Una apuesta muy arriesgada

A Joan Laporta le está resultando muy difícil acomodar a Valero Rivera como director general de las secciones profesionales. Nunca quedó claro qué convinieron el día en que se dieron la mano cuando se presumía que el presidente despediría al entonces entrenador del balonmano porque representaban dos maneras opuestas de llevar el club, la una ya sabida -Rivera fue uno de los referentes de Josep Lluís Núñez- y la otra por conocer. Nadie duda, en cualquier caso, de que si Rivera aceptó el cargo fue con todas sus consecuencias y, por tanto, de que si alguien se equivocaba en un acuerdo contra natura ése era Laporta.

El presidente nunca ha sabido explicarse y el director general ha tenido que recordarle cada dos por tres sus funciones. Ocurrió con Enric Masip en el balonmano -el ex jugador ocupa un cargo en la fundación después de renunciar a trabajar con Rivera- y ha pasado ahora con Antonio Maceiras y Svetislav Pesic, ex gerente y ex entrenador de baloncesto, personas con las que el director general nunca se llevó bien, lo que ya sabía de antemano Laporta.

En cualquier caso, el presidente ha apostado de forma decidida por Rivera. Incluso, contra el criterio de una parte de la directiva, que solicitó la convocatoria de una junta extraordinaria para redefinir las funciones de cada uno. Entienden algunos miembros del consejo que Laporta actúa de forma presidencialista y a veces contra los acuerdos tomados por la propia junta, que en su última reunión decidió que el baloncesto continuaría funcionando un año más como sección autónoma.

Su apuesta por Rivera le ha costado a Laporta, de momento, la amenaza de dimisión de los directivos que se han visto relegados en sus atribuciones y la salida de los mandos de una sección ganadora ante la perplejidad de un sector de la hinchada, que no entiende por qué se toca lo que funciona.