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La lucha por el poder

Son muchos los motivos que tenemos para dejar de lado una aplastante manifestación del principio de realidad: que la lucha por el poder es la prosaica y cruda traducción de la mayoría de los sucesos políticos que ocurren. Uno puede obviarlo, olvidarlo o rebelarse, pero no negar que la lucha por el poder es el motor que explica los acontecimientos en casi todo tiempo y lugar.

El epicentro de la lucha por el poder a nivel internacional parece estar hoy en Irak. En su territorio no sólo se enfrentan facciones opuestas del chiísmo por el poder en el futuro Estado, o éstas con los Estados Unidos por los despojos del Irak post-Saddam. Este país es también el escenario donde el terrorismo islamista y el Occidente cristiano compiten por el corazón de los árabes y musulmanes de este mundo. También la CNN y Al Yazira libran su particular duelo por el poder mediático, por la totémica capacidad de dar cuerpo y nombre a la actualidad. Pero, por encima de todo, Irak es el lugar donde los ideólogos que rodean a Bush han decidido iniciar la guerra por el siglo XXI.

Pero podemos tener el coraje de pensar que el siglo que se ha iniciado será el de los ciudadanos
Irak es el lugar donde los ideólogos que rodean a Bush han decidido iniciar la guerra por el siglo XXI

No hace falta ir tan lejos para darse cuenta de la eterna actualidad de la lucha de los hombres con los hombres por el poder. La tregua de ETA desencadenó una encarnizada lucha por la hegemonía dentro del nacionalismo vasco entre el PNV y Batasuna. No todo es nación y gloria en el cielo en la causa nacionalista. No olvidemos que detrás de soberanía o transferencia de competencias se esconden los tentáculos del poder en la tierra: los inspectores de Hacienda, la policía, la educación..., todos y cada uno de los elementos con los que clásicos como Hobbes o Max Weber describieron el poder y el Estado. Conviene tener siempre presente esta igualadora y desmitificadora caracterización de las fuerzas políticas como contendientes por el poder cada vez que alguna de ellas se arrogue la verdad, la historia o la bandera.

Los clásicos vuelven siempre. Pero no deja de ser sorprendente observar cómo la agenda internacional se centra cada vez más explícitamente en viejos temas como la regulación de las relaciones de poder a nivel internacional o el Estado. Los llamados Estados fallidos, los Estados rebeldes, o los "Estados asidos por la tiranía" que mencionó George Bush ante la Asamblea General de las Naciones Unidas constituyen la mayor preocupación en materia de política exterior para europeos y norteamericanos. La misión civilizatoria, por tanto, sigue siendo la misma: poner orden en la lucha entre los países por el poder y evitar la anarquía internacional.

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Esto es lo que han venido haciendo tradicionalmente los diplomáticos: vestir de gala y refinar la despiadada lucha entre Estados por la influencia, el territorio o el comercio. El Presidente Woodrow Wilson intentó crear una nueva diplomacia en la conferencia de paz que puso fin a la Primera Guerra Mundial, pero consiguió una guerra aún peor veinte años más tarde. La sensación de fracaso con la que la delegación norteamericana volvió a casa condujo a la creación de un servicio exterior profesional en Estados Unidos. Ha sido este cuerpo especial de funcionarios y diplomáticos el que ha logrado dar forma americana a los contornos del siglo XX, el siglo americano por excelencia. ¿De quién será el siglo XXI?

La Administración Bush ha desplegado todos los recursos civiles, económicos y militares a su alcance para asegurarse de que el nuevo siglo sea también un siglo americano. No olvidemos que en esto no existen apenas matices entre las posiciones que puedan representar Collin Powell y Donald Rumsfeld. Sí hay enormes diferencias, en cambio, entre las visiones del mundo de la UE y de Estados Unidos. El polemista y autor de best-seller Robert Kagan ha puesto en palabras lo que piensa la mayoría del stablishment estadounidense: que Europa se instaló en unas vacaciones estratégicas al final de la Guerra Fría, renunciando a ver el lado feo de la jungla terráquea. Por el contrario, en la política exterior estadounidense ha dominado siempre la corriente realista, encarnada en Henry Kissinger. En los despachos de Washington, lugares como Japón, Corea, Cuba u Oriente Medio son lugares donde Estados Unidos podría tener que intervenir militarmente. Por eso no comprenden el rechazo espontáneo, casi genético, que la guerra produce en Europa. Estados Unidos es una nación optimista que ha fundado siempre su acción exterior en el liderazgo de este país para difundir la libertad en el resto del mundo. Así lo creen. En Europa, por el contrario, parafraseando a la cantante Ute Lemper, todavía son muchos los fantasmas que surcan los cielos de Berlín, de París, de Londres o de Madrid. De ahí nuestro rechazo a aceptar que nada en este mundo pueda arreglarse mediante la guerra. Predicamos con el ejemplo: la Unión Europea no es más que la sustitución de la guerra, que había sido la norma en las relaciones entre los países europeos, por la cooperación y la integración en un proyecto común.

¿Cuál de estas dos visiones prevalecerá en el siglo que comienza? ¿De qué color será el siglo XXI? No podemos perder de vista estas preguntas, y la lucha por el poder que subyace. Pero podemos tener el coraje de pensar que el siglo XXI será el siglo de los ciudadanos. Resulta osado, incluso ingenuo, aunque en realidad no es más que volver a los clásicos.

Borja Bergareche es abogado y ha sido asesor para asuntos exteriores en el Parlamento Europeo.

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