pasado; de pensar y desear en plural esos conceptos: ideas, realidades, presentes y pasados. Ciudadanos en el sentido propio de piezas y no peones del juego político; de protagonistas y no figurantes de la trama social.

Les va a costar a los del reloj drenar mañana tanta laguna intelectual consentida hoy; quiero decir, escolarizada, institucionalizada ahora mismo.

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