_
_
_
_
_
Crítica:MÚSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dos caras

El concierto del viernes de la ONE -y ella misma- resultó, como Jano -dios a la vez guerrero y protector- bifronte y, además, por partida triple. Dos partes, una buena y otra menos. Dos estrenos, uno en los atriles de la orquesta y el otro absoluto, de diferente interés. Y, sobre todo, dos actitudes distintas que se tradujeron en dos prestaciones bien diferentes en las obras de gran repertorio que incluía el programa. Veamos. En la primera parte se ofreció Fiesta, una música de excelente factura de uno de los mejores compositores del momento, el finlandés Magnus Lindberg. Y fue dicha con intención, con brillantez y con ganas. La obra es de lucimiento seguro y la orquesta supo aprovecharla. En la segunda parte se estrenaba una partitura de José García Román, De civitate speculorum, subtitulada Epitaceo para la reina Isabel la Católica. Pieza grave que enfrenta dos orquestas como alude su título, que juega con una clara línea básica bien trabada en lo instrumental y en lo tímbrico -salvo esos finales de frase debidos al pequeño gong- pero que no acaba de desarrollar sus propias ideas, que se queda algo corta, que se conforma con ser más marco que pura invención, como si la devorara su propio pretexto. Contraste total, pues, con la exuberancia de Lindberg.

Orquesta Nacional de España

Director, Tuomas Ollila. Joaquín Achúcarro, piano. Obras de Lindberg, Ravel, García Román y Sibelius. Auditorio Nacional, 8 de octubre.

Vayamos al gran repertorio. Joaquín Achúcarro estuvo estupendo en el Concierto en sol mayor, de Ravel, pletórico de musicalidad, entregado a la luz de la obra cuando procede y a esa meditación prodigiosa que es su segundo movimiento. Qué gusto da oír a este pianista cuando le toca ese ángel que atesora. La orquesta y el finlandés Tuomas Ollila acompañaron con cuidado y finura. Pero he aquí que la de arena llegó con una Quinta sinfonía de Sibelius en la que resucitó el fantasma de los peores tiempos de la ONE. Es difícil pensar en una versión más desmañada, más repleta de desinterés, menos cuidada. El arranque anunció el desastre sin siquiera unos compases de cortesía, y de ahí en adelante todo fue un despropósito. Lo curioso es que eso ocurriera bajo la batuta de un buen maestro, que lleva esta música en la sangre pero que fue incapaz de salvar los muebles. Y aunque la ONE no la lleve, bien se le puede pedir siquiera que la estudie un poco, que ponga algo de interés, qué sé yo, que no es tan difícil, que por el mundo adelante se toca sin que nadie las pase canutas. Pero con ser deficiente, lo peor fue la desgana que la versión transmitió en todo momento. Ésa no era la orquesta que había hecho, hasta ahí, un buen concierto. Era la otra, la de los malos y broncos días que no debieran volver.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_