El misterio de José Robles
Ésta es la oscura historia de la desaparición durante la Guerra Civil de José Robles, amigo y traductor del escritor norteamericano John Dos Passos, que amaba visitar España. La ejecución provocó un vuelco en Dos Passos: se alejó de Hemingway y del comunismo.
En el invierno de 1916, José Robles Pazos tenía 19 años y estudiaba Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid. En una excursión a Toledo en un vagón de tercera clase, entabló conversación con un norteamericano apenas un año mayor que él. Hablaron de pintura y de poesía, y luego fueron juntos a admirar El entierro del conde de Orgaz. Que entre ellos surgiera la amistad era cuestión de tiempo. Compartían la afición a los viajes y las inquietudes culturales, y si Pepe Robles estaba tratando de mejorar su inglés, lo mismo intentaba John Dos Passos con su español. También los aproximaban los ambientes académicos en los que ambos se movían: la Residencia de Estudiantes, el Centro de Estudios Históricos En un ensayo de los años cincuenta, el norteamericano diría de su amigo español que era "un hombre vigoroso, escéptico, de espíritu inquisitivo", y más tarde lo describiría en sus memorias como un hombre irónico y hasta mordaz, dispuesto a reírse de cualquier cosa, un excelente conversador cuyo desenfado le hacía más afín al espíritu de las novelas de Baroja que al de sus amigos de la Institución Libre de Enseñanza. Sólo el asesinato de Robles durante la Guerra Civil española interrumpiría esa amistad.
Desde 1920, año en el que Pepe Robles fue admitido como profesor por la Universidad Johns Hopkins, hasta el estallido de la contienda, la amistad entre ambos no había hecho sino robustecerse, alimentada por los habituales encuentros en sus casas y por una intensa relación epistolar. El español vivía en Baltimore con su mujer y sus dos hijos, pero tenía por costumbre pasar en Madrid las largas vacaciones universitarias. Para embarcar en el transatlántico que debía llevarles a los puertos de Vigo o El Havre, los Robles viajaban de Baltimore a Nueva York, y allí se alojaban en el apartamento de Dos Passos. Ya en Madrid, Pepe, siempre que podía, disfrutaba de su pasatiempo favorito: las tertulias de café. De las muchas que entonces existían, la que más frecuentaba era la de la Granja del Henar, en la calle de Alcalá. En ese café, por el que asimismo se dejó ver Dos Passos en algunas de sus estancias en España, compartía Robles velador con escritores como Valle-Inclán, León Felipe o Ramón J. Sender.
También en el viaje de regreso recalaban los Robles en el apartamento neoyorquino de Dos Passos. En él coincidían a veces con Maurice Coindreau, padrino de la hija menor de los Robles, Miggie, y traductor de Valle-Inclán al francés. No es aventurado suponer que fue durante alguno de esos encuentros cuando Robles y su mujer, Márgara Villegas, concibieron la idea de traducir a Dos Passos al español. A finales de la década, el matrimonio Robles consagró buena parte de su tiempo a esa labor. Mientras Pepe trabajaba en Manhattan Transfer, su novela más emblemática, Márgara lo hacía en Rocinante vuelve al camino, recopilación de textos en los que el norteamericano recreaba sus primeros viajes por España.
¿Qué fue de Robles Pazos? Cuando el ejército se sublevó en julio de 1936, se encontraba nuevamente de vacaciones en Madrid, y no dudó en solicitar un permiso temporal de la Johns Hopkins para permanecer en el país y ponerse al servicio del Gobierno legítimo. A su condición de ferviente republicano se unía su vasto conocimiento de idiomas (sabía incluso algo de ruso, que había estudiado para leer a los clásicos rusos en su idioma), y eso hizo que pronto fuera designado intérprete de uno de los más destacados consejeros militares enviados por la URSS, el general Vladímir Gorev. La sede principal de los militares soviéticos estaba instalada en el hotel Palace. En cuartillas con membrete de ese hotel escribió Robles a su jefe en el departamento de Lenguas Romances de la Johns Hopkins un par de cartas en las que trataba de tranquilizarle sobre la situación de la República: "No se crea las exageraciones de la propaganda fascista. Estamos bien y la cosa se va a arreglar".
