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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Una historia interminable

Ya se echaba en falta que los profesionales de la intoxicación culparan a los socialistas de la guerra civil española, y en ello están con más ahínco que acierto desde que los suyos perdieron las elecciones de marzo

Faluya

Detrás de las grandes estrategias guerreras y de los nombres estrafalarios con que se adornan las operaciones de exterminio hay un reguero de víctimas inocentes que pasaban por allí, niños que perderán sus piernas o sus ojos para siempre, madres desesperadas, una arrogancia militante que por cada guerrillero cosechado en la cuenta de la lista de bajas suma unos cuantos centenares de víctimas ocasionales. La potencia ciega de esa desmesura criminal se centra ahora en Faluya, una ciudad desértica de Irak, según el principio de que el mejor iraquí desarrapado es el iraquí muerto. Produce escalofríos la fascinación de los soldaditos norteamericanos ante el estallido de armas de destrucción masiva que les recuerda a los artificios festivos de la Navidad. Pero esa visión de adolescente no puede olvidar que se destruye toda una ciudad y se liquida de manera indiscriminada a sus habitantes. No es que estén locos, es que son precisamente así, como alimañas armadas.

Sostiene Camps

Y lo hace a pelo, como quien dice, ante un auditorio de invitados seleccionados. ¿Y qué tiene que decir? Afirmar su personalidad, su empleo siempre provisional, y su irrenunciable vocación de servicio. Eso en lo que toca al capítulo, tedioso, de las intenciones. ¿Los argumentos? No permitiremos. Hablar en negativo siendo el responsable del Gobierno valenciano ya supone un error político de cierta envergadura, porque lo que la gente quiere saber es el calendario de medidas a tomar para resolver problemas urgentes de esta comunidad. Pero el señor Camps prefiere insistir en las presuntas injerencias foráneas que no está dispuesto a tolerar, porque aquí nos bastamos y hasta nos sobramos para aceptar cualquier injerencia que no provenga del enemigo del norte. Como un agobiado padre de familia un tanto anticuado que no sabe cómo indicar a sus hijos que hay distracciones que les conviene evitar.

Hipertrofia del ladrillo

Valencia dispone entre sus numerosos atractivos del centro histórico más maltratado del mundo, excepto quizás el de Beirut y por otras razones, que una vez más será olvidado en favor del diseño de una aparatosa fachada marítima para beneficio de un selecto grupo de especuladores oficiosos. Lo menos que puede decirse es que la pujanza de la ciudad no es tan notable como para aconsejar que la multiplicación de espacios emblemáticos vaya por delante de un rosario de emblemas más bien minúsculos, de manera que el crecimiento de la ciudad parece todavía lejos de las urgencias propias del faraonismo. Los promotores y constructores, así como los políticos de guardia, que tantas veces vienen a ser lo mismo, conseguirán así que pasen quince años que sus emblemas ladrilleros estén tan deshabitados como el centro de una ciudad que parecen detestar.

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La deriva situacionista

Guy Debord comandaba, muy a su pesar, un grupúsculo de desesperados en las fechas coincidentes con un mayo célebre en las efemérides parisinas. Melancólico y descontento con las algarabías callejeras, escribió un libro, La sociedad del espectáculo, que a horas de ahora queda algo anticuado tanto en su formulación de intenciones como en el diagnóstico de una sociedad que consideró enferma. ¿Los errores? Un etnocentrismo urbano de origen sartreano que localizaba el origen de una perversión social sin calibrar la extensión de sus múltiples consecuencias. Esa espléndida muestra de pasotismo inteligente discurrió ajena a nuestras costumbres en la medida en que no supo valorar la importancia creciente de los universos periféricos. No había ningún Irak a la vista, aunque ya había sucedido lo de Argelia. Ahora estamos en el postsituacionismo. Pero Debord no lo sabe, porque se suicidó a tiempo. A fin de dejar de ver lo que veía.

Una revisión desbocada

La desenvoltura teórica de algunos escritores y columnistas de a diario de la derecha autotitulada de liberal está empeñada en revisar la reciente historia de España hasta el punto de atribuir a los socialistas el origen de la atrocidad de la guerra civil. Nada hay de extraño en ello, pues que conviene al trilero de esquina ser el primero en gritar ¡al ladrón! Lo mismo hicieron, contra toda evidencia, algunos pintorescos historiadores con el Holocausto: negarlo todo, aunque señalando como culpables a los judíos. Pero qué le importa a esta gente algo tan poco riguroso como las evidencias. ¿Culpables, los socialistas? Vale. Aunque no parece que fueran ellos los que mantuvieron a este país en la más tenebrosa agonía durante los cuarenta años siguientes, ni los que firmaron desde el Gobierno penas de muerte hasta las postrimerías del siglo pasado. ¿Vale?

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