El sosiego de Mark Knopfler conquista el Palau Sant Jordi
Camisa blanca, tejanos, guitarra en ristre y saludo con ambas manos. Eran las 21.43 horas y Mark Knopfler estaba anoche en el centro del escenario del Sant Jordi, recibiendo una cegadora cascada de luz blanca que denotaba su absoluto protagonismo. Los flashes de decenas de cámaras centellearon con nerviosismo captando el instante, primero de los muchos momentos gozosos que esperaban a las 13.000 personas que se dieron cita en el recinto olímpico para seguir la actuación del cantante y guitarrista británico.
La primera canción, Why aye man, ya espoleó las primeras palmas entre el público, proclive a apurar cualquier detalle de un concierto marcado por la sobriedad. Porque sobrio era el escenario, sin pantallas de vídeo y sin más decoración que las respectivas tarimas de batería y teclados. El equipo de luces, igualmente parco, dio el juego necesario para iluminar al sexteto, cuya segunda pieza fue Walk of life. Se redoblaron los aplausos y aumentó el griterío emocionado reconociendo la popularidad de la pieza, y la existencia comenzó a encarar un repertorio que superó las 15 canciones. En su tramo final deparó éxitos como Brothers in arms, Money for nothing o So far away, luego de que en la mitad del concierto sonase entre el reconocimiento entregado de la asistencia la celebérrima Sultans of swing.
Con antelación, el público, adulto, comedido y educado como el propio Knopfler, acudió de forma escalonada al recinto. Para ajustar el aforo a la capacidad de convocatoria del artista, un telón hizo avanzar el escenario más de lo habitual, de manera que la capacidad del Sant Jordi perdió algún millar de localidades. Es ya casi una norma que la adecuada ubicación del escenario facilite que un artista casi nunca tenga la sensación de pinchar en el recinto olímpico, que lleva camino de convertirse en milagroso gracias a este pequeño ardid.
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