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Reportaje:CINE DE ORO

'Un día en las carreras'

EL PAÍS presenta mañana, por 8,95 euros, una genial comedia de los hermanos Marx

Fernando Savater

Ya no sé si aún queda algo por decir del humor de los hermanos Marx. Cuando los descubrí, hace cuarenta años, domingo más o menos, sus películas se proyectaban en modestos programas dobles de cines suburbiales y algo después reaparecieron en el horario infantil de TVE. Me bastó ver la primera de ellas -la del Oeste- para convertirles en ídolos obligatorios de mi variopinto santuario personal, junto a Boris Karloff o Peter Cushing y lejos de Antonioni. Aún faltaba tiempo para que el entusiasmo itinerante de los especialistas más empingorotados acabase por consagrarles como filósofos de nuestro absurdo vital, críticos clarividentes de nuestra modernidad mal cosida, psicoanalistas asilvestrados de los complejos colectivos que nos roen... Llegaron a estar tan encumbrados por los pedantes que reírse con ellos casi parecía una falta de respeto. Yo los veía como a esos amigos golfos con los que tanto me he emborrachado y a los que me encuentro luego directores generales de algo: no sé si guiñarles el ojo o pedirles una recomendación. Por suerte, parece que poco a poco regresan a estar donde solían -me refiero a los Marx, claro, porque los amigos ya no salen nunca de su calabozo con moqueta- y otra vez emigran del análisis existencial al sano cachondeo. Nos los devuelven, menos mal, a quienes seguíamos esperándoles...

Hay una pregunta trascendental que quienes somos filomarxistas (amantes de los hermanos Marx, claro) tememos más que ninguna otra: ¿cuál de sus películas se llevaría usted a una isla desierta... a una isla desierta, pero con vídeo, ni que decir tiene? La elección es mucho más dolorosa que la clásica de a quién queremos más, si a papá o a mamá. Optar por una película de los Marx renunciando a las otras es no menos dramático que sacrificar el ojo izquierdo para conservar el derecho. ¡Las queremos todas y, si es posible, una detrás de otra! Las comedias de los Marx están hechas para emborracharse con ellas... Sin embargo, puestos en el doloroso trance de escoger, cada cual tenemos nuestra favorita, aquella cuyo disparate nos toca más de cerca, es decir, se parece más al nuestro de cada día. En mi caso personal, por razones inconfesables, pero que quizá el amable lector intuye, me decanto por Un día en las carreras. ¡Ojalá todos los que he pasado en los hipódromos fuesen tan felices como el que nos proporcionan Groucho, Chico y Harpo junto a Maureen O'Sullivan en esa loca jornada inolvidable!

La película tiene de todo, por su orden y en proporciones excelsas. Para empezar -y para acabar y en medio, como siempre- está San Groucho, manifestándose en una de sus advocaciones más milagrosas. Nada menos que fingirá ser el doctor Hugo Z. Hackenbush, un veterinario capaz de curar cualquier dolencia humana con píldoras ligeramente menores que pelotas de golf y dispuesto a salvar un hospital a punto de caer en manos de feroces especuladores: con Groucho, la salud pública está asegurada, aunque sólo sea por la vía de la risoterapia... Abnegada y entusiasta, Margaret Dumont será su paciente más realmente paciente y jamás dudará de sus capacidades terapéuticas, aun después de sufrir un examen médico tan delirantemente riguroso que en él sólo se echa a faltar la autopsia. Pero como ya hemos aprendido película tras película, nadie más que Groucho tiene siempre la medicina que necesita para curarse de vapores y melancolías la incomparable dama. Yo creo que Margaret Dumont fue también, a fin de cuentas, otro miembro de la familia Marx, la hermana mayor de Groucho, Chico y Harpo, la Wendy de esos niños perdidos capitaneados por el Capitán Garfio en lugar de por Peter Pan...

En cuanto a Chico y Harpo, encuentran en este hipódromo para chalados dos de sus mejores papeles. Chico alterna la venta de helados tutti-fruti con la de soplos para la próxima carrera (lo que los aficionados llamamos tips). Lo único malo es que para descifrar sus sabios pronósticos hay que enredarse en tal cadena de obras de consulta y prontuarios enigmáticos que finalmente sus consejos salen más caros que jugar al azar... amén de que cuando por fin se logra llegar a alguna conclusión la carrera ya ha terminado, como descubre a su costa Groucho, por una vez burlado en lugar de burlador. Y Harpo es el jockey honrado e invencible, tan invencible que hasta sabe ganar cuando monta el caballo equivocado. Porque también hay un caballo, que se llama Chistera y que sólo corre cuando escucha la voz odiosa del mandamás depredador que quiere abusar del prójimo y fastidiar a los enamorados. ¡Cómo le comprendo! No hay mejor estimulante que la indignación, tanto para quienes deben ganar una copa saltando obstáculos como para los que nos pagamos las copas escribiendo en los periódicos.

Luego están los negros. Jubilosos, festivos, desmadrados y naturalmente víctimas, de los policías y de los gánsteres. Los hermanos Marx son de los suyos, inevitablemente. Entre ellos se encuentran como en casa. En una escena portentosa, más subversiva que cualquier pedante discurso de la dogmática izquierdista, los Marx se pintan la cara con betún y danzan revueltos con la juerga afroamericana, como tres negros más, para despistar a sus enemigos. Si debemos quedarnos con una sola imagen para lección de la memoria, que sea la de esos judíos disfrazados de negros brincando y riendo, indomables, en los EE UU segregacionistas de los años treinta, mientras Hitler devoraba tierras y conciencias en Europa. Ellos sí que tenían claro cuál debe ser la identidad cultural que hay que elegir frente a los protervos guardianes de lo identitario... ¡Benditos sean!

Groucho proclama su fidelidad

Un día en las carreras (1937) fue interpretada por Groucho Marx, Harpo Marx, Chico Marx, Allan Jones, Maureen O'Sullivan, Margaret Dumont, Leonard Ceeley, Douglas Dumbrille, Esther Muir, Sig Ruman y Robert Middlemass. Director: Sam Wood. Guión: Robert Pirosh, George Seaton y George Oppenheimer. Fotografía: Joseph Ruttenberg. Música: Franz Waxman.

Tras su paso por la Paramount, los hermanos Marx ficharon por la Metro Goldwyn Mayer, reclamados por Irving Thalberg. Su primer filme con la nueva productora fue Una noche en la ópera, y el segundo, en 1937, Un día en las carreras, película nominada a los Oscar de 1938, dentro de la categoría de mejor dirección de coreografía por la canción All God's children got rhythm. El humor marxista es inagotable. Señalemos una frase de Groucho de esta película: "Cásate conmigo y nunca más miraré a otro caballo".

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