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Columna
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Galicia cercana

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que A Coruña caía más cerca de La Habana que de Madrid. Así me lo refirieron en una anécdota que el narrador adjudicaba, sin mucha seguridad, a Unamuno, junto con Valle-Inclán y Benavente, gran muñidor de frases ingeniosas y cuentos mayormente apócrifos. El suceso lo recuerdo así: a principios del siglo pasado, don Miguel contemplaba la partida, desde el puerto coruñés, de un buque que llevaba emigrantes a Cuba, cuando reparó en una mujer joven, llorosa y enlutada que agitaba un pañuelo de despedida. Se acercó a consolarla el escritor, al que se le supone no menos enlutado, y cuando le preguntó por los motivos de su pena (por decir algo, porque estaba clarísimo de qué iba el asunto) respondió la joven que lloraba porque su marido se iba a La Habana a buscar trabajo. "A lo mejor", comentó Unamuno, que no se hallaba en uno de sus mejores días, "podía haber encontrado algo en Madrid". "Ya, pero Madrid está mucho más lejos", concluyó la mujer, pues ya se sabe que en estos apólogos en los que se contraponen la sabiduría culta y la gramática parda corresponde decir la última palabra y redactar la moraleja a los personajes populares, porque lo contrario no sería ejemplo moral sino despiadada burla a costa de inocentes.

Madrid, más lejos no pero, desde luego, mucho peor comunicada que La Habana. Galicia estuvo aislada por la abrupta mole de Piedrafita y los engañosos portillos del Padornelo y la Canda, inaccesibles en el invierno, sierras y bosques, por malos caminos y peores carreteras, por la orografía y el Ministerio de Obras Públicas, la climatología y la Renfe, la incuria del poder central y la desidia de las autoridades locales instaladas en su particular reino de taifas. Los emigrantes que elegían Madrid no resultaban menos esforzados que los que afrontaban la ruta transatlántica, pues éstos al menos avizoraban la expectativa de un continente en el que los perros se ataban con longanizas. La mayoría de los inmigrantes gallegos de Madrid venían ya atados, recomendados por los respectivos caciques como amas de cría, o mozos de cuerda, cocineras, camareros, doncellas o serenos.

Otros gallegos, jóvenes y con más medios, no emigraban, se mudaban a la capital para hacer carrera en la Administración centralista y omnímoda. Fraga pudo quedarse en Cuba, pero eligió Madrid e hizo oposiciones para no estar nunca en la oposición. Cuando ocupaba su cátedra en la Universidad madrileña, decían de él sus colegas que le cabía todo el Estado en la cabeza, y una capacidad así de almacenamiento no se podía desaprovechar, sobre todo cuando el régimen de otro gallego superlativo andaba desaforado y perplejo por los caminos constitucionales buscando una forma de Estado, con ciertos -los mínimos- visos democráticos, para que cupiera, sin hacer mucho ruido, en el férreo esquema totalitario del caudillísimo. De lo que decían de Manuel Fraga sus alumnos no cuentan nada los papeles, pero se sabe que siempre tuvo con ellos sus más y sus menos, sus excesos y sus faltas. Algo debió de pasar, pues cuando don Manuel holló el Ministerio de Información y Turismo se dedicó a perseguir con especial esmero revistas, editoriales y producciones teatrales, musicales y culturales relacionadas con la universidad y con su entorno.

Luego, cuando se acabó el Estado que llevaba en la cabeza, Fraga no se hundió en el abismo y rápidamente rellenó el espacio vacío con otro Estado, más acorde con los tiempos pero no tanto, un modelo que propuso desde la oposición, una palabra odiosa para los estadistas, que siempre necesitan tener un Estado, aunque sea de excepción, entre las manos. Tras la derrota electoral, Fraga se refugió del otro lado del telón de grelos, con un Estado más pequeño en la cabeza, pero Estado al fin y al cabo, su Estado natal, al que había negado 33 veces, como estadista de la democracia orgánica y del Movimiento inmovilista. El Estado soy yo, sigue en su empeño, y por eso lanza apocalípticas soflamas a los votantes, si le abandonan, Galicia volverá "a los carros en los caminos, al caldiño y a la leche con castañas". De la emigración ni habla porque durante su mandato la despoblación sigue creciendo, aunque algo ha cambiado, ahora los que huyen tienen mejores carreteras.

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