Por fin, Annia Hatch
La gimnasta estadounidense de origen cubano compite por primera vez en unos Juegos y hoy disputará la final de salto
Hace un año, Annia Hatch era un mar de lágrimas. Justamente un día antes de que empezaran los Campeonatos del Mundo de gimnasia en Anaheim (Estados Unidos), su rodilla derecha cedió a la salida de un salto de potro, su gran especialidad. La gimnasta de origen cubano perdió su primera oportunidad de competir por Estados Unidos y tuvo que ver, con la pierna anclada a una aparatosa armadura de hierros, cómo sus compañeras lograban el primer oro por equipos en unos Mundiales.
La señora de Alan Hatch, el entrenador por el que hizo las maletas, dejó su isla y se instaló en Connecticut en 1997, ha vuelto a llorar ahora. Pero de alegría. Con 26 años, una edad casi imposible para la gimnasia, Annia se enteró a finales de julio de que formaría parte del equipo en el que más cara se vende una plaza, el de Estados Unidos. Y lo ha hecho gracias a ese salto de potro que la hizo pasar por el quirófano en 2003, que la mantuvo tres meses en cama y le obligó a una dolorosa recuperación y que mucho antes, en 1996, le dio el bronce mundial, el primero de su país, cuando aún competía con Cuba. En Atenas, la gimnasta, que nunca fue olímpica como cubana, sólo ha participado en esta prueba, si bien ha logrado meterse en la final de las ocho mejores y es una seria aspirante a una de las medallas.
Lesiones, quirófanos, vetos políticos. Una historia de superación con final feliz
La de Annia es una historia de superación, de ésas que adoran los estadounidenses. Con intriga política incluida. Hatch, Portuondo de soltera