Cherie Blair: niños, carrera y dinero
Cherie (querida en francés) es un nombre duro de llevar frente a la prensa más feroz del mundo. Los tabloides de derechas la han convertido en su objetivo predilecto. A lo largo de los años, la han bautizado con todo tipo de apodos amables: La Zarina, Lady Macbeth, La Reina de Saba, Cherie Antonieta e, incluso, La Bruja Mala. Saben que, al atacar a Cherie, alcanzan a Tony. Dos presas por el precio de una. Representan todo lo que algunos comentaristas odian: una mujer de origen humilde que ha alcanzado un éxito brillante y que, además, sigue siendo de izquierdas.
Al parecer, lord Rothermere, propietario del Daily Mail, el principal hostigador de la primera dama, quedó horrorizado una tarde en Downing Street cuando Cherie sacó el pecho para dar de mamar al pequeño Leo. Cherie se considera, a menudo con razón, injustamente vilipendiada. Pero desarmar a esta prensa hostil es una tarea imposible.
Dos jóvenes abogados comen en un 'pub'. Tony tiene 23 años, y Cherie, 22. A la hora de la cena siguen ahí. "Debió de ocurrir algo", dijo Tony 20 años después
Cuando se conocen, la política interesa a Tony y apasiona a Cherie. Él es laborista por elección; ella, por identidad; creció en un barrio obrero
Cualquier cosa es un pretexto para lanzar diatribas. Y, en primer lugar, su aspecto: un pantalón demasiado vistoso, un lápiz de labios demasiado fuerte o una sonrisa torcida. Y, en segundo lugar, sus modales o su pretendida falta de estilo: un sombrero olvidado, un bostezo en público, una reverencia no realizada ante la Reina. Durante mucho tiempo, Cherie no se encontró a gusto consigo misma: "Siempre me he considerado como un cerebro, no como una belleza". Después de todo, es abogada, no top model.
Para reconciliarse con su cuerpo y "reciclar las ideas" se puso a hacer gimnasia tres veces por semana. Probó la medicina alternativa y la acupuntura, llevó un pendiente de efectos benéficos, probó los baños de barro y experimentó con los cristales y los imanes. Se encomendó a los cuidados de varias mujeres, terapeutas dudosas, autoproclamadas consejeras de por vida.
Todo empezó en un 'pub'
La escena transcurre en Londres, alrededor de la Navidad de 1976. Dos jóvenes abogados en prácticas comen en un pub de Covent Garden. Tony tiene 23 años y Cherie 22. Él es un tipo sonriente, seguro de sí mismo, recién salido de Oxford. Ella es brillante, un poco tímida y arrastra un ligero acento de Liverpool. Ambos tienen inmensas ambiciones. A la hora de la cena, siguen ahí. "Debió de ocurrir algo", comentaba Tony, divertido, 20 años más tarde. Cherie, fatalista y hechizada, dio su propia explicación: "Cuando uno sucumbe a su encanto, ya no puede recuperarse".
Sin embargo, entre Cherie Booth y Tony Blair la rivalidad hubiese podido acabar con el idilio naciente. Porque, en el bufete en el que están de prueba, al acabar el año -y lo saben- sólo hay lugar para uno de ellos. "No me gustaba en absoluto", dijo más tarde. "Me habían prometido que sería la única candidata". Tras terminar primera de su promoción de juristas en la London School of Economy, acumula más méritos que él. Trabajadora obstinada, impresiona por su inteligencia. A la hora del almuerzo se alimenta a base de bocadillos con la cabeza metida en los libros.
Tony la encuentra "un poco difícil", pero "muy diferente": "Era una fuera de serie". El joven obtuvo el codiciado empleo, pero el amor ya había triunfado.
Cuando se conocen, la política interesa a Tony y apasiona a Cherie. Él es laborista por elección; ella, por identidad. Por las venas de Cherie corre sangre de inmigrantes irlandeses. Creció en un territorio obrero: un abuelo minero, otro marinero, un padre que fue un joven izquierdista y una madre ex empleada en un fish and chips (establecimiento que sirve pescado y patatas fritas). A los 16 años se afilió al Partido Laborista atraída por la "juventud socialista" y "para conocer chicos más fácilmente". Un año antes, proclamaba con una pizca de petulancia -sus amigas de entonces lo recuerdan- querer ser un día la primera mujer en dirigir el país. Margaret Thatcher le impidió cumplir esta promesa.
