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Crítica:CLÁSICA | Cuarteto de Tokio
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Puro arte

La seguridad es en música un elemento que parece pertenecer más a lo técnico que a lo estrictamente artístico pero sin cuya sensación el oyente se aflige. Unida a la técnica hace que el viaje por la partitura, eso que Celibidache comparaba con un mapa, sea, cuando menos, confortable. Pero cuando queremos arte del bueno pedimos más, y ese más suele nacer de una base técnica a la que se le añade sensibilidad e inteligencia.

Pues bien, el Cuarteto de Tokio demostró el miércoles cómo se llega a ese arte con el necesario excipiente de la naturalidad. Si comparamos esta visita con la del año pasado -entonces ya estuvieron estupendos-, lo más llamativo es la definitiva implicación del último en llegar, el primer violín Martin Beaver, en un conjunto al que aporta una brillantez en su dosis justa, balance perfecto con la discreción admirable del viola Kazuhide Isomura, la personalidad del segundo violín Kikue Ikeda -los dos únicos fundadores que quedan en el grupo- y el estupendo sonido del violonchelista Clive Greensmith, otro que mejora con el tiempo.

Liceo de Cámara

Cuarteto de Tokio. Obras de Haydn, Takemitsu, Stravinski y Mozart. Auditorio Nacional. Madrid, 16 de marzo.

Del programa que plantearon hay que quedarse con los dos cuartetos clásicos, el llamado El pájaro, de Haydn, y el Nº 15 de Mozart, dos cumbres cada uno a su manera y como tales traducidos. El primero, pimpante, deliciosamente lírico, lleno de luz. El segundo es una cumbre que hay que escalar poco a poco pero que ya ofrece un paisaje vastísimo desde su grandioso primer movimiento. Ahí se cortó el aliento del público, y así hasta el final, pues la tensión no decreció ni un compás. De propina no cabía nada pero tampoco importó demasiado que nos regalaran el 'Lento' del Cuarteto americano de Dvorák.

A lo dicho añadieron los del Tokio una obra bastante insustancial de Takemitsu -un autor que a este crítico siempre le ha parecido como de segunda división- titulada A way lone y las Tres piezas para cuarteto de cuerda de Stravinski, una mezcla de travesura y patada en la espinilla atravesada por el genio del compositor más listo de la historia. Lo hicieron bien pero lo verdaderamente grande fue lo otro.

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