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Columna
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Tiempo, tiempos

"Lady Nokia se va a casa". Así titulaba este diario el pasado domingo un amplio reportaje en torno a la decisión de Sari Baldauf, vicepresidenta ejecutiva de Nokia, de dejar su muy influyente puesto de trabajo para dedicarse a otras actividades. "Trabajaba entre 12 y 14 horas diarias, y cuando se viaja mucho las horas son muchas más. No me quejo, ha sido emocionante. Pero llega un momento en el que quieres mucho más tiempo para tí y para tus intereses personales", declara. A sus 49 años, ha decidido retirarse temporalmente de su brillante carrera profesional para estudiar italiano, pasear por la montaña y colaborar con una fundación para el desarrollo de las y los jóvenes de los países más pobres. "Me gustan las cosas sencillas, dice Baldauf; ir a coger setas al bosque, por ejemplo. Y en el uso del tiempo hay límites".

Solemos pensar que las personas vivimos una lucha contra el tiempo. Eso que decía Manrique: "Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir". Más bien habría que decir, al menos desde una perspectiva social, que los seres humanos siempre hemos entablado una lucha por el tiempo, por su control, por su gestión. Dice el Eclesiastés que "todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo". Muy bien, pero ¿quién discierne los tiempos?, ¿quién indica el momento oportuno para cada cosa? Hoy se habla del timing, de la capacidad de marcar los tiempos. Controlar los tiempos, propios y de otros, es una de las expresiones más evidentes del poder.

En las sociedades tradicionales había diversas distinciones temporales, algunas de las cuales llegan muy debilitadas hasta nuestros días: tiempo natural (noche y día, estaciones) / tiempo artificial; tiempo sagrado / tiempo profano; tiempo propio / tiempo social (servicio militar). La tecnología (electricidad, transporte) en el primer caso; los cambios culturales (secularización, individualización, desregulación) en el segundo y tercero, han sido la causa de que estas divisorias hayan ido perdiendo presencia en nuestras vidas, hasta casi desaparecer. También la distinción tiempo de trabajo / tiempo de no trabajo se ha debilitado, pero de una forma perversa. Como nunca antes, el tiempo es, literalmente, oro. Las empresas de comida rápida se vuelven metáfora de la sociedad moderna: es la McDonalización de la sociedad, la culminación de una serie de procesos racionalizadores cuyo objetivo último es convertir todo el tiempo en tiempo para el mercado, en oportunidad para ganar o perder. ¿Reducir el tiempo de trabajo? Ni hablar. El modelo de producción basado en el just-in-time hace surgir necesariamente un nuevo tipo de trabajador: el just-in-time-worker. Es el trabajador temporal, precarizado o, en el otro extremo, pero según la misma lógica, el trabajador de las horas extras o extendidas: en uno y otro caso, un trabajador cuyo tiempo está totalmente disponible para quien lo pague. ¿Las consecuencias de todo esto? Desde el burn out o agotamiento profesional producto de la gestión por estrés hasta la más extremada incompatibilidad entre trabajo y vida. Si ni tan siquiera tenemos (eso se dice) tiempo para consumir en los horarios normales, ¿cómo esperar tener tiempo para la participación cívica, para la maternidad, el cuidado de la prole o el desarrollo personal?

La investigadora Evelyn Sullerot sostiene que "el tiempo es quizá la dimensión más imperiosa y más trascendental de la vida de una mujer". Expropiada históricamente de determinados tiempos públicos (como el del empleo o la política); ninguneados los tiempos privados (domésticos) a los que tradicionalmente se ha visto reducida; forzada hoy a habitar el doble mundo del trabajo doméstico y del empleo asalariado en unas condiciones pensadas, en ambos casos, desde la lógica y los intereses de los varones, la mujer experimenta hoy, en afortunada expresión, hambre de tiempo. No sólo ella.

La crítica feminista de esta organización del tiempo se presenta como una oportunidad para repensar los fundamentos de nuestra sociedad capitalista, reivindicando para todas y todos un mayor autogobierno de los tiempos a lo largo de la vida de modo que se adecúen a sus cambiantes ritmos y necesidades, hasta llegar a una socialización entre los sexos de todas las tareas necesarias para la supervivencia.

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