Entre Tony y Cherie también está presente Dios. Son creyentes fervientes: él es anglicano y ella católica, y su fe cristiana les acerca. Se casarán en 1980 en una capilla anglicana de Oxford, pero, más tarde, bautizarán a sus cuatro hijos. Tony se describe como un "cristiano ecuménico". Sin convertirse a la religión de Cherie, irá a misa y comulgará en familia, "porque es importante rezar juntos". Cherie solicitará una audiencia a Juan Pablo II. La recibirá, y Tony irá con ella, en febrero de 2003, en vísperas de la guerra de Irak. Insigne honor, su huésped dará una misa privada para ellos. Desde Churchill, ningún primer ministro británico, y menos aún su esposa, había sido recibido por un Papa.
La joven Cherie tiene algo de lo que vanagloriarse, dudoso en su opinión: su padre, llamado Tony Booth, célebre actor de una comedia de televisión, pero también alcohólico y voluble. Tras desaparecer varias veces, terminó por abandonar el hogar cuando Cherie tenía nueve años. Gale, madre coraje, se mataba a trabajar por sus dos hijas, que se criaron en casa de los abuelos paternos. El progenitor infiel dará a Cherie cinco hermanastras nacidas de otras tres mujeres. Conservará en carne viva esta herida secreta infligida durante la infancia, lo que explica su sensación, a menudo irracional, de inseguridad afectiva y material. En Tony Blair ve enseguida, bajo el encanto, al compañero leal, sólido y protector que busca.
Un pacto
Recién casados, los Blair establecen un pacto: el primero de los dos que sea elegido diputado se dedicará a la política; el otro será abogado y alimentará a la familia. En 1981, Cherie se presenta, sin éxito, como candidata. En 1982, Tony es derrotado en las elecciones parciales. Cherie ruega a su padre, en la cima de su gloria, que acuda a sus mítines para firmar autógrafos. ¿Es más de izquierdas que su marido? Un poco, sin duda. Pero aboga, como él, por un laborismo modernizado, lejos de la orientación izquierdista encarnada por los dirigentes de entonces, Tony Benn y Michael Foot. En el fondo, es una partidaria de Blair antes de tiempo.
En las elecciones generales de 1983, es "el marido de la candidata", un papel de consorte que no le gusta demasiado. Por suerte, en el último momento también puede luchar por un escaño, en Sedgefield, en el condado de Durham. "Un día partió hacia el norte", dice Cherie, "y ya no volvió". Se convierte en diputado. Ella no. Cherie seguirá militando, pero la decisión está tomada: un político en el hogar es más que suficiente. En 1984 nace su primer hijo, Euan. Para ella, la política ya sólo se situará en tercer lugar, tras la familia y el trabajo.
"Empecé siendo la hija de alguien, ahora soy la mujer de alguien", bromea. "Sin duda terminaré siendo la madre de alguien". Falsa modestia, por supuesto. Porque, además de sus tres papeles, también es ella misma, la señorita Booth, abogada de renombre: "Las Booth somos mujeres fuertes. No había más remedio".
En un libro que ha coescrito, publicado en 2004, The goldfish bowl (La pecera de peces de colores), Cherie cuenta la vida en Downing Street de los seis cónyuges de primeros ministros que la precedieron desde 1955. Ninguno se ganaba la vida trabajando. Es la primera first lady con un salario. Es también la primera, desde 1908, que cría una familia. Es, por último, la primera en tener un hijo a los 45 años, Leo, que nació en 2000.
"Cherie Booth, Q. C." (Queen Council: consejera de la reina) "recibió la seda" -bonita expresión- en abril de 1995. En otras palabras, alcanzó la cima de la profesión de abogado con sólo 40 años. Tras dejar los sumarios sindicales, que le aburrían un poco, se ha especializado en derechos humanos. Su última cliente célebre se llama Shabina Begum, una estudiante que acaba de lograr el derecho a llevar en el colegio el yihab, el vestido musulmán tradicional.
En 1999, con algunos compañeros, fundó Matrix, un bufete de un estilo nuevo, menos jerarquizado, más relajado. Analista fuera de serie, disecciona de maravilla un sumario. Amable en los despachos, está totalmente alerta durante los juicios, vestida con toga, peluca y peto blanco, entre su caja de pañuelos de papel y su botella de agua mineral Volvic.
