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Columna
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Para honrar la memoria

Rosa Montero

La Diputación Provincial de Zaragoza ha editado un precioso librito facsímil (el original es de 1933) titulado Opiniones de mujer. El volumen reúne cuatro conferencias de la que fue la primera alcaldesa de la República en España, María Domínguez, junto con un largo prólogo de Hildegart, esa curiosa y trágica niña prodigio que fue concebida por su madre, Aurora Rodríguez, para que fuera el prototipo de la Mujer Libre. Aurora educó a su hija con extremo rigor y consiguió convertirla en una rareza, en una especie de animal de feria: Hildegart acabó dos carreras universitarias siendo todavía adolescente y con dieciocho años ya publicaba en diversos periódicos y era un personaje muy conocido. Su prólogo tiene un tono marisabidillo que resulta enternecedor, porque demuestra que, pese a toda su precocidad, Hildegart seguía siendo muy joven, casi una niña. Y cuando esa niña quiso independizarse y marcharse a vivir a Londres, cuando quiso ejercer su famosa libertad de Mujer Libre, su madre le pegó tres tiros. Hildegart tenía diecinueve años.

Pero esta historia truculenta y siniestra es bien sabida, mientras que el personaje principal del libro, María Domínguez, es una mujer totalmente olvidada. Un apunte biográfico firmado por Pilar Maluenda y Julita Cifuentes explica que María, hija de campesinos, nació en un pueblo de Zaragoza en 1882. Se alfabetizó de forma casi autodidacta, contra el parecer de su madre, que consideraba que esos saberes no eran femeninos: "¿Pero es que le vas a consentir que aprenda a leer?", le espetaba al padre. Cuando cumplió dieciocho años fue obligada a casarse con un pretendiente escogido por la familia, un hombre que la pegó durante siete años y del que terminó huyendo sólo con lo puesto y "a pie por el monte", como contó ella misma tiempo después. Denunciada por su marido, fue puesta en "busca y captura" y perseguida por la policía: era el año 1907, y ni las leyes ni la costumbre social amparaban a las mujeres. Pero tuvo suerte: no fue detenida. Trabajó de sirvienta en Zaragoza y luego compró una máquina para hacer medias. También empezó a publicar artículos en la prensa, una proeza verdaderamente extraordinaria para una campesina autoinstruida, porque por entonces escribían muy pocas mujeres en los medios y todas provenían de un entorno acomodado y habían recibido una educación formal.

Regresó al pueblo y su vida siguió siendo pobre y dura. Recogía aceitunas, confeccionaba medias. Y aguantaba las cerrilidades de sus convecinos, que no admitían que una mujer pudiera estar separada de su marido: "Anda, zorrón, después que te has cansado de correrla por el mundo, vienes aquí porque ya no vales". A los 44 años, tras la muerte de su esposo, volvió a casarse con Arturo Romanos, un esquilador viudo y de ideas socialistas con quien se trasladó a vivir al pueblo vecino de Gallur. María también se declaraba socialista, aunque nunca se afilió a ningún partido. En sus conferencias, elocuentes e inocentes, muestra un pensamiento moderado y bienintencionado, un deseo de concordia y de paz, una obsesión por la educación de todos y especialmente de las mujeres.

En 1932 se convirtió en la alcaldesa de Gallur: tenía 50 años. Hay fotos de ella: una señora de pueblo pobremente vestida de negro, como todas las señoras de pueblo de la historia, con una cara fatigada y amable y un conmovedor aspecto de ama de casa rural. Entre sus manos, el insospechado bastón municipal más parece una vara para arrear las vacas que una enseña de poder. María intentó sanear las cuentas del Ayuntamiento, construir escuelas. Pero eran años convulsos y duró poco. En 1933 dejó la alcaldía y siguió con su pequeña vida, dando clases a niños. El 7 de septiembre de 1936, mes y medio después del comienzo de la Guerra Civil, los fascistas la subieron a un camión con otros tres hombres y la fusilaron; seis días después ejecutaron también a su marido. Que mataran a alguien como María, de ideas tan templadas y tan cívicas, muestra el arbitrario horror de aquellos tiempos. Me la imagino en su último trayecto, entera y luchadora como siempre fue. Me la imagino con sus gastadas ropas negras de campesina, aguantando estoicamente ante los rifles. Quizá pensó, al morir, que sus ideales estaban siendo derrotados. Pero la emancipación de la mujer y el desarrollo de una sociedad más democrática son logros que se han ido consiguiendo gracias al arrojo de María y de otros hombres y mujeres como ella. Hay muchas personas en nuestro pasado que, como la alcaldesa de Gallur, fueron esforzadas pioneras de todo lo que hoy somos. Qué pena que no podamos recordarlas a todas, honrar su memoria, darles las gracias.

http://www.rosa-montero.com

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