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Columna
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La Barcelona multinivel

Joan Subirats

En pleno debate sobre la ordenación territorial de Cataluña, reaparece el tema de cómo abordar la gobernación de Barcelona y su área, tanto desde su complejidad interna como desde la fragmentación externa de sus diversos componentes metropolitanos. Después de la conferencia premonitoria de Imma Mayol de hace unos meses sobre la "Barcelona en minúsculas", el alcalde, Joan Clos, nos anunciaba la existencia de muchas "barcelonas". Se refería a esa ciudad de los barrios, que más allá de la división administrativa de los distritos, acabe reconociendo esa realidad de convivencia en la que "la gente se conoce, se saluda por la calle y crea vínculos personales de convivencia". De hecho, parece una iniciativa que reconoce que la descentralización iniciada hace 20 años no acabó de recoger esas unidades naturales de relación en las que existe un cierto sentimiento colectivo de problemas comunes y, por tanto, un marco también natural de respuesta compartida. Lo que no sabemos es si ello es debido a la propia concepción de la descentralización por distritos o si lo que ha ocurrido es que no se ha reforzado suficientemente a esos distritos, dotándoles de más fuerza y de mayor legitimidad. Los motivos formalmente esgrimidos por el alcalde son que así se reforzarían los objetivos que motivaron la creación de los distritos, o sea, que con los barrios tendríamos más equilibrio social y territorial, más participación ciudadana y más eficacia de los servicios públicos. Pero, ¿puede realmente afirmarse que se han agotado las vías a través de las cuales tenía que haberse conseguido todo ello gracias a la descentralización por distritos?

El debate sobre la Barcelona de los barrios no puede escamotear el debate sobre la Barcelona que queremos

Por otro lado, y como ha puesto de relieve el propio "padre" de la descentralización por distritos, Jordi Borja, ahora tendremos el problema de quién y cómo define esos barrios. El alcalde anunciaba un proceso participativo que permita consensuar tamaños, delimitaciones y servicios. Pero no hace falta ser adivino para avanzar lo ingrata que será la tarea de reconocer e impulsar esos 70 u 80 "pueblos medianos de unos 20.000 habitantes", superando el escollo de su delimitación territorial, y consiguiendo además que las percepciones sociales sobre lo que cada quien considera su barrio coincida con mayor o menor precisión con lo que técnica y administrativamente resulte más funcional. La senda ya recorrida diversas veces, de "racionalizar" el mapa municipal de Cataluña, ha chocado casi siempre con la falta de adecuación de los criterios técnicos con la lógica de "campanario". Una lógica que se sustenta, desde mi punto de vista, en otras racionalidades tan respetables como las de los expertos en ordenación territorial. No quiere ello decir que no esté muy de acuerdo en que el factor "proximidad" es un elemento clave para conferir calidad y calidez a los servicios públicos, y para generar mayores cotas de implicación ciudadana en los asuntos colectivos. Pero hemos de ir con cuidado para no ir saltando de propuesta organizativa en propuesta organizativa, simplemente para dar respuestas técnicas y de reingeniería administrativa a lo que es la falta de voluntad de compartir responsabilidades y decisiones en relación no sólo a la vida de los barrios, sino también a la dirección estratégica de la ciudad. El debate sobre la Barcelona de los barrios no nos puede escamotear el debate sobre qué Barcelona queremos en nuestro futuro inmediato.

Es por ello que no creo que podamos separar la cuestión de la Barcelona "interior" con el debate aplazado de la Barcelona "exterior". También en ese tema las percepciones y los intereses sobre cómo orientar la evidente falta de instrumentos de gobernación conjunta del área metropolitana de Barcelona resulta, desde hace tiempo, muy notoria. La que en su momento fue la dramática eliminación del gobierno metropolitano nos dejó con diversos instrumentos funcionales con los que tratar de afrontar mal que bien los problemas insoslayablemente comunes de transportes, residuos y servicios hidráulicos. Pero nos quedamos sin capacidad de articulación conjunta de esos mismos problemas (veáse, si no, el drama del cierre varias veces pospuesto del vertedero del Garraf), o con déficit significativos en otras cuestiones (como por ejemplo las de carácter urbanístico, las relativas a infraestructuras comunes, los temas de presión fiscal o la falta de capacidad de decisión y de gobierno estratégico del conjunto). Muy pocos querrían hoy retroceder a la fase previa a la liquidación de la Corporación Metropolitana de Barcelona. Muchos ayuntamientos de la conurbación son conscientes de que la fragmentación actual presenta aspectos positivos, refuerza su perfil e identidad, permite iniciar proyectos estratégicos propios, y evita o amortigua la presión asfixiante del Big Brother de la plaza de Sant Jaume. Pero todos son también conscientes, aunque no acostumbren a decirlo, de que en esa fragmentación se pierden muchas oportunidades y se generan demasiados agujeros en los que se cuelan y enquistan problemas. Necesitamos capacidad de gobierno de la metrópoli, aunque no necesitemos estrictamente gobierno metropolitano. Necesitamos, en términos actualizados, "gobernanza metropolitana": es decir, reconocer que tenemos problemas comunes e interdependientes, que no nos podremos librar de esa interdependencia y que por la vía del ordeno y mando no resolveremos el tema. Organizar la gobernanza metropolitana puede y debe hacerse en el marco de la ordenación territorial de Cataluña, y ello debería concretarse sin generar ni perdedores ni ganadores, y más bien partiendo de los problemas y organizando capacidades de respuesta conjunta de administraciones y ciudadanía.

La Barcelona que necesitamos recrear es la Barcelona multinivel. De los barrios a la metrópoli. Y para hacerlo nos pueden servir iniciativas como la del alcalde Clos, o las dinámicas que generen las propuestas de ordenación territorial del país. La cuestión es que ello se aborde desde la lógica de lo que la complejidad y urgencia de los problemas requiere, y no meramente desde la lógica de distribución de espacios de poder. Y no postulo esa aproximación porque vaya de bienintencionado, sino por la simple razón de que me gustaría que entre todos abordáramos lo más deprisa y eficazmente posible la dimensión y gravedad de los temas que los millones de ciudadanos que se apiñan en el área barcelonesa acaban sufriendo y merecen que se resuelvan.

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