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Reportaje:EN BUSCA DE UN PAPA | La historia de los cónclaves / 5 y 6

La elección papal durante la quiebra de la cristiandad

Lutero cuestiona en el siglo XVI la curia y el papel de los pontífices

En 1517 un agustino alemán, Martín Lutero, proclamó sus 95 tesis contra las indulgencias que se vendían para sufragar las obras de San Pedro. Se escenificaba el principio del fin de la vieja Cristiandad. Un año antes, el mismo pontífice que posteriormente excomulgara a ese joven monje, León X, ordenado cardenal por su tío Inocencio VIII a la edad de 13 años y elegido Papa en 1513 con 38 años, se reconocía en el Concilio de Letrán, con "autoridad sobre todos los concilios". Se vulneraba así la doctrina conciliarista afirmada en Constanza.

En la historia del cristianismo los debates sobre la supremacía o no del Papa sobre los concilios (curialismo frente a conciliarismo), la infalibilidad pontificia, la naturaleza y límites de su primacía sobre la autoridad civil, la catolicidad o universalidad de sus potestades y de la Iglesia de Roma han influido en la elección hasta un punto tal que es difícil evaluar el margen de que disponía el Espíritu Santo. Es posible que sea el aliento divino el que ha dado continuidad a la elección a pesar de las tensiones. Ya el establecimiento del Cónclave por Gregorio X (1274) fue destinado a evitar largas sedes vacantes provocadas por tensiones entre los electores y presiones del poder temporal.

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A pesar de la sistematización gregoriana del ritual, injerencias hubo a lo largo de toda la época Moderna antes, durante y después de cada elección. Los cardenales se enclaustraban cum clavis, con doble cerradura. La llave interior era custodiada por el camarlengo y la exterior por el maestro del cónclave. La elección podía hacerse por votación secreta, logrando dos tercios de los votos, pero también por aclamación (inspiración) a propuesta de uno o dos cardenales o por consenso entre varias facciones de votantes. Esto daba amplio margen de maniobra.

La cabeza de la Iglesia desempeñaba un peso fundamental en la época de la conquista de Nuevos Mundos, cuando el turco amenazaba por mar y tierra y Lutero clamaba contra la Curia, cuestionando la primacía de la autoridad espiritual sobre la temporal y el principio de que sólo el Papa interpretara las Sagradas Escrituras y convocara concilios. La excomunión del agustino era paradójica, viniendo de un pontífice "picado de vicios" como León X y hacia un monje insignificante, aunque ya su doctrina sobre la fe, apoyada en el mensaje de San Pablo sobre la justificación, ponía en jaque a teólogos como Johannes Eck y conmocionaba a la cristiandad. Lutero apuntaló y protegió esta opción bajo el principio cuius regius, eius religio, parapetando su Reforma detrás de la artillería de los príncipes.

Producida la fisura en la cristiandad, la Curia se fue renovando. Las tensiones no dejaron de producirse en cada elección y después. Paulo III, por ejemplo, había quedado muy cerca de la tiara pontificia en las dos elecciones previas a la de 1534 en que fue aclamado. Miembro de una poderosa familia romana, Alessandro Farnese, designado cardenal decano por Alejandro VI y protegido de Lorenzo el Magnífico, en cuyo entorno forjó amistad con León X, creció con los Borgia, della Rovere y Medici, desarrollando unas dotes diplomáticas que le ayudaron a lograr treguas entre el emperador y Francisco I. A pesar de las discrepancias del primero con el Pontífice, éste, dos años antes de la muerte de Lutero, inauguró el Concilio de Trento. Esto ocurría 13 de diciembre de 1545. El Papa ya consideraba irreversible la ruptura. El emperador vio naufragar todos sus intentos de llevar las sesiones del Concilio a territorio alemán.

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Paulo III, como muchos de sus predecesores y sucesores, practicó intensamente el nepotismo. A pesar de ello, en las décadas siguientes el grueso de las decisiones que afectaron a la elección papal se concentraron en mejorar la calidad del cuerpo electoral. Las críticas de Lutero contra el nepotismo y la parcialidad dentro del cardenalato debieron ser estímulo para los cambios, aunque contra todo esto también clamaron católicos desengañados. Lo refleja la tragicomedia Lisandro y Rosalía, de Sancho Muñón (1542): "Allí serán atormentados muy cruelmente los papas que dieron largas indulgencias y dispensaciones sin causa, y proveyeron las dignidades de la Iglesia a personas que no las merecían, permitiendo mil perversiones y simonías". Sixto V debió librarse de las llamas pues fue el que más combatió, ya en los años ochenta del siglo XVI, el nepotismo del Sacro Colegio y la falta de formación de algunos de sus miembros, que adolescentes accedían ya a la dignidad cardenalicia, como ocurriera con León X y con varios nietos de Paulo III.

En la Dieta de Nuremberg de 1522, antes de que Alessandro Farnese, fundador del Sactum Officium Sactissime Inquisitionis, accediera al pontificado, Adriano VI, promovido por Carlos V a la tiara pontificia, reconoció que "durante algunos años muchas cosas abominables han tenido lugar en esta Santa Sede", de modo que "todos nosotros, prelados y clero, nos hemos desviado del camino recto". El pontificado del erasmista y antiguo deán de Lovaina terminó el año siguiente, sin que desarrollara sus proyectos renovadores. Sus sucesores, desde Clemente VII, se enfrentaron y fracasaron más tarde ante el problema inglés planteado por Enrique VIII.

De este modo, mientras Roma perdía catolicidad, una Iglesia rearmada doctrinal e institucionalmente en Trento impulsó la recristianización de los fieles en Europa y la misión en otros continentes. Urbano VIII, que condenó a Galileo y Jansenio, promocionó la predicación en Líbano (1625); China y Japón, cuya cristianización dependía de los jesuitas desde 1585, se abrieron a todo tipo de misioneros (1633); condenó todo tipo de esclavitud para los indios americanos (1639) y fracasó en sus esfuerzos de restablecer la Iglesia romana en Inglaterra. La universalidad cedía paso ante la cruzada misionera dentro y fuera de Europa, empresa en la que convergían los intereses de la tiara y el cetro. El signo de los tiempos marcados por príncipes y cardenales permitió, no obstante, al Espíritu Santo en cada elección papal encontrar resquicios dentro del libero arbitrio de la historia.

Tomás A. Mantecón Movellán es profesor titular de Historia Moderna en la Universidad de Cantabria y autor de Contrarreforma y religiosidad popular.

Retrato de Martín Lutero pintado por Lucas Cranach el Viejo en 1532.
Retrato de Martín Lutero pintado por Lucas Cranach el Viejo en 1532.

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