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Columna
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La mano izquierda

José Luis Ferris

El martes me pareció un día propicio para liquidar esos asuntos que se aplazan por pereza o por desidia. En la agenda o sobre la mesa del escritorio siempre hay pendiente un certificado por recoger, una visita al gestor, al banco o la delegación de Hacienda. Desayuné y a las 9.45 estaba en Correos. Hice la cola de rigor y salí con un paquete de libros que había pedido por Internet hace un par de semanas. A las 10.45 dejé el coche en un parking del centro de la ciudad, pasé por la Diputación y luego me dirigí a un concesionario de motos que me pillaba cerca para ver si un día de estos me animo y dejo el 4 x 4 para los fines de semana. El carburante se ha puesto por las nubes y una scooter de 125 me permitiría ahorrar, por lo menos, 150 euros al mes. En estas y otras reflexiones andaba al salir de la tienda de motocicletas y dirigirme hacia el edificio de la Tesorería de la Seguridad Social para pedir uno de esos documentos de vida laboral donde figuran los años, los días y las horas trabajadas por el sufrido contribuyente. Recuerdo que hacía un calor sofocante y que habíamos alcanzado, según el Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante, la temperatura más alta del verano. Iba pensando precisamente en el agua, en la sequía, en el trasvase del Júcar y en la manifestación del próximo sábado cuando, al remontar la avenida de Salamanca por su acera derecha, mi paseo se vio interrumpido por un grupo de transeúntes que bloqueaba el paso. No sé bien lo que ocurrió, pero en cuestión de segundos y para evitar el tumulto, descendí al asfalto y me vi empitonado por un vehículo de autoescuela que no pudo frenar a tiempo. Como en una becerrada, la berlina me lanzo por los aires y caí sentado, a siete metros, con el hombro derecho hecho añicos.

Pese a todo, soy un tipo feliz: me consuela haber resuelto la mitad de los asuntos pendientes, estoy aprendiendo a escribir con la mano izquierda y me ha llamado mi madre. El ángel de la guarda y yo somos viejos colegas. Ahora sólo falta que alguien, da lo mismo quién, traiga agua a este secarral y que el duelo político se traduzca en abundancia.

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