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Columna
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Marilyn Thatcher

Veo veo... ¿qué ves? Los juegos de inteligencia visual siempre han sido muy populares. En particular, aquellos en los que una misma figura puede ser percibida de dos formas distintas. Juegos como el llamado cubo de Necker, ideado en 1832 por el naturalista suizo Louis Albert Necker, que al observarlo tanto puede parecer un cubo que surge desde el fondo del plano alzándose hacia nuestra derecha como otro que desciende hacia la izquierda. (Es difícil explicarlo sin tener el dibujo delante. Si aún no se han hecho una idea de lo que les hablo pueden buscar "cubo de Necker" en Internet o recurrir al muy recomendable libro de Donald Hoffman Inteligencia visual, publicado por Paidós). Juegos similares son esas siluetas que pueden parecer lo mismo una cabeza de pato o de conejo, o el más conocido de todos, ese dibujo que, según cómo se mire, nos permite ver bien la cabeza inclinada de una anciana, bien el rostro alzado de una mujer joven: la nariz de la vieja puede ser la mejilla y barbilla de la chica, el collar de la joven es la boca de la vieja, y viceversa. Todas estas imágenes comparten una característica muy especial: aunque es posible, con mayor o menor dificultad, percibir ambas formas, sólo podemos escoger una interpretación cada vez, pero no mezclar ambas. En cada ocasión vemos la cara de la mujer joven o la de la mujer vieja, la cabeza de pato o la de conejo, el cubo de aristas cóncavas o de aristas convexas, pero no ambas. Ver una de las imágenes supone dejar de ver la otra.

Sigamos jugando al veo veo, aunque ahora con un poco más de complicación. El pasado 14 de diciembre, Javier Sampedro nos ofrecía una de sus siempre interesantes noticias sobre ciencia y sociedad. Un equipo de neurólogos del University College de Londres ha realizado un experimento consistente en mostrar a unos voluntarios retratos de personajes famosos que mediante un programa informático de morphing iban transmutándose paulatinamente en otros. Así, por ejemplo, una fotografía de Margaret Thatcher se metamorfoseaba gradualmente en Marilyn Monroe: partiendo de una Thatcher pura (y dura), a la que denominaremos "100% Thatcher", se iban incorporando cambios en la imagen que, al principio, podían interpretarse como una Thatcher retocada, rejuvenecida, hasta que empezaba a surgir una Marilyn envejecida que finalmente se convertía en esa Marilyn cuyo retrato convirtió Andy Warhol en icono popular. Pues bien, cuando se les mostraba a los participantes en el experimento el híbrido "70% Thatcher-30% Marilyn" (es decir, un retrato de Thatcher modificado en un 30% con rasgos de Marilyn) se activaba una zona inferior del cerebro cercana a la nuca que detectaba la existencia de diferencias entre esta imagen y la original de Margaret Thatcher. Sin embargo, también se activaban otras zonas situadas en la parte superior del cerebro que tendían a pasar por alto esas diferencias para concluir que, a pesar de ellas, "70% Thatcher" era Thatcher y punto. Y, al contrario, "40% Thatcher" se convertía en Marilyn y punto. El artículo de Sampedro no indicaba lo que ocurría en el caso "50% Thatcher-50% Marilyn", aunque supongo que la confusión sería enorme.

Y ahora pasemos de los juegos de agudeza visual al terreno de la política. Todo lo anteriormente dicho me sirve para afirmar que la política vasca sufre de raquitismo visual. Incapaces de imaginar un híbrido Marilyn Thatcher nos aferramos al sistema binario vieja/joven. O Thatcher o Marilyn, no hay y no puede haber nada más. Expresión límite de esta cortedad de miras son las declaraciones de un consejero del Gobierno vasco despreciando la propuesta de bases para la actualización y reforma del Estatuto elaborada por los socialistas con el argumento (por decir algo) de que "los del PSE son más españoles que un botijo". Descubrir el matiz, hacer sitio a la diferencia: sueño inútil en esta Euskadi polifema donde el tuerto es el lehendakari.

Dime cómo bebes y te diré lo que eres. Los combinados sólo nos gustan en vaso largo y con hielo, y aquí sólo cabe una de estas dos opciones: o se bebe en botijo, como los españoles, o se bebe a morro, como los (nacionalistas) vascos. Bebo bebo.

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