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Reportaje:REPORTAJE

Oriente Próximo: la paz a pesar de todo

Llovía en París. Hacía buen tiempo en Tel Aviv. El sol calentaba. A Golda Meir le gustaba decir que "Oriente Próximo es la mejor región del mundo para secar la ropa". ¿Y las lágrimas? Hace apenas cuatro meses, Israel estaba de luto por un atentado en el gran mercado de Tel Aviv. Recuerdo aquellas imágenes de madres con los rostros destrozados inclinadas sobre lo que quedaba de sus hijos. Y de aquellos religiosos que recogían minuciosamente los restos de carne para que sus cuerpos tuvieran su aspecto original el día de la resurrección. El viernes 25 de febrero, víspera del sabbat, los hermanos, las hermanas y los amigos de las víctimas de entonces esperaban delante de The Stage, una discoteca de moda de Tel Aviv, para celebrar bailando los cuatro meses sin violencia, cuando una nueva bomba humana saltó por los aires.

Ariel Sharon, que me recibe en su amplio despacho en Jerusalén, no oculta su satisfacción. "Pronto estarás en paro", me dice, apretándome entre sus brazos
Si el realismo de ambas partes parece triunfar, ¿de dónde procede el peligro? En ambos bandos, los extremistas afilan los cuchillos
Minutos después de la explosión, Abbas propuso por teléfono a Sharon una búsqueda conjunta de los asesinos. Algo impensable una semana antes
La conferencia de Sharm el Cheij reunió por primera vez en la historia a israelíes, palestinos, egipcios y jordanos sin intermediarios
En las últimas elecciones, 50 mujeres salieron concejalas. En el mundo árabe es una revolución. Se produjo gracias a un sistema de cuotas
Israelíes y palestinos quieren la paz. Han comprendido que la paz no es un regalo de Dios a los hombres; es un regalo que se hacen a sí mismos

Pocos pueblos cambian tan rápido de estado de ánimo como los israelíes y los palestinos. Al vivir a la sombra de la viña del Señor, saben que el odio no mejora ni la calidad del vino, ni la de los consumidores. Entre mis entrevistas con Ariel Sharon, primer ministro de Israel, y con Ahmed Qureia, primer ministro palestino, y el último atentado en Tel Aviv, apenas había transcurrido una semana. Pero esa semana habrá contado en la historia de Oriente Próximo. Unos minutos después de la explosión, reivindicada por varias organizaciones terroristas palestinas e inmediatamente desmentida por ellas, Mahmud Abbas propuso por teléfono a Ariel Sharon una búsqueda conjunta de los asesinos. Algo impensable una semana antes.

¿Cómo han llegado a este punto? Primero se produjo el nombramiento de Mahmud Abbas al frente de la Autoridad Palestina. Le conocí hace años en Túnez. Realizó sus estudios en Moscú y habla un ruso fluido. La perestroika de Gorbachov le marcó profundamente. Luego se celebró la conferencia de Sharm el Cheij, que, por primera vez en la historia, reunió a israelíes, palestinos, egipcios y jordanos sin intermediarios. Ni los estadounidenses, ni el Cuarteto estaban allí para ayudarles. Sharm el Cheij demostró que el futuro de Oriente Próximo depende de sus habitantes. Ariel Sharon, que me recibe en su amplio despacho de Jerusalén, no oculta su satisfacción: "Pronto estarás en paro", me dice, apretándome entre sus brazos. "Se acabaron los intermediarios. Ahora los dirigentes árabes me escriben directamente". Y me anuncia que el presidente tunecino, Ben Alí, le ha invitado a participar en una conferencia internacional en Túnez el próximo noviembre.

Un día más tarde, el viceministro israelí de Educación, Michael Melchior, me relata su viaje a Qatar invitado por la mujer del emir, el jeque Hamad Bin Jalifa al Thani. En esa ocasión acudió a la Universidad de Doha, él, el israelí, el judío religioso, tocado con una kipá sobre la cabeza, para reunirse con estudiantes árabes. Esa misma noche, unos hombres de negocios me proponen acompañarles al día siguiente, al alba, a Beit Chaan, ciudad del norte de Israel, para ver cómo pasan la frontera jordana situada en el puente Hussein que cruza el Jordán. En Ammán, a la espera de que llegue la paz, se negocian los contratos comerciales entre israelíes y árabes. A este respecto, Ariel Sharon me señala que pronto una decena de representaciones económicas árabes se abrirán en Jerusalén. La economía es, de siempre, la pasión de Simón Peres, el actual viceprimer ministro del Gobierno israelí. En este ámbito en concreto, Israel le debe mucho. Bajo sus sucesivos ministerios, el país se dotó de infraestructuras modernas y de una tecnología punta. "No habrá paz política en esta región", me dice, "si no está basada en una colaboración económica". Me explica el reparto de tareas con Ariel Sharon: "Él negocia la paz política y yo preparo la paz económica. No basta con irse de Gaza, hay que prever subvenciones para los palestinos más necesitados, trabajo para la mayoría de ellos, la industrialización y la ayuda a la creación de empleo...".

