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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Galicia como referente

En su toma de posesión como nuevo presidente de la Xunta, Emilio Pérez Touriño se comprometió a gobernar para todos los gallegos con independencia de su color político, a buscar el consenso entre los tres partidos con representación parlamentaria en los asuntos más importantes y a convertir la reforma del Estatuto gallego en referente para las emprendidas o pendientes en otras comunidades. Y adelantó este criterio: que la identidad no ponga límites a la solidaridad.

La presencia de cinco independientes entre los 12 consejeros podría ser un indicio de esa voluntad de evitar un partidismo excesivo en un Gobierno que cuenta con un solo escaño más que la oposición. El experimento de un gobierno de coalición entre la "socialdemocracia galleguista y el nacionalismo democrático" -según definición del propio Touriño- está cargado de incertidumbres, pero también de oportunidades. El nacionalismo gallego llega al poder más tarde que sus homólogos vascos y catalanes, y en posición subordinada; pero ello le da la oportunidad de evitar errores que habrían sido casi inevitables de haber gobernado en los años ochenta, por ejemplo. El principal, el de meterse en callejones sin salida por el empeño en dar más importancia a la modificación del marco institucional (competencias, definición como nación, autodeterminación) que a las políticas concretas desplegadas dentro del marco establecido.

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Touriño apuesta por una "vía gallega" que defienda la identidad sin limitar la solidaridad
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La asociación Touriño-Quintana puede favorecer la maduración del nacionalismo gallego hasta homologarse como partido capaz un día de ser la fuerza mayoritaria. Ello ocurrirá en la medida en que se desprenda del soberanismo retórico que conserva como tributo a sus orígenes. La realidad económica y social de Galicia le llevaría a compartir más planteamientos con Andalucía, por ejemplo, que con la lógica confederal de la Declaración de Barcelona y su corolario soberanista de financiación con solidaridad limitada.

De ahí el interés del discurso de Touriño. Su compromiso de no supeditar la solidaridad a la identidad, y de mantener una relación de lealtad con España y sus instituciones, obvia en un partido socialista, es objetivamente compatible con los intereses de un nacionalismo gallego maduro. En ese sentido, es histórica la fecha de ayer. No sólo porque pone fin a 16 años de gobierno de la derecha, sino porque abre la oportunidad de que Galicia se convierta en referente para unas reformas territoriales compatibles con la lógica y estabilidad del estado autonómico, y precisamente con la participación de un partido que en 1980 rechazó el Estatuto por considerarlo caciquil y colonialista.

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