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Columna
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Junio

Manuel Vicent

El mes de junio, tan luminoso, en el que grana la espiga, florece el mirto y el placer de la carne está a punto de romper las costuras de todos los trajes, arrastra el karma de la declaración de la renta. Un ejercicio tan desagradable debería haber sido asignado, como una forma laica de penitencia, para el tiempo de cuaresma, cuando los días son lívidos y el viento morado. Es una desgracia que el fantasma del inspector de Hacienda se apodere de nuestro sueño en estas noches de primavera mientras el ruiseñor canta en el castaño. Desde niño llevo asociado el mes de junio a los nísperos, al Corazón de Jesús y a los albaricoques. Habiendo quedado atrás las cerezas y las flores a María, en junio entran en celo los erizos, comienzan a cantar las cigarras, por los sembrados corren las polladas de las perdices y en el monte se pasean las zorras jóvenes con el pelo muy brillante soñando con gallinas. De niño el Corazón de Jesús me parecía una fruta roja, como un kaki envuelto en llamas, con unas espinas clavadas en él que lo hacían sangrar un zumo muy dulce. La Hacienda rompe ahora aquel encanto, pero junio aun puede ser peor si, en medio de la declaración de la renta, el médico pide que te hagas unos análisis de sangre y de orina. En este caso no sabrás a qué rabo de santo agarrarte. El mes de junio tiene fiestas muy señaladas: san Erasmo es abogado contra el mal de vientre; san Antonio de Padua es el patrón de los tenderos de pañerías y de mafiosos más o menos italianos; san Luis Gonzaga muestra el falo de un lirio en la mano como signo de pureza; sólo las hogueras de san Juan , que obligan a enloquecer a las serpientes negras, pueden remediar nuestra neurosis. Si en junio los enemigos de las frutas y hortalizas son el pulgón, las babosas y las orugas, el peligro para los ciudadanos lo constituye Hacienda, que llega acompañada de la astenia y el polen de primavera. Para defender a los tomates y berenjenas de las babosas basta con rodear la planta con un cerco de ceniza; en cambio, en este mes tan pegado a la felicidad, en que se cubren las calles con alfombras de rosas y espliego para que se deslicen sobre ellas los niños de la Eucarestía, es imposible apartar del espíritu el terror tributario. Si junto a la declaración de la renta uno se ve obligado a abrir el sobre de una analítica y se mezclan las bases imponibles con los hematíes, los linfocitos y la urea con el patrimonio, el colesterol con aquel ingreso no declarado, la inocencia perdida y el placer de junio estallarán bajo tus pies.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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