_
_
_
_
_
CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El síndrome

La incredulidad de los compañeros de trabajo del joven islamista suicida me recuerda la que sentía aquella mañana, a mis diecisiete años, cuando me crucé con la mirada de mi primo en los periódicos. Terrorista detenido. Era el titular sobre su foto de estudiante. No dudé de que aquél periódico mentía. Me bastaba con atribuir la noticia a un comunicado policial y recordar que en España no había libertad de prensa. Suficiente para una joven francesa pariente de vascos antifranquistas.

Aquel temblor en las manos que aún evoco, se debía al temor de lo que pudieran hacerle a mi primo. En mi caso, era miedo mezclado con orgullo, porque la detención demostraba su condición de rebelde con causa.

La reacción de mis padres fue distinta. Su semblante reflejaba pesadumbre, pero no escondía el reproche al comportamiento violento atribuido a la organización subversiva. Rememoraban situaciones en las que la guerra aflora el lado más oscuro de los héroes. Yo entonces no quería saberlo, pero luego la vida me fue enseñando.

En otras dos ocasiones el periódico me ha devuelto la misma mirada errante de un joven ex alumno atrapado por el fanatismo. También entonces me sentí sorprendida. Pero en mi disgusto me preguntaba si, al concentrar mis esfuerzos en hacerme escuchar, había hecho caso omiso de unos síntomas que ya eran perceptibles en el aula.

Por eso, me resulta reconocible la expresión incrédula y dolorida -"me han quitado todo"- de ese tendero de Leeds que no puede asimilar que la televisión esté hablando de su hijo, al que antes de ayer creía controlado mediante el premio de las llaves del viejo Mercedes-Benz.

La nueva generación de muyahidines no proviene del desierto. Ha sido educada en Europa y ve los mismos telediarios que nosotros. Pero las imágenes que a nosotros nos resbalan, a ellos les refuerza en sus creencias y en su odio. Van a Pakistán a aprender en la madraza religión con explosivos, como mi primo iba a San Juan de Luz a empaparse del espíritu de resistencia de los gudaris reencarnados.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Cuando años más tarde comprendió el destino criminal a que inexorablemente abocaba aquel proyecto, hubo de aprender a sobrellevar una nueva vida de amenaza permanente.

También a mí me ha costado comprender que ETA sobreviva a la evidencia del fracaso de su proyecto demencial. Por eso, me temo que el síndrome de Leeds seguirá produciendo distintas especies de monstruos, retoños paradójicos de la modernidad. Ya sé que suena extraño, pero creo saber lo que estos jóvenes asesinos buscan en los garitos clandestinos de ideólogos y predicadores fundamentalistas. Igual que mi primo en sus ensoñaciones, estos jóvenes se imaginan la yihad como un atajo que les salva de un destino preparado por sus padres-tenderos al que no encuentran sentido. No sé si llegaré a acostumbrarme.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_