"No soy Cenicienta", dice. En realidad pertenece más bien a la categoría Supermujer triple C: children, career, cash (niños, carrera y dinero). A Cherie le gusta recordar que durante mucho tiempo dio de comer a la familia. Tony, ligeramente molesto, dijo un día: "No es que importe mucho, pero no ganaba mucho más que yo". Diputado de la oposición, padre cariñoso y moderno, en aquella época tenía tiempo para ocuparse de sus tres hijos muy pequeños: "A veces me volvían loco, pero me mantenían sano de espíritu. Llevar una vida normal me ha ayudado en política".
Instalada desde mayo de 1997 en Downing Street, la familia Blair vive justo "encima de la tienda". No en el número 10, sino en los 11 y 12, en el apartamento reservado al ministro de Economía, mucho más grande. Gordon Brown, amigo y rival de Tony, que a Cherie no le cae nada bien, consintió previamente y en secreto este intercambio. No resulta fácil aislarse, observa Cherie, en una casa en la que trabajan alrededor de 200 funcionarios. Cherie defiende como una leona la intimidad de sus hijos. Pidió en vano que su vida privada fuera tan protegida como la de los príncipes Guillermo y Harry.
A este respecto, a veces ella misma es su peor enemigo. Por inexperiencia, como cuando, al día siguiente de la victoria de su marido, se presentó en camisón corto y sin maquillar en la entrada de la casa familiar, para deleite de los fotógrafos. "No es una madrugadora, es una de nuestras incompatibilidades", bromea Tony. Más tarde se indignó por el estricto control de su imagen que le impone su entorno, pero hasta la fecha sólo ha concedido dos entrevistas en televisión.
Cherie concilia mal su deseo de intimidad y su atracción, que comparte con Tony, por la beautiful people, rica y célebre -jefes de empresa, artistas o deportistas- que son los invitados discretos durante los fines de semana en Chequers, la residencia oficial de la pareja Blair cuando están en el campo.
Uno de ellos, Carole Caplin, fue la causa de su peor desventura, el Cheriegate. En otoño de 2002, Cherie compró dos apartamentos en Bristol, uno de ellos para alojar a uno de sus hijos, que estudiaba en la ciudad. En diciembre, el Daily Mail reveló, aportando pruebas, que la venta se había realizado a instancias de Peter Foster, un estafador reconocido, amante de la señora Caplin. Downing Street lo estuvo desmintiendo con insistencia durante varios días.
La mentira de Cherie se convirtió en un asunto de Estado. Se vio obligada a realizar una humillante confesión en la que reconoció, con los ojos vidriosos, haber confiado en un hombre cuyo pasado desconocía, lo que era cierto. Fiel, conservó su amistad con Carole Caplin.
A Cherie le gusta el dinero, es su debilidad. El miedo a carecer de él la persigue, y se remonta a la niñez. Desde hace algún tiempo, multiplica las ocasiones de llenar las arcas: un importante adelanto en derechos de autor (por un libro que apenas se ha vendido); conferencias en Estados Unidos; una serie de charlas en Australia y Nueva Zelanda para recaudar fondos a favor de los niños enfermos de cáncer, y de los que se embolsará más de la cuarta parte. Sus charlas le reportan 11 libras (16 euros) por segundo.
Dos identidades
La prensa la acusa -con razón- de hacer equilibrios con sus dos identidades (Booth y Blair) y de mezclar las cosas: obras benéficas y beneficios. Sin duda necesita, añaden los más acerbos, pagar el crédito que ha permitido a los Blair comprarse recientemente una casa por 3,6 millones de libras (5,2 millones de euros) cerca de Hyde Park.
Veinticinco años más tarde, incluso sus enemigos lo reconocen, Tony ama a Cherie y Cherie ama a Tony. No dejan de prodigarse miradas cariñosas y atenciones mutuas, a menudo se cogen de la mano y están lo bastante seguros el uno del otro como para bromear en público. Según Tony, "es la roca sobre la que he construido mi vida". Consciente de que ha sacrificado muchas cosas por él, incluida su última ambición, convertirse en juez, la protege, como durante el Cheriegate, el momento más duro de la pareja.
Respeta su libertad de palabra y de acción, y le perdona sus meteduras de pata políticas; por ejemplo, cuando critica, en suelo estadounidense, las detenciones en Guantánamo o cuando parece disculpar el terrorismo palestino. Se ha dicho que era hostil a la guerra en Irak, pero lo ha desmentido.
Una funcionaria de Downing Street, que viaja a veces con ella, es ahora la encargada de asesorarla. A quienes dicen que ejerce una gran influencia sobre su marido, ha respondido, de una vez por todas, con una ocurrencia: "Lo último de lo que logré convencer a Tony es de que dejara de fumar. Fue un cuarto de hora antes de nuestra boda".
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