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Regina Giménez exhibe sus paisajes arquitectónicos en el Espai VolArt

Presenta 15 grandes piezas basadas en minúsculos 'collages'

Estructuras arquitectónicas de inspiración racionalista y figuras humanas procedentes de un pasado reciente protagonizan la amplia selección de obras de Regina Giménez (Barcelona, 1966), que se exhibe en el Espai VolArt de la Fundación Vila Casas (Ausiàs Marc, 22), hasta el 23 de abril. La artista combina el collage con la pintura en unas piezas que apelan de forma metafórica a nuestra memoria colectiva.

La exposición toma como punto de partida 20 diminutos collages (12 x 14 centímetros) encargados a la artista por la galería barcelonesa Rose Selavy, especializada en pequeños formatos. "Pensé que si los ampliaba fotográficamente obtendría otras perspectivas y aparecerían nuevos detalles", explica Giménez. El resultado de esta reinterpretación de los pequeños collages son 15 obras de grandes dimensiones, que combinan tela, papel, fotografía, cola y pintura, a menudo tratada con un óxido corrosivo.

"Aunque estén relacionadas, se trata de obras completamente distintas. En algunos casos resulta difícil reconocer en las grandes los elementos de las pequeñas, mientras que en otros son más evidentes, como en el homenaje a Miró", señala la artista, que ha dedicado a la realización de estas obras los dos últimos años.

Todas las piezas, independientemente de su dimensión, consiguen materializar un mundo imaginario donde estructuras arquitectónicas de corte racionalista y grafismos que evocan el diseño industrial de la era soviética, cobijan elegantes y sofisticados personajes, cuyo estilo internacional sacado de un pasado reciente apunta a la incipiente globalización de nuestra sociedad. Se trata en su mayoría de imágenes en blanco y negro, que la artista ha encontrado en revistas de las décadas de 1950 y 1960 y posteriormente ampliado y manipulado.

"Son fragmentos que no quieren disimular su origen ni parecer reales", afirma Giménez. El contraste entre las limpias líneas geométricas del paisaje arquitectónico y el efecto desgranado de las fotos sobredimensionadas, así como la mezcla entre collage y pintura, consiguen materializar un mundo que pertenece a la memoria colectiva, pero se mantiene indefinido y atemporal. La referencia constante al paso del tiempo se hace evidente también en los numerosos relojes que aparecen en las obras y cuya formas redondas constituyen el perfecto contrapunto formal a las composiciones rectangulares que las rodean. Sin embargo, no se trata de una aproximación nostálgica al pasado, sino más bien una toma de conciencia del fluir de la vida y de la importancia de la cotidianeidad.

También los títulos, elegidos no sólo por su significado, sino también por su sonoridad y fonética, contribuyen a definir el mundo imaginario de la artista, que ha incorporado la figura humana en esta ocasión, por primera vez a su obra.

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