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Columna
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Para todos o para nadie

¿Será verdad que, como titulara Goya una de sus desasosegantes pinturas negras, los sueños de la razón están irremediablemente condenados a producir monstruos? ¿Quién se acuerda hoy de aquella profecía iluminista que hablaba del fin de la historia, anunciando el advenimiento de un tiempo triste y aburrido, en el que "la lucha por el reconocimiento, la disposición a arriesgar la propia vida en nombre de un fin puramente abstracto, la lucha ideológica universal que daba prioridad a la osadía, el atrevimiento, la imaginación y el idealismo se verán sustituidos por el cálculo económico, la interminable resolución de problemas técnicos?". Hoy nadie habla ya del fin de la historia. Más bien, todas las historias que hoy nos cuentan son historias del fin. En particular, del fin de las seguridades tradicionales. El mundo global, ese que Daniel Innerarity ha caracterizado acertadamente como "un mundo sin alrededores, sin márgenes, sin afueras, sin extrarradios", empieza a experimentarse cada vez más, paradójicamente, como una sociedad sitiada (Bauman). Una sociedad del riesgo global (Beck). ¡Qué lejos estamos de ese sueño kantiano de una paz perpetua en un mundo cosmopolita! Lo reflejaba con su habitual lucidez El Roto en una de sus viñetas: "Cuando ya no os asuste el terrorismo, os empezaremos a hablar de los chinos" (EL PAÍS, 29-1-05). El miedo es el mensaje.

Como si de defendernos frente a una invasión extraterrestre se tratara, toda la humanidad está hoy convocada para combatir la amenaza del terrorismo global, al que Beck ha caracterizado como nuestro "Marte interior". Y en ese combate, diga lo que diga el llamado Club de Madrid -"Las medidas de lucha contra el terrorismo deberán respetar plenamente los principios internacionales sobre los derechos humanos y el Estado de derecho"-, la guantanamización del mundo se convierte en tentación irresistible.

En principio no existe contradicción entre libertad y seguridad; al contrario, libertad y seguridad se refuerzan mutuamente: soy más libre en la medida en que gozo de mayor seguridad y una sociedad de personas libres será, en principio, más segura. Pero esto es cierto sólo en principio. Sin un mínimo de seguridad es imposible, en la práctica, la libertad. Por el contrario, la seguridad es, al menos durante un tiempo, perfectamente compatible con la ausencia de libertad. Pensemos en cualquiera de los muchos regímenes autoritarios que en el mundo son o han sido, y en cómo todos ellos han tenido a gala hacer ostentación de la situación de orden público característica de sus sociedades. Además, la libertad supone enfrentarse a determinados riesgos, asumir importantes niveles de incertidumbre. De ahí que muchas personas manifiesten, en determinados momentos de su vida o en determinadas coyunturas históricas, un incontrolable miedo a la libertad y se muestren dispuestas a reducir los niveles de libertad a cambio de ver incrementados sus niveles de seguridad. Un énfasis excesivo en la seguridad (¡ojo!, carecemos de una escala que permita definir cuando este énfasis es excesivo; sólo podemos tomar decisiones ad hoc, en cada situación) puede acabar amenazando no sólo a la libertad sino a la seguridad misma.

En cualquier caso, ¿cabe pensar en seguridades locales en un mundo global? El 11-S fue el más espectacular ejemplo de que la suerte de la humanidad no se dirime ya en los estrechos márgenes de los estados nación. Sin una visión integral, sin una conciencia de responsabilidad universal, cada vez más viviremos en una situación de riesgo global. Pensar que nuestra seguridad puede construirse al margen del destino del resto de la humanidad no es más que una falacia. Esto es, creo, lo que razonablemente recordaba Rodríguez Zapatero en la clausura de la Cumbre sobre Terrorismo de Madrid: "No podemos aspirar a la paz y la seguridad en un mar de injusticias universales".

La libertad, nuestro bien político más preciado, depende de que todos gocen de seguridad suficiente. Seguridad no sólo militar sino, fundamentalmente, existencial. En un mundo global, la libertad y seguridad de unos resultan inviables sin las de todos los demás. Ésta es la lección que deberíamos aprender.

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