Realismo

Si el realismo de ambos bandos parece triunfar, ¿de dónde procede el peligro? En ambos bandos, los extremistas afilan los cuchillos. En Israel, cuanto más se acerca la fecha, más se endurece el tono. El ex ministro Benny Elon, dirigente del Partido Nacional Religioso, y su mujer, Emuna, dicen tener un millón de manifestantes para impedir la evacuación de los asentamientos. El Padre Eterno acudirá en su ayuda. Emuna me tiende, como antaño, el librito rojo, una Biblia minúscula de la que nunca se separa, y me muestra la página donde se menciona a Gaza. Vive en Cisjordania, en Beit El, un asentamiento próximo a Jerusalén. Su casa es modesta y triste. Pero no se plantea abandonarla, ni siquiera por la paz. Esta paz que, sin embargo, es mencionada 9.300 veces en la Biblia, me recuerda Uri Luplianski, el alcalde de Jerusalén. "Nuestra resistencia será pacífica", me asegura Emuna. Otros son más expeditivos. Amenazan de muerte a Ariel Sharon y le acusan de abrir la puerta a un nuevo Holocausto. Circulan unos pasquines que dicen: "Sharon, Lili

te espera".

Eram Sternberg, portavoz del Gush Katif, organización que reúne todos los asentamientos judíos de Gaza, sospecha que Sharon quiere dejar la región yuden rein, libre de judíos: "Hay más de un millón de árabes israelíes, ¿por qué no pueden ustedes convertirse en judíos palestinos tras la retirada del Tsahal ?". "Si el ejército israelí se retira, todos nosotros seremos masacrados", me responde. "¿Por qué desean ustedes que el ejército israelí luche para que permanezcan en una tierra que no es suya?". Eram Sternberg se pone nervioso: "¿Que no es nuestra?". Y saca de su bolsillo la pequeña Biblia.

Nathan Sharanski, superviviente del gulag y hoy ministro de Relaciones con la Diáspora, tiene su despacho en el edificio del primer ministro. No nos hemos visto desde hace algunos años. Le pregunto: "¿Por qué votaste contra la retirada israelí de Gaza, si tú no apoyas la nueva corriente denominada teología de la tierra?". Se defiende: "Estoy a favor de la retirada..., pero con una condición. Con la condición de que los palestinos se democraticen. No se puede contemplar la paz con un país o una estructura paragubernamental terrorista o totalitaria... Las reglas no son las mismas. La paz no se mantendrá".

Líderes palestinos

Estos días es casi imposible entrevistarse con los líderes palestinos. Mahmud Abbas y Ahmed Qureia están en negociación permanente con los miembros del Parlamento que ya han rechazado por dos veces sus propuestas de gobierno. Finalmente consigo hablar con Ahmed Qureia por teléfono: "Tienes que venir mañana a Ramala", me dice. "Asistirás a una sesión histórica... Te presentaré al nuevo Gobierno. Realmente nuevo, ya verás...". Le prometo no faltar a la cita. Mientras tanto, me desplazo a Dahiriyeh, una aldea en los alrededores de Hebrón. Debo entrevistarme con una joven concejala del ayuntamiento. En las últimas elecciones, 50 mujeres salieron elegidas. En el mundo árabe, esto es una revolución. Pudo producirse gracias a un sistema de cuotas que reserva a las mujeres dos escaños en cada municipio. La joven dirigente me espera. Es guapa, creyente y lleva velo. Salió elegida en una lista islámica próxima a Hamás, y se llama... Palestina. "Las mujeres deben desempeñar un papel más importante en la política", afirma. Me presenta a su hermana, que también lleva velo, y a sus dos hijos. Su padre, peluquero para hombres, nos trae limonada. Palestina es licenciada en matemáticas y da clases en un colegio de Dahiriyeh. Votó por Mahmud Abbas "porque no había muchas opciones". Lo que le interesa es la condición de la mujer: "Las mujeres pueden ocuparse mejor de la gestión de los servicios municipales y de las finanzas públicas que los hombres... Están más cerca de la realidad". Y añade con una sonrisa: "Damos ejemplo a todas las mujeres árabes". Palestina está a favor de la paz con Israel, pero Israel no le interesa. "Algún día, tal vez", dice. Cuando salgo de su casa en la calle principal, su hermana pequeña me apunta entre risas con una metralleta de plástico.

