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Reportaje:FERIA DE ABRIL DE CATALUÑA

'Andalucía me quita el 'sentío'

Andalucía me quita el sentío, reza una de las pegatinas promocionales que distribuye la Junta de Andalucía en la Feria de Abril. El miércoles por la noche se presentó por sorpresa el president de la Generalitat del brazo de Manuela de Madre. Maragall venía de la reunión con Chávez en Valencia y llegaba cansado tras largas horas de viaje en tren. Ahora que nos hemos convertido en una eurorregión con aspiraciones ferroviarias, Maragall predica con el ejemplo.

La llegada del presidente no estaba programada y se anunció, por razones de seguridad, en el último momento. Francisco García Prieto, presidente de la feria, salió cinco minutos antes de la caseta de la FECAC para recibir a Maragall en la entrada del recinto. La bienvenida fue muy efusiva. Después de estrechar la mano a García Prieto y besar a las consortes de los dirigentes de la FECAC, el presidente pronto se dio cuenta de que estaba abrazando a espontáneas que no formaban parte de la comitiva oficial y que se arrojaban sobre él como si fuera a salvarles la vida: la mayoría mujeres mayores, algunas con peineta, pendientes de aro y su mantoncillo. "Tú no sabes quién soy yo", le decían una tras otra, "pero yo a ti hace muchos años que te conozco". Los más jóvenes, en cambio, irrumpían en la comitiva para hacerse una foto, con el móvil, al lado del presidente, que accedía a todas las peticiones casi sin aliento, pero sin rechistar, sabiendo que su obligación es conocer a todo el mundo. Aunque los mossos destinados en Sant Adrià se hacen cargo de la seguridad de la feria, el presidente iba escoltado por agentes del Cuerpo Nacional de Policía. Andando entre fotos y abrazos, tardó 20 minutos en llegar a la caseta de la FECAC, donde le dio la bienvenida una multitud enardecida por Moncho, que estaba cantando Me'n vaig a peu, de Serrat.

El presidente apenas estuvo cinco minutos en el concierto de Moncho. Miquel Iceta y compañía le estaban esperando en la caseta del PSC para cenar. Maragall tuvo que volver a emplearse en abrazos y cariño, el contacto físico, la foto. El presidente parecía agotado. "Una mica més de garbo, Pasqual", le decía Manuela de Madre. Al llegar a la jaima del PSC, se sentó con sus correligionarios. Le sirvieron embutidos y pescado frito, pero apenas comió nada y prefirió relajarse con un cigarrillo. Una mujer lo observaba escandalizada desde la barra: "Es la primera vez que veo a un presidente de la Generalitat fumando en público".

Diez minutos más tarde, Maragall y Manuela de Madre se levantan y salen de la caseta acompañados por su cicerone, Josep Maria Sala, que se conoce al dedillo la Cataluña del clavel. Visitan la caseta de Amigos de Isla Cristina, donde saludan a los vecinos de la Rambla de Prim, gente de izquierda afín al partido. Al salir, un paquistaní obsequia al presidente con una rosa y un clavel. Maragall regala la rosa a Manuela de Madre y el clavel a una joven de su comitiva. Sala le indica que todavía les queda otra caseta por visitar, la de la Casa de Andalucía en Barcelona, controlada por el sector oficialista del PP. "Aquí tenemos que entrar", oigo decir entre los asesores de Maragall. El recibimiento es igualmente efusivo. Los votos no sólo se ganan, a veces también se roban.

El paseo ha terminado. El presidente está agotado. Son casi las once. No ha habido tiempo de probar las gambas abrigadas ni el chorizo al infierno. Antes de salir, Maragall se acerca a un furgón de feria donde venden chucherías. Sabe lo que busca. Sin dudar, compra por tres euros un calabazate, una pastilla enorme de calabaza confitada envuelta en un filme de plástico transparente. Pura glucosa. Desprecinta la golosina, pero el calabazate es para todos. Manuela de Madre dice que está riquísimo e invita. A las puertas del recinto, el presidente todavía se deja saludar por sus admiradores, pero esta vez se disculpa porque tiene la mano pringada de azúcar. Al salir de la feria, me doy cuenta de que nos hemos zampado la pastilla entre el presidente, Manuela y yo.

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