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A pesar de las apariencias, algo se mueve en Galicia

Antón Costas

Aparentemente, los gallegos han votado como gallegos; es decir, parece como si no se supiese bien si suben o bajan; o mejor dicho, si se mueven hacia la izquierda o hacia la derecha. Aparentemente, porque bien mirado los resultados electorales dicen claramente que algo se mueve en Galicia. La sociedad gallega quiere experimentar innovaciones políticas muy similares a las que se han puesto en marcha en Cataluña. De hecho, el tripartito y Pasqual Maragall y Carod Rovira han estado muy presentes en todo el debate electoral. Pienso, como diré más adelante, que la experiencia catalana influirá en la combinación de políticas del nuevo Gobierno bipartito gallego.

Por lo dicho, mi opinión es que el cambio ya se ha producido en Galicia. Pero a los gallegos nos gusta dudar hasta el último momento, como ha demostrado el comportamiento del Celta en su reciente ascenso a primera, y nos hemos dado una prórroga. Pero esta prórroga que falta por jugar en el partido electoral gallego -es decir, la contabilización de los votos de los emigrantes- no alterará, según mis pronósticos, el resultado conocido. El disputado escaño de Pontevedra no se inclinará hacia Manuel Fraga. El Partido Popular necesita un número de votos que le permita recuperar los 8.000 que le separan de ese escaño en Pontevedra. Eso significa, según los propios cálculos de Fraga en la noche electoral, hacerse con el 70% de los votos de los emigrantes que votan en Pontevedra.

El voto del emigrante es un voto muy racional, poco ideológico o costumbrista

A mi juicio, eso no es posible. La razón es que, contra lo que a veces se piensa, el voto del emigrante es un voto muy racional, poco ideológico o costumbrista. Al emigrante lo que le interesa es que le garanticen el disfrute de aquellos derechos o privilegios de los que dispondría si viviese en España. En concreto, el derecho a la pensión y el derecho a la sanidad pública. Y eso el que se lo garantiza es el Gobierno del Estado. Si esta hipótesis es válida, el voto de la emigración gallega en estas elecciones tenderá a alinearse con el color del Gobierno que ahora hay en Madrid, de la misma forma que en las anteriores se decantó por el Partido Popular, y más atrás por los gobiernos socialistas de Felipe González.

Por cierto, aunque no sea el momento de ponerlo a discusión, creo que el papel del voto emigrante en las elecciones regionales merece una reconsideración. Sin duda, la magnitud del peso del voto emigrante en Galicia constituye una peculiaridad gallega con visos de anomalía. ¿Qué sentido democrático tiene que personas que viven fuera desde hace más de medio siglo y que en muchos casos no han nacido ya en Galicia, como son los hijos y nietos, decidan quién ha de gobernar los asuntos cotidianos de la gente que vive en Galicia? ¿Qué sentido funcional tiene que decidan qué carreteras se hacen, dónde se ponen las nuevas escuelas u hospitales, o qué actividades económicas se fomentan con los fondos públicos? Me parece justo que los emigrantes tengan derecho a voto en las elecciones generales para el Parlamento español, pero no veo ni justo ni eficiente que decidan quién ha de gobernar los asuntos cotidianos de la comunidad concreta de origen. Francia, con un problema similar pero de muchísima menos trascendencia electoral, ha creado una circunscripción electoral para franceses que residen fuera, que de esa manera tienen voz y representación en el Parlamento nacional, pero no en las regionales. En todo caso, éste es un tema que sólo podrá ser abordado cuando el voto emigrante haya perjudicado por igual a unos y otros.

En todo caso, el mapa de los resultados electorales del domingo es una buena radiografía política de la sociedad gallega y de las transformaciones económicas, sociales y demográficas que están teniendo lugar en su seno. Recoge e identifica claramente las dos Galicias existentes: la urbano-marítima, formada por el eje que va desde Ferrol hasta Vigo, pasando por A Coruña y Pontevedra, que tiene un fuerte dinamismo económico y demográfico, y por otro lado, la Galicia interior, centrada en las provincias de Ourense y Lugo, con escaso dinamismo económico y un fuerte retroceso demográfico y envejecimiento poblacional. La primera ha hecho mayoritariamente una opción a la izquierda y al nacionalismo, mientras que la segunda, con motivos para no querer arriesgar, ha votado de forma clara por los conservadores.

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Pero más allá de este comportamiento electoral moderno, hay dos resultados importantes que marcarán las políticas del nuevo Gobierno. El primero es que en todos los ámbitos territoriales, ya sean urbanos, semiurbanos o rurales, el voto se ha movido hacia el cambio de alternativa política, en particular hacia el Partido Socialista Galego de Touriño. Lo hace, eso sí, de forma minimalista y a veces casi imperceptible, pero eso es también coherente con la propia naturaleza del gallego, que practica el minifundismo hasta en sus comportamientos electorales y por eso es poco propicio a los cambios acompañados de mucho ruido y a las derrotas dulces; se trataba de sustituir a don Manuel, pero sin sangre ni afrentas inútiles. El segundo hecho que destacar es la caída, también en las cuatro provincias, del voto de los nacionalistas. Mi impresión es que estos dos hechos, unidos a la experiencia del tripartito, marcarán las políticas del nuevo Gobierno bipartito gallego, en el sentido de que pondrán el acento y las prioridades más en los problemas reales y en la recuperación del atraso económico de Galicia que en reinvindicaciones identitarias.

Mi conclusión, de acuerdo con mi hipótesis sobre el comportamiento racional de los emigrantes, es que, a pesar de las apariencias, el cambio ha llegado ya a Galicia y que la prórroga que durará hasta el lunes 27 no alterará el resultado. Ahora bien, haciendo de gallego, siempre es posible que sea todo lo contrario. En ese caso recordaré lo que en una ocasión me dijo Ernest Lluch cuando en el proceso de elaboración de mi tesis doctoral le fui a plantear mis dudas sobre si no estaría defendiendo una tesis errónea. "Chaval", me dijo, "sigue adelante, no sabes lo famoso que te puedes hacer siendo conocido como aquel que defendió una tesis errónea". El lunes lo sabremos.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona.

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