Al abandonar Jerusalén hacia Ramala me cruzo con un enorme cartel en hebreo: "Adelante, Sharon, el pueblo está contigo". Y a la entrada de Ramala me topo con un letrero que representa al presidente palestino con una inscripción en árabe: "Palestina dice sí a Mahmud Abbas". Delante del Parlamento, un edificio de piedras blancas de Jerusalén, una multitud de periodistas, de fotógrafos y de cadenas de televisión se impacienta. Esperan la llegada de los parlamentarios para la sesión histórica. Una joven acude a recibirme. Se trata de Nadia Sartawi, la hija de Issam Sartawi, el primer dirigente de la OLP [Organización para la Liberación de Palestina] que aceptó reunirse con israelíes. Ocurrió hace más de 20 años, en 1983. Habíamos previsto una entrevista entre él y Simón Peres en Lisboa al margen de la reunión de la Internacional Socialista. La entrevista nunca tuvo lugar. Issam Sartawi fue asesinado por un extremista palestino. Su hija Nadia es hoy la portavoz del Parlamento. Nos hace entrar, al fotógrafo Gali y a mí, en el hemiciclo y nos sienta en la primera fila de un modesto estrado previsto para los diplomáticos. Somos unos privilegiados.

El hemiciclo se llena lentamente. La mayoría de los diputados son hombres. Veo a cuatro o cinco mujeres. Nabil Sha'ath, ex ministro de Asuntos Exteriores, se acerca y me abraza: "Ya está, por fin tenemos un Gobierno". Parece radiante. "La mayoría de los ministros son hombres nuevos. No los conoces". "¿Y tú?". "Seré viceprimer ministro y portavoz del Gobierno". Se aleja y le veo conversar con otros diputados. Llegan Saeb Erekat, Hanan Achrawe, Mohamed Dahlan... Se forman grupos. No paran de hablar. Llega Ahmed Qureia, el primer ministro. Me hace una señal con la mano. Él también parece feliz. El presidente del Parlamento pide que nos sentemos. Nadie le escucha. Golpea la mesa. Finalmente los diputados ocupan sus escaños, pero siguen hablando. Se oyen carcajadas aquí y allá. Esta asamblea me recuerda mucho al Kneset . En una gran pantalla, veo otra sala. Está en Gaza. Está conectada por satélite con Ramala. En ella se ve a unos diputados que no han recibido la autorización de acudir a Cisjordania.

El presidente del Parlamento explica las reglas del juego. El primer ministro presenta la lista de los ministros: de los 24, 17 nunca han tenido un cargo en ninguna estructura gubernamental. Es la generación posterior a Arafat. Ahmed Qureia resume los objetivos del nuevo Gobierno: "Seguridad individual de los ciudadanos, realización de reformas dentro la Autoridad Palestina y preparación de las elecciones parlamentarias para el mes de mayo". Se inician los debates. Marwan Kanafani interviene desde Gaza. El presidente le corta la palabra: "Ha llegado el momento de votar". Cincuenta y cuatro diputados aprueban el nuevo Gabinete, 10 votan en contra y cuatro se abstienen. Los diputados aplauden. Se levantan, se abrazan. Saeb Erekat me da la mano: "Ya está", me dice. Me abro paso hasta Ahmed Qureia. Aparta a un guardaespaldas y avanza hacia mí: "¿Ves?, hice bien invitándote a venir". Y tomándome entre sus brazos, y como si respondiese a Sharanski, me murmura al oído: "Damos una lección de democracia a todo el mundo árabe".

Tregua y terrorismo

En el exterior reina una gran agitación. Los periodistas se precipitan hacia los nuevos ministros. El optimismo es generalizado. Con una pizca de temor: "¿Respetarán las organizaciones terroristas la tregua?". Mohamed Dahlan, el hombre fuerte del Gobierno, retoma la carretera de Gaza en un coche blindado seguido por unos 10 guardias armados. "Aquí hay que saber esperar, pero también ser previsor". Ariel Sharon acaba de realizar un importante cambio en el Estado Mayor del Tsahal: "Cuando hay que tomar decisiones trascendentes que comprometen al país, es mejor estar rodeado de amigos cercanos".

En la carretera hacia el aeropuerto, la radio anuncia el atentado de Tel Aviv. Mi chófer, Marco, reacciona con vehemencia: "¡Bastardos! ¡No detendrán la paz!". Nos conocemos desde hace 30 años, y cada vez que visito Israel, Marco me hace la misma pregunta: "¿Para cuándo la paz?". Cuentan que un día los judíos de Helm, un pueblo de Polonia, decidieron capturar la luna. Llenaron un cubo de agua y cuando la luna se reflejó en él lo taparon. Al alba, la luna había desaparecido. Pero esto no les desalentó lo más mínimo. Al día siguiente volvieron a hacer lo mismo, y todas las demás noches. No sé si los judíos de Helm acabaron encerrando a la luna en un cubo de agua. En cambio, sé que, cansados por los años de violencia, los israelíes y los palestinos quieren la paz. Y a fuerza de esperarla, acabarán por capturarla. Han comprendido que la paz no era un regalo de Dios a los hombres. Era un regalo que los hombres se hacían a sí mismos.

El presidente palestino, Mahmud Abbas (izquierda), y el primer ministro israelí, Ariel Sharon, estrechan las manos antes de iniciar las negociaciones de paz el pasado mes de febrero.
El presidente palestino, Mahmud Abbas (izquierda), y el primer ministro israelí, Ariel Sharon, estrechan las manos antes de iniciar las negociaciones de paz el pasado mes de febrero.AP

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