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Reportaje:CINE DE ORO

'Siete novias para siete hermanos'

EL PAÍS presenta mañana, por 8,95 euros, uno de los grandes musicales del cine

Un musical es cualquier cosa... menos la realidad". Y quien lo dijo sabe mucho, pero mucho, de eso, de musicales, y seguramente también de lo otro: de realidades. La lacónica e incontestable definición nos la regaló Stanley Donen, el hombre capaz de convertir un secuestro, el de seis de las siete novias del título, en un espectáculo optimista; el que trasladó la leyenda del rapto de las Sabinas del lejanísimo Imperio Romano al Hollywood más esplendoroso; y más aún, el mismo Donen que nos convence de que todo sucedía a mediados del siglo XIX en un Oregón virginal, en el no menos lejano Oeste.

"Érase una vez siete hermanos ya talluditos que vivían juntos y solos en la montaña. Para poder casarse decidieron inspirarse en los romanos y raptar a las mujeres en un pueblo cercano". Un argumento que rezuma machismo, pero que el guión de Siete novias para siete hermanos (1954) entierra en poco tiempo con la determinación de Milly -la primera que llega a la casa, como esposa del mayor de los hermanos Pontipee-: "Trabajaré a tu lado, Adam, pero no pienso dormir a tu lado", le espeta. Adam acaba durmiendo en la copa de un árbol, el establo o una solitaria cabaña de caza con la única compañía de la nieve y los lobos.

Claro que reunir a tantas novias y tantos hombres hambrientos -de comida, sí, pero de casi todo lo demás también- tenía que encender las luces de alarma de la censura americana de la posguerra. Rebuscando, rebuscando, primero advirtió de que no le gustaba nada de nada que los hermanos cantaran "un hombre no puede dormir si duerme con una oveja". Más problemas, la poligamia aparecía en el título original Una novia para siete hermanos, con lo que el incauto censor multiplicó las mujeres y contribuyó a crear el Siete novias para siete hermanos que 50 años después sigue siendo sinónimo de cine musical.

No sabemos cómo esa misma censura dejó escapar a esas novias secuestradas, afectadas por un más que peculiar síndrome de Estocolmo y vestidas tan sólo en eso que se llamaba paños menores, conjuntados con unos ajustadísimos corsés. Así de insinuantes se asomaban a la ventana para dejarse ver por los novios-raptores al borde de la desesperación.

La mano que estaba detrás de todo era la del director Stanley Donen. Antes de triunfar tuvo que abandonar su intención de convertirse en un gran bailarín -sólo llegó a ser uno más, allá, al fondo del cuerpo de baile-. Pasó a ser coreógrafo y fue cuando su vida se cruzó con la de Gene Kelly. Juntos nos enseñaron que tenían las llaves para demostrar que el musical era el espectáculo en estado puro y nos regalaron Un día en Nueva York (1949) y, sobre todo, Cantando bajo la lluvia (1952). Pero Donen, ya en solitario, mostró que también se puede hacer un gran musical sin grandes estrellas, o sea, el de Siete novias... Sus protagonistas estaban lejos de la primera fila: Adam es Howard Keel -que se hizo famoso décadas después como el patriarca de la televisiva Dallas- y la dulce e independiente Milly es Jean Powell -luego convertida en la sexy Catwoman de la televisión-. El resto del reparto lo encuentra entre bailarines profesionales para los hermanos Flor, Caleb, Efraín y Daniel; un actor del estudio, Russ Tamblyn, con más de acróbata que de intérprete se convierte en Gedeón e incluso el guapo y fornido Jeff Richards, que no tenía ni idea de danza, hace el papel de Benjamín y se pasa las escenas de baile sentado, aplaudiendo o perdido al fondo del grupo de bailarines, para que no se le vea mucho. Así que cuando llega la espectacular construcción del granero, tan sólo cinco de los siete hermanos participan en el baile-competición. Pero Donen nos hace creer que son muchísimos más, vamos, que nos dan ganas de brincar también a nosotros.

Porque lo que Donen y todos los grandes del musical clásico tenían muy claro era que su único objetivo era el espectáculo. Entertainment que dicen en inglés. Es decir: "entretenimiento, diversión, espectáculo, fiesta", según la definición del siempre serio diccionario.

Entonces, ¿qué era lo que nos impedía a los españolitos de a pie disfrutar de los musicales en aquellas sesiones de cine de barrio, o en la televisión de los sábados por la tarde? Es que llegaba un momento, claro, en el que todos se ponían a cantar. Les cambiaba la voz, bueno, eso no era muy importante, pero es que no entendíamos nada de nada. Teníamos que intuir lo que pasaba por el baile, los gestos, las sonrisas, los enfados de enamorados... Y luego había que seguir el hilo de la película, porque en los grandes musicales, en los de Stanley Donen, en Siete novias para siete hermanos, las canciones no son pegotes para demostrar lo bien que cantan el chico, la chica o los dos a la vez. En el musical clásico las canciones y los bailes hacen avanzar la acción, le dan sentido. Ahora podemos decir: gracias DVD, gracias menús de idiomas y de subtítulos.

Así que cuando llegue el The end de estas Siete novias... y aparezca en nuestras caras esa sonrisa de satisfacción, de que la vida puede ser bella, tenemos que dar rienda suelta a los instintos, y empezar a silbar, algunos puede que hasta canturreen: Bless your beautiful hiiiiide. Para los que se sientan muy pero muy contagiados y empiecen a zapatear sobre la mesa del comedor o a saltar sin manos las vallas callejeras sólo una recomendación: cuidado, el cine puede ser todo, pero no es la realidad.

Este texto se incluye en el libro-DVD de Siete novias para siete hermanos.

Imagen de <i>Siete novias para siete hermanos,</i> <b>de Stanley Donen.</b>
Imagen de Siete novias para siete hermanos, de Stanley Donen.

Directamente al grano

Siete novias para siete hermanos se realizó en 1954. Sus principales intérpretes fueron: Howard Keel, Jane Powell, Jeff Richards, Tommy Rall, Russ Tamblyn, Marc Platt, Matt Mattox, Jacques d'Amboise, Julie Newmar y Virginia Gibson. Director: Stanley Donen. Guión: Albert Hackett, Frances Goodrich y Dorothy Kingsley. Música: Adolph Deutsch y Saul Chaplin. Fotografía: George Folsey. Montaje: George J. Folsey. Ganó un Oscar a la mejor banda sonora de película musical.

En la página web Rosariocine, de Rosario (Argentina), no se andan por las ramas: "Éstos eran musicales y no las mariconadas actuales, como El fantasma de la ópera, o los Cibrian boy's...! La historia de unos hermanos que, impresionados por el relato bíblico del Rapto de las Sabinas, secuestran chicas para convertirlas en sus novias, y lo hacen danzando de una manera maravillosa y única".

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