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Tribuna:LA POLÍTICA FISCAL
Tribuna
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Espejismo irresistible

Llevo años criticando la obsesión de los gobernantes españoles con la curva de Laffer, durante la última época de Felipe González, y las dos de José María Aznar. Pero, nada, que los gobernantes se sienten atraídos irresistiblemente hacia la lógica de esa maravillosa curva, que promete la cuadratura del círculo fiscal con una fórmula sencilla: rebajar los impuestos para recaudar más. Nadie puede aducir evidencia empírica de que esa lógica haya tenido efecto en España ni en parte alguna del mundo desarrollado. Porque ni Felipe ni Aznar rebajaron los impuestos totales (la carga fiscal) y los aumentos más significativos de la recaudación fiscal que hemos tenido en la última década se han derivado de un crecimiento rápido. Sin embargo, la fascinación no conoce fronteras de partidos, y la lógica de la famosa curva me parece que estaba presente en las declaraciones del presidente Zapatero en su comparecencia ante los periodistas en el programa de TVE del pasado 19 de enero.

La verdad es que lo que promete la curva de Laffer es atractivo para cualquier gobernante: hacer algo que todo el mundo desea como es que le reduzcan lo impuestos, para realizar algo que todo el mundo aplaude: recaudar más dinero con que aumentar el gasto público. Recordemos brevemente, para los lectores no familiarizados con la hipótesis del profesor Arthur Laffer de la Universidad de California, lo que ésta decía. La curva daba expresión geométrica a la posibilidad de que un exceso de impuestos desmotive al trabajo y a la inversión, reduzca el crecimiento de la economía y el Gobierno acabe recaudando menos de lo que recaudaría con tasas impositivas menores. Si, y sólo si, en un momento dado el nivel de tributación fuera en promedio excesivo, una reducción de impuestos pudiera cambiar de signo los incentivos perversos. Aumentaría la cantidad y rendimiento del trabajo y de la inversión, lo que llevaría a mayor crecimiento y posiblemente, con muchas condiciones que no vamos a detallar, se llegara a recaudar más.

Por lo tanto es obvio que la hipótesis se probará verdadera sólo en el caso de que la tasa promedio, o el nivel promedio de imposición, sea exagerada y de que la reacción de los agentes económicos a la reducción de impuestos lleve de hecho a mayor crecimiento y mayor recaudación. Por exagerado se puede entender empíricamente, no sólo que la opinión pública proteste, sino que, por una parte aumente mucho la evasión y por otra se reduzcan las horas trabajadas -y su productividad- , y se retraiga la inversión empresarial. Estos hechos, bien constatados y medidos, serían un síntoma claro de que los impuestos son realmente opresivos e ineficientes.

¿Es éste el caso de la economía española en 2005?. No lo creo así. He oído recientemente a Miguel Sebastián [director de la Oficina Económica del Gobierno] argumentar que el sistema fiscal español no es ni mucho menos ideal, y que necesita una reforma a fondo. Efectivamente, es un sistema que carga desproporcionadamente sobre las rentas del trabajo; en el que la evasión fiscal es rampante; la cual además es progresiva, es decir, que se evade proporcionalmente más cuanto mayor es el nivel de ingresos. Por esta razón es contraria a la progresividad lógica y deseable de todo el sistema fiscal, que queda reducida -o anulada- por la evasión.

Ahora bien, antes de hacer reformas precipitadas, hay que preguntarse por las causas de la enorme evasión fiscal que hay en España, y si esto no tiene que ver con la falta de enforcement (con penas de cárcel como en Estados Unidos) y con una cultura ancestral de insolidaridad y egocentrismo más que con la pérdida de incentivos para el trabajo y la inversión. La otra cosa que hay que preguntarse muy seriamente -y científicamente, si se pudiera- es si una reducción de impuestos iba a generar los incentivos deseados para trabajar más, emprender más, e invertir más, de manera que aumente mucho la tasa de crecimiento y Hacienda recaude más dinero.

Este necesario vínculo de causalidad que va de menos impuestos a más trabajo y mayor inversión no deja de ser un supuesto de una validez empírica muy dudosa. Hay muchas cosas de la realidad económica española que sugieren que los impuestos perdonados por la reforma fiscal seguirían el mismo camino que siguen los impuestos evadidos, es decir, al extranjero, a la especulación inmobiliaria y al consumo de lujo. Cualquier reforma fiscal tiene que garantizar, por lo menos, que no se afecte los niveles de recaudación. Porque ¿qué pasaría, si se redujeran los impuestos y el Gobierno acabara recaudando menos? ¿Sobre quien iba a recaer la reducción del gasto público?

Dicen que el profesor Laffer convenció a Jack Kemp, director de la campaña de Ronald Reagan en 1980, que era perfectamente lógica la promesa que el candidato hacía en su campaña de reducir tanto los impuestos como el déficit fiscal. Los impuestos los redujo efectivamente, en un 30 % en dos etapas, pero el déficit, del 2 % del PIB que había heredado del presidente Carter, lo convirtió para 1986 en cerca del 6 % del PIB. Bush II, en cambio, no se ha molestado en recurrir a la curva de Laffer. Ha reducido los impuestos por las buenas y ha convertido el superávit que heredó del presidente Clinton en un enorme déficit del 5 % del PIB, adrede, dice Paul Krugman, para dejar sin dinero a las administraciones públicas y forzar la privatización de las pensiones y de Medicare.

La moraleja de ésta y otras reducciones de impuestos es clara: lo más normal es que reduzcan la recaudación y aumenten el déficit fiscal. Para que luego los que menos cintura tienen se tengan que apretar el cinturón.

Luis de Sebastián es catedrático de Economía de ESADE

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