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Columna
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El prestigio del ruido

En El arte de medrar, al tratar de las cualidades necesarias para formar partidos o sectas, explica Maurice Joly que lo difícil no es imaginar teorías políticas o sociales, dado que toda idea buena o mala puede servir de bandera y que las cualidades de segundo orden no bastan. Por eso sostiene que fundar o impulsar un partido político de alguna importancia exige ante todo prestigio y añade después que "una gran reputación es un gran ruido" y que cuanto más ruido se haga, más lejos se llega. "¡El ruido!", concluye: "He aquí el prestigio". A esa convicción definitiva se diría que responde la actitud del Grupo Parlamentario Popular en el Congreso de los Diputados. Veremos si una vez más se verifica semejante apuesta en el debate sobre el estado de la nación fijado para mañana miércoles.

El pleno se iniciará con la intervención del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Y la costumbre establece que ese primer turno consista en la lectura de un texto apretado donde el Gabinete de Moncloa habrá cosido las aportaciones de los distintos ministerios, todos ellos muy celosos en el intento de lucir sus logros y minimizar sus errores durante el ejercicio sometido a examen.

Pero, más allá de lo que aporte esa enumeración omnicomprensiva, en las apreciaciones del público de a pie prevalece todavía el sentimiento de liberación experimentado tras la salida de José María Aznar de la presidencia. Por eso, el nuevo talante fue recibido como una bendición. Otra cosa es que empiece a cundir el desasosiego cuando asuntos fundamentales salen a la palestra pública y parecen faltar criterios en el vértice del poder.

Entonces algunos tenderían a presentar objeciones críticas de las que acaban por abstenerse en cuanto la oposición pepera se instala en el disparate maximalista. La serie se inició a partir del 11 de marzo de 2004. Primero fue la atribución contra todas las pruebas de la autoría de los atentados a la banda etarra. Luego, cuando hubo de reconocerse el origen de Al Qaeda, los del PP optaron por establecer una cooperación de ETA para terminar sosteniendo que los socialistas debían estar muy cerca de los terroristas de Atocha. Al frente de la orquesta mediática de la insidia, con liderazgo indiscutible en la siembra del odio, se situó la cadena de radio propiedad de los obispos, una vez más dispuestos a dictar deberes a los demás sin atender el mínimo cumplimiento de los propios.

Luego vino la asignatura de religión, que seguirá impartiéndose en las escuelas públicas y concertadas con profesorado seleccionado por el Ordinario del lugar y pagado con cargo a los presupuestos generales del Estado.

La única diferencia respecto a la situación heredada, que había sido impuesta unilateralmente por la ministra Pilar del Castillo, reside en la pérdida de valor académico. Pero ahí fue Troya y tuvimos un primer ensayo de las guerras en que todavía seguimos, ahora a propósito del matrimonio de los homosexuales. Muchos hubieran querido matizar la inicial propuesta socialista, por ejemplo buscando otra denominación distinta, que en absoluto mermara los derechos civiles de estas nuevas uniones, pero el estruendo ambiental del PP, dispuesto a servir de amplificador de la megafonía del Vaticano, se lo desaconsejó.

El caso es que cada vez que los desaciertos del Gobierno de Zapatero abrían una ventana de oportunidad crítica, la aparición de los guardias de corps Acebes y Zaplana del ex presidente Aznar con su fábrica de vídeos o del propio Mariano Rajoy servía para cerrarla de golpe. En esas circunstancias, las maneras del PP sirven para sostener el fanatismo entusiasta de los más convencidos pero suponen al mismo tiempo la renuncia al caladero del centro, donde se disputa la mayoría del electorado.

Además, las alianzas hilvanadas para esta legislatura, que en ocasiones amenazaban descoserse, salen reforzadas y se abaratan porque se aviva el recuerdo detestable de los años aznaristas. Y así llegamos a la cuestión territorial con las reformas abiertas de los estatutos del País Vasco, de Cataluña, de Andalucía y de los que sigan apuntándose. Unas reformas que necesitarán, como la de la financiación autonómica o la de la Constitución, primero el acuerdo en el interior del PSOE y, además, el respaldo del PP. ¿Seguirá el prestigio del ruido o regresaremos a la racionalidad? Mañana lo veremos.

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