A principios de noviembre, el Gobierno republicano se trasladó a Valencia. Entre el aluvión de evacuados y funcionarios que le acompañaba estaban Robles y los suyos, que en un primer momento fueron alojados en casa de una familia de la ciudad. Pepe prestaba ahora sus servicios como traductor en la Embajada soviética, instalada en el edificio del hotel Metropol, y, fiel a sus costumbres, después de comer solía acudir al Ideal Room, el café de la calle de la Paz en el que se daban cita muchos de los intelectuales y artistas de paso por la ciudad. Entre ellos estaba Francisco Ayala, quien en sus memorias recuerda que, una tarde de comienzos de diciembre, José Robles faltó a su tertulia y nunca más se le volvió a ver. La imagen que se le quedó grabada al escritor granadino fue la de una angustiada Márgara Villegas que, de la mano de sus dos hijos, iba "de un sitio para otro, preguntando, averiguando, inquiriendo, siempre sin el menor resultado".
La angustia de la mujer estaba más que justificada: pronto supo que su marido había sido acusado de traición a la República y encerrado en la Cárcel de Extranjeros, junto al Turia. Márgara obtuvo autorización para visitarle en dos ocasiones, y de ambas visitas volvió con mensajes tranquilizadores: todo era producto de un simple error, había que dejar que la investigación siguiera su curso, las cosas acabarían arreglándose. El primogénito de la pareja, Francisco Coco Robles Villegas, trabajaba ya en la Oficina de Prensa Extranjera, y en una de las cartas dirigidas a los colegas de su padre en la Johns Hopkins escribió: "Nadie, ni el Ministerio de Estado ni en la Embajada rusa, ha encontrado razones concretas para este ridículo arresto".
La inquietud de la familia, sin embargo, crecía con el paso del tiempo, y, para cuando averiguaron que Robles no se encontraba ya en la Cárcel de Extranjeros, la alarma era absoluta. Como su nuevo paradero permanecía en secreto, por Valencia empezaron a circular rumores contradictorios. La confirmación, todavía oficiosa, de su muerte la recibió Coco de su jefe en la Oficina de Prensa. Debía de ser un día de finales de febrero o principios de marzo de 1937, y esa misma tarde Coco, desolado, se lo dijo a su madre y a su hermana.
No mucho después, en abril, John Dos Passos llegó a Valencia para colaborar con Ernest Hemingway en el guión de la película Tierra española. Como era habitual entre los intelectuales extranjeros que colaboraban con la propaganda republicana, lo primero que hizo fue acudir a la Oficina de Prensa para presentar sus credenciales. Nada más entrar, un inconsolable Coco Robles salió a su encuentro y le informó de lo ocurrido. La consternación del escritor norteamericano resulta fácil de imaginar: las últimas noticias que tenía de su amigo español (al que, "conociendo su saber y su sensibilidad, consideraba indispensable para el documental") eran anteriores a su desaparición. Esa consternación, por otro lado, no estaba exenta de un punto de incredulidad. También de esperanza: al fin y al cabo, la muerte de Pepe seguía sin tener una confirmación oficial.
Los Robles habían sido expulsados del piso por la familia valenciana que les había acogido y ahora vivían en un modesto piso de barrio. Dos Passos se apresuró a visitar a Márgara, que le recibió desesperada y enferma. Su inopinada aparición fue para ella una última esperanza a la que agarrarse. Siendo él quien era, un escritor célebre, un acreditado activista de izquierdas, las autoridades tendrían que proporcionarle todas esas informaciones que a ella le habían sido negadas una y otra vez: ¿por qué se había detenido a su marido, qué cargos había contra él, si era cierto o no que había sido ejecutado? El novelista salió de allí con el compromiso de averiguar lo sucedido, y al día siguiente logró hablar con el ministro Álvarez del Vayo, que declaró sentir "ignorancia y disgusto". ¿Ignorancia sobre el caso Robles, que había sido uno de los temas habituales de conversación entre los intelectuales desplazados a Valencia?
Las investigaciones de Dos Passos prosiguieron en Madrid, donde viajó para reunirse con el equipo de la película. Recurrió allí a todos los viejos amigos y conocidos que ahora gozaban de alguna influencia. Nadie, sin embargo, supo darle noticias precisas sobre el paradero de Robles, y Dos Passos, que todavía albergaba la esperanza de que estuviera preso y no cesaba de revisar listas, sospechaba que a su alrededor se estaba urdiendo una conspiración de silencio y mentiras. Algún tiempo después recordaría que sus constantes indagaciones disgustaban a varias de las personas con las que colaboraba en Tierra española: "¿Qué es la vida de un hombre en un momento como éste? No debemos permitir que nuestros sentimientos personales nos dominen ". Entre esas personas se encontraba, sin duda, Hemingway. La antigua amistad entre ambos estaba a punto de romperse.
