_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El paréntesis

La asunción de la tradición republicana anterior a la Guerra Civil es un rasgo que distingue a la cultura política catalana en relación con el resto de España. No en vano la transición a la democracia tuvo un hecho excepcional de ruptura con el franquismo que fue el restablecimiento de la Generalitat republicana y el regreso del exilio de su presidente Josep Tarradellas.

Así, las referencias y los mitos históricos e institucionales se atienen a una continuidad histórica que no se da más allá del Ebro, donde el periodo de la II República, con sus instituciones y personalidades, se mantiene entre paréntesis. Las resistencias opuestas en Salamanca al retorno de los fondos de archivo requisados como botín de guerra en Cataluña indican algo más: que el alcance y el significado de la contienda civil de hace casi 70 años no han sido asumidos ni revisados, de manera suficiente, en las provincias y ciudades que fueron escenario de la puesta en marcha del régimen franquista.

En Cataluña, el discurso político oficial estableció, a partir de 1980, un paréntesis sobre un periodo mayor y más decisivo de la historia: nada menos que dos siglos largos, los transcurridos entre la supresión de las instituciones medievales, en 1714, y la instauración de un régimen de autonomía, en 1931. Un paréntesis que encierra la recuperación de la economía catalana en el siglo XVIII y su modernización en el XIX, la guerra contra la ocupación napoleónica, la vocación de "fábrica de España" y todo el rico movimiento liberal, republicano, federal, sindical y catalanista, sin el que no se explica la crisis final de la monarquía, la llegada de la II República y la obtención de la autonomía. Las instituciones y las personalidades de esos dos siglos largos raras veces son incorporados a un relato político de la historia que parece perpetuarse.

Desde hace unas semanas, este paréntesis es notorio en dos escenarios importantes y distintos como son la programación de noche de TV-3 y una exposición conmemorativa de los 25 años del restablecimiento del Parlament. Cuando la televisión pública propone a los espectadores una selección de personajes históricos entre los que escoger un favorito de la historia de Cataluña, se supone un ejercicio de ponderación, difícil de apreciar en este caso. Requisito más sensible si se trata de un programa nocturno de máxima audiencia. La muestra de personajes seleccionados en el programa El favorit adolece de las ausencias y descompensaciones propias de ese discurso político que coloca entre paréntesis los años decisivos para la formación de la Cataluña contemporánea.

De 13 personajes, ocho pertenecen al ámbito político y también ocho a la historia anterior a 1714. Cinco de los políticos están en esta situación: Ermessenda de Carcassona, esposa del conde Ramon Borrell de Barcelona (siglo XI); el rey Jaume I y el almirante Roger de Llúria (siglo XIII); Pau Claris, presidente de la Generalitat entre 1638 y 1641, y Rafael Casanova, conseller en cap del Consell de Cent de Barcelona hasta el 11 de septiembre de 1714.

Tras un salto de algo más de dos siglos vienen los tres restantes: los presidentes de la Generalitat republicana Francesc Macià y Lluís Companys, y el dirigente de la Lliga Regionalista Francesc Cambó. Otros tres personajes acentúan la nota antigua y romántica: el escritor Joanot Martorell y Roderic Borja, el papa Alejandro VI (siglo XV) -ambos valencianos-, y el bandolero Joan de Serrallonga (siglo XVII). Completan el eventual panteón televisivo el sacerdote poeta Jacint Verdaguer (siglo XIX) y el músico Pau Casals (siglo XX).

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Idéntico paréntesis se aprecia en la evocación que el Parlament ofrece de su propia historia. Los diputados elegidos con los estatutos de autonomía de 1932 y 1979 aparecen como los lógicos continuadores de los nobles, eclesiásticos y mercaderes que formaban los tres brazos -militar, eclesiástico y ciudadano- de las antiguas Cortes Catalanas, de las que nació la Generalitat o Diputació del General como una delegación permanente.

Nada que objetar desde el punto de vista de la complacencia corporativa, pero sí desde el mensaje político y social propio de una Cámara de representación de los ciudadanos. La idea de continuidad entre las instituciones representativas medievales y las democráticas

es inseparable del proceso de construcción del parlamentarismo contemporáneo y de la conquista del derecho de sufragio universal. Sin olvidar que la recuperación imprevista del nombre de Generalitat el 21 de abril de 1931 no pasa de ser una solución de conveniencia entre las dos repúblicas proclamadas el mismo día 14 en Barcelona: la República, a mediodía, por Lluís Companys, desde el balcón del Ayuntamiento, y la República Catalana, por la tarde, por Francesc Macià, desde el balcón de la Diputación Provincial

¿Dónde queda el recuerdo para nuestros liberales, republicanos, federales, sindicalistas y catalanistas, si los herederos y beneficiarios de sus luchas no los reconocen? Las figuras de Estanislau Figueras y Francesc Pi i Margall, los dos presidentes catalanes de la I República, gozan hoy de escasa memoria. Como antes el general Juan Prim -principal dirigente español de la mayor revolución democrática de la historia de Cataluña, en 1868-, Pi i Margall ha sido una de las figuras políticas más populares hasta entrado el siglo XX. Bien es cierto que la I República tuvo cuatro presidentes en sus 11 meses de vida, pero las derrotas no son un demérito en el panteón de los buenos catalanes.

El historiador, periodista y diputado de la primera Esquerra Republicana de Catalunya Antoni Rovira i Virgili evocaba la figura de Valentí Almirall como el más directo predecesor de Francesc Macià. El centenario de la muerte de este republicano federal, librepensador y fundador del catalanismo ha sido celebrado con más interés en el plano académico que en el político e institucional. Incluso el conservador Enric Prat de la Riba, fundador del primer partido catalanista -la Lliga Regionalista- y artífice de la primera y modesta Administración catalana -la Mancomunitat de Diputacions Provincials de Catalunya, en 1914-, comienza a desaparecer de un discurso político-histórico que se perpetúa con sorprendente unanimidad.

Jaume Guillamet es decano de la Facultad de Periodismo de la UPF.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_