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Reportaje:

Líbano pierde el sueño de unidad

La oposición antisiria acude dividida a unas elecciones cruciales para la transición, que comienzan el domingo en Beirut

La ira desencadenada en Líbano tras el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri y el entusiasmo desatado por la retirada, hace un mes, de los soldados sirios han dejado paso a una sensación de frustración. Analistas, académicos y parte del electorado lamentan que los dirigentes más combativos contra la presencia militar de Damasco no hayan logrado formar una coalición en todo el país. En una etapa de transición crucial para el destino de Líbano, los caudillos político-religiosos, y también la concienciada sociedad libanesa, tienen ya la vista puesta en el día posterior a las elecciones que se celebrarán durante cuatro semanas consecutivas y que arrancan este domingo en la capital, Beirut.

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Además de la alianza de los chiíes prosirios, Hezbolá-Amal, que vencerá con autoridad en el sur, tres partidos tienen todas las papeletas para contar con notoria influencia en la Cámara de 128 diputados (64 cristianos y 64 musulmanes), pese a no lograr presentarse unidos: el movimiento del suní Saad Hariri, el del cristiano Michel Aoun y el del druso Walid Yumblatt. Los políticos más afectos a Damasco -los ex primeros ministros Omar Karame y Selim Hoss han renunciado a presentarse- están en desbandada.

La diabólica ley electoral, que determina el número de escaños que corresponden a cada una de las 17 confesiones que coexisten en un Estado del tamaño de Asturias y de cuatro millones de habitantes (dos tercios de ellos musulmanes), propicia que en gran parte de las circunscripciones se conozca el resultado antes de comenzar la votación, ya sea porque en un distrito se postula una única lista electoral o por la fuerza de algunos grupos en sus feudos. Los expertos aseguran que ya se conocen los nombres de entre 70 y 80 de los diputados, lo que en cierta medida desalienta al votante. Con todo, casi tres millones de libaneses se han inscrito para acudir a las urnas.

Los electores observan asimismo cómo los antiguos señores de la guerra (Yumblatt, Gemayel, Aoun) y los apellidos ilustres (Moawad, Hariri) continúan con sus habituales componendas. "El sistema político libanés es el feudalismo en una sociedad del siglo XXI", asegura una europea que reside en Beirut desde hace tres décadas. El miércoles, los tres principales partidos de oposición al régimen prosirio -el Partido Socialista Progresista, encabezado por Walid Yumblatt; el Movimiento del Futuro, liderado por Saad Hariri, hijo del gobernante asesinado en febrero, y el Movimiento Patriótico Libre, dirigido por el ex general Michel Aoun, recién regresado tras 15 años de exilio- anunciaron su fracaso a la hora de formar una coalición. La unidad mostrada durante las masivas manifestaciones por el magnicidio de Hariri y las que celebraron la retirada de los uniformados sirios tras 29 años, había hecho concebir la esperanza de que podría alcanzarse el pacto. No ha sido así. "La oposición ha fracasado en buscar una alianza para todo el país. Cuando los sirios ya están fuera, ¿qué significa la oposición?", afirma Chibli Mallat, profesor de Derecho de la Universidad de Saint-Joseph.

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"Hemos logrado la retirada siria. Se tiene claro que la violencia no puede regresar y se ha terminado con los tabúes en el discurso político, lo que no es poco. Pero estamos frustrados porque no se observa un liderazgo político acorde con el nuevo espíritu del país. Estamos constreñidos por el sectarismo político y hay desafección hacia el sistema electoral. La victoria es frágil porque Líbano está en el medio de inmensas turbulencias en Oriente Próximo", dice Mallat.

Las campañas tienen en Líbano poco que ver con las que se celebran en Europa. Los mítines son infrecuentes, los candidatos no presentan programa y ofrecen conferencias de prensa en sus, habitualmente, lujosos domicilios. Las fotografías de los candidatos cuelgan en las calles, pero cambian en cada distrito. La propaganda escasea y los partidos apenas debaten sobre problemas económicos o sociales. La actividad política no se encauza a través de los partidos. "Los líderes van de un lugar a otro, y se reúnen con los jeques y familias más influyentes", comenta un funcionario del Ministerio de Información. La población suele seguir las consignas de sus jefes locales.

El nuevo Parlamento deberá despejar interrogantes decisivos para un país que padeció una devastadora guerra civil (1975-1990) protagonizada por los hoy contendientes: ¿seguirá el presidente prosirio, Emile Lahoud? ¿Será capaz la nueva Cámara de sumar los dos tercios de los 128 votos para poner fin a su mandato? ¿Comenzará la reforma constitucional para desterrar el sectarismo religioso? ¿Se desarmará la milicia de Hezbolá, como exige la ONU?

Carina Perelli, directora de Asistencia Electoral de la ONU, sostiene la necesidad de comenzar el debate de una nueva ley electoral después de los comicios: "Líbano necesita un sistema electoral permanente que haga más estrictas las reglas de juego y que permita hacer previsiones a largo plazo. Es una cuestión clave. Va a ser un proceso muy largo y es mejor hacerlo en frío, a años vista de las siguientes elecciones". No será sencillo. Las sagas que rigen Líbano desde su independencia de Francia en 1943 no serán partidarios del cambio constitucional.

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