A Madrid acababa de llegar otra amiga de Dos Passos, la escritora estadounidense Josephine Herbst. También ella había pasado por Valencia, donde confidencialmente le habían confirmado la muerte de Robles. Por su testimonio sabemos que, si tanto en Valencia como en Madrid esa misma confirmación le había sido negada a Dos Passos, era por miedo al posible efecto propagandístico. Las autoridades que en su presencia habían alegado ignorancia estaban, en consecuencia, al corriente de todo, y sólo esperaban que el novelista se marchara de España sin descubrir la verdad. Pero Dos Passos había realizado muchas indagaciones y daba ya por seguro que Robles había sido asesinado por una brigada especial a las órdenes de la NKVD, la policía secreta de Stalin.
Hemingway, que sabía de la muerte de Robles por boca de Josephine Herbst, quiso informarle personalmente. Lo hizo ese mismo día en el transcurso de una fiesta en un cuartel de las Brigadas Internacionales. Fue entonces cuando la ya frágil amistad entre ambos terminó de romperse, por la escasa sensibilidad que Hemingway demostró hacia el dolor humano: aquello era una guerra, ¿qué importaba la vida de un hombre? En palabras de la propia Herbst, Dos Passos "odiaba la guerra en todas sus formas, y sufrió en Madrid no sólo por el destino de su amigo, sino también por la actitud de cierta gente que se tomaba la guerra como un deporte". ¿Cabe una alusión más transparente a Hemingway, al que la contienda había proporcionado la ocasión perfecta para el exhibicionismo y la jactancia?
Francisco Ayala recoge el rumor según el cual a Robles lo habían matado debido a que "algún comentario hecho por él al descuido en la tertulia del café dejó traslucir una noticia, por lo demás anodina, que sólo a través de un cable cifrado podía haberse conocido". Dos Passos nunca dio credibilidad a esa hipótesis, pero es cierto que su amigo era un "hombre que sabía demasiado".
La reciente desclasificación de los archivos de Moscú ha revelado que los planes de la URSS para aplastar a las otras fuerzas revolucionarias (la CNT y el POUM) están documentados desde el comienzo de la colaboración rusa con la República, y existe, por ejemplo, un informe del propio Vladímir Gorev en el que se dice que "una lucha contra los anarquistas resulta absolutamente inevitable". Robles tenía por fuerza que conocer esos planes. Eso, unido a su condición de no comunista, bastaba para hacerle sospechoso a ojos de los servicios secretos soviéticos. Que hubiera cometido o no alguna indiscreción en el Ideal Room podía resultar irrelevante, y Dos Passos se marchó de España con una certidumbre: a Robles no lo habían asesinado porque hubiera hablado, sino para que no hablara.
El 'caso Robles' provocó en Dos Passos un viraje ideológico que sería ya definitivo. Su repentino anticomunismo le alejaría además de muchos de los que hasta entonces habían sido sus amigos, y especialmente de Hemingway. El enfrentamiento entre ambos novelistas a propósito de la Guerra Civil no tardó en desplazarse a sus escritos, y puede decirse que se mantendría en ese ámbito durante el resto de sus vidas. E incluso que les sobreviviría en sus obras póstumas: si en Century's Ebb, aparecida a los cinco años de la muerte de Dos Passos, se recrean varios episodios de la guerra española que tienen a Hemingway como discutible protagonista, París era una fiesta, publicada tres años después del suicidio de Hemingway, incluye un despiadado retrato de un escritor al que llama "el pez piloto", y que, por supuesto, no es otro que Dos Passos. De él dice, entre otras cosas: "No hay modo de pescarle, y sólo a los que confían en él se les apresa y se les mata". La alusión a Robles es evidente. El recuerdo de su asesinato, que en 1937 había motivado la ruptura de su amistad, acompañó a ambos escritores hasta el final.
'Enterrar a los muertos', el libro de Ignacio Martínez de Pisón donde cuenta la historia de José Robles, sale la próxima semana, editado por Seix Barral.
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