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Columna
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Vecinos

En Fuengirola hay tres días de luto, como hay banderas de luto en Torremolinos y los ciudadanos se reúnen en una plaza de Sevilla o Córdoba para compartir el dolor londinense. Los amigos ingleses hablan de locura: "Es una locura", dicen. Los británicos son aquí cotidianos, vecinos, y yo diría que el litoral de Málaga comparte los rasgos felices de Londres y sus 9 millones de habitantes de todo color y mentalidad. Aquí, como en Londres, conviven muchas maneras de trabajar, hablar, pensar, guisar, comer e incluso perder el tiempo.

Disfruto cuando voy al kiosco y encuentro periódicos en muchas lenguas y varios alfabetos diferentes, como si una multitud de mundos cupieran en el expositor de revistas. Voy al mercado y quiero enterarme de en qué lengua exacta habla la familia que espera en la misma cola que yo. Estoy al oriente de Málaga. El atentado de Londres se dirige contra esta manera de tomarnos la vida, plural y abierta, aquí y allí. Creo que existe afinidad entre los individuos crueles y el instinto de ser únicos, cerrados, puros, de una sola religión y un modo de vivir obligatorio para todos.

El enemigo que ha matado en Nueva York, Madrid y Londres me parece impreciso, turbio, gelatinoso, una fórmula o una palabra, Al Qaeda, sin localización fija, tentacular y ubicuo. Sus víctimas están en la oficina, van en autobús o en metro o en tren, y probablemente se manifestaban hace unos meses contra la guerra de Irak. La amenaza y el crimen existían antes de las invasiones en Asia, pero el disparate de Irak no sólo ha provocado miles de muertos y ha desatado una imprevisible guerra civil, sino que les da un emblema y un escenario a los secuaces de Al Qaeda, sea lo que sea Al Qaeda. Irak es ahora lo que fue Afganistán para los musulmanes que, sostenidos entonces por EE UU, luchaban contra los invasores rusos.

Lo geográficamente lejano parece estar muy cerca, aquí mismo. Hablo ocasionalmente con unos viajeros de Liverpool, de paso, en Nerja, entre Málaga y Granada. Lo que más desorienta es el enemigo impreciso, dicen, no es como cuando los alemanes de Hitler bombardeaban Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial. Tenemos amigos musulmanes, dicen, y miran alrededor y ven esta calle donde visiblemente se mezclan costumbres y tradiciones. Yo les comento que el Londres atacado se parece a esta costa, rica en diversidad moral, sin ortodoxias irrebatibles, plurinacional y abierta a tomar lo bueno de los otros, vengan de donde vengan, para mejorar la vida.

Nuestra identificación con los muertos y heridos, con todos los ciudadanos de Londres, no es retórica, no es una frase de cortesía emocional a distancia. Nuestra identificación y simpatía es literal. Compartimos los peligros, el miedo, el dolor de la época. Nuestra identificación reconoce que compartimos un destino, un mismo espacio moral y político. Creo que el luto de Fuengirola por Londres debería ser de todos nosotros, europeo. Pero lo raro es que precisamente en este momento la idea de Europa se debilita o se transforma en un lejano propósito improbable.

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