Humanidad y equilibrio
Lo primero que me viene a la mente cuando pienso en Fernando Chueca es que fue una persona muy humana, que tenía una inteligencia y un talento increíbles, impresionantes, y esta inteligencia la puso al servicio de su amplia cultura, de su familia y de las gentes que han estudiado y trabajado con él, y son muchos los méritos en su carrera como arquitecto.
La primera vez que conocí a Fernando fue en agosto de 1948 en aquel Madrid tan pequeño y tan sufrido, aquel Madrid de la posguerra, tan pobre y al mismo tiempo con una población tan noble. Eran los momentos de la fuga de Cuelgamuros y su primo Paco Benet no sabía dónde podíamos refugiarnos. Al final decidió que fuéramos a la casa de Fernando Chueca; porque Fernando siempre protegía a su familia y además era un hombre liberal que había luchado en el lado republicano en la guerra española. Con él había un escritor, José Suárez Carreño. Fernando ofrecía café y algo de comer a Barbara Mailer. Era la experiencia de una persona con mucho equilibrio, otra de las cualidades de su vida.
Cuando llegó Pepe Martínez a Madrid en la época de la transición (Pepe Martínez fue el fundador de la editorial disidente Ruedo Ibérico) no tenía dinero ni trabajo. Pero Fernando se las arregló para encontrarle un empleo en Bellas Artes. Y lo que nunca dijo es que era él mismo quien pagaba el sueldo de Pepe. Una actitud ésta muy de Fernando, pues aunque lo lógico es que la gente de izquierda hubiera ayudado a Pepe, Fernando estaba por encima de los partidos y de la politica. En el buen sentido de la palabra, era un hombre liberal.
Después de aquel primer encuentro tan particular de Madrid, conocí a Fernando y a su mujer, Goya Aguinaga, en el Nueva York de los años cincuenta. Fernando tenía una beca como arquitecto en la Universidad de Columbia y al llegar a Nueva York vivían en un piso muy pequeño, al igual que su primo Paco Benet, quien también estaba en la Columbia. En aquel año, yo, que he nacido en Nueva York, empecé a conocer realmente la ciudad de verdad, caminando por sus calles junto a Fernando, Goya y Paco. Fueron aquéllos unos de los grandes momentos de mi vida, el andar y andar por mi ciudad mientras Fernando, del brazo de Goya y con un cuaderno en ristre, realizaba constantemente apuntes y nos iba explicando todo lo que íbamos viendo. Era magnífico pasear con una persona que gozaba de la arquitectura, de la historia y de la vida y que logró que cambiara la visión de mi propia ciudad. Después he tenido la oportunidad de pasear con Fernando por Sevilla y, por supuesto, por Toledo, ciudad que amaba, y con él he aprendido que hay dos maneras de adueñarse de algo, los que lo pagan con dinero y los que son dueños del lugar porque el lugar ha entrado en su alma.
Otros de los buenos recuerdos, especiales, que guardo son las elecciones de 1977, en que Fernando se presenta como senador por UCD por Toledo. La noche antes de las elecciones, terminada la campaña, Fernando organiza un almuerzo para todos los candidatos de todos los partidos políticos (excepto Fuerza Nueva). En aquella cena, donde no había prensa, todos los presentes comentaron lo que había ocurrido en España durante la Guerra Civil e hicieron la promesa de que no ocurriría nunca más. En esta cena había un comunista que había pasado 20 años en la cárcel y también el hijo del hombre que le había enviado a prisión; en aquella cena, el segundo, el hijo, pidió perdón por lo ocurrido al segundo. Cada vez que pienso en el mundo tan violento en que vivimos hoy, hay momentos, como los comentados anteriormente, que no podemos olvidar. Fernando era un hombre con ideas sumamente moderadas y hay gente que piensa que los que son moderados no son fuertes, y eso es un gran error, porque lo que es más fuerte es la tolerancia de personas como Fernando.
La última vez que vi a Fernando fue el martes pasado, cuando me entregó el Premio Antonio de Sancha en Bellas Artes. Fernando, de 93 años, de una salud frágil, hizo un esfuerzo para acudir a este acto, donde nos abrazamos, pues fuimos amigos durante más de 50 años. Su mujer, Goya Aguinaga, falleció hacía unos meses y Fernando no ha podido soportar esta pérdida porque estaban muy unidos; juntos formaban una familia que incluye a su hijo, Fernando Chueca Aguinaga; su nuera, Rosario Díez, y los dos nietos, por los que tanto tuvo que esperar: Fernando y Almudena, y que representan el futuro.
Cuando ocurrió el desastre del 11-S, Fernando me decía que él, como arquitecto, dejaría un espacio vacío con un monumento a la humanidad y a los que allí fallecieron, a lo que le contestaban que no es práctico dejar sin construir un espacio tan valioso. Fernando decía que hay cosas que tienen más valor que el dinero y la humanidad tiene más valor que unas oficinas rentables y me dio un dibujo de lo que hubiera hecho.
La vida de Fernando nunca era abstracta. Mi memoria incluye esas noches madrileñas tan divertidas que pasé en compañía de Fernando, Goya, Pepín Bello, los Benet y el torero Domingo Ortega, el amigo de Hemingway, comiendo muy tarde huevos fritos y salchichas y todos nosotros estábamos riendo de todo lo bueno y lo malo que nos ofrecía la vida.
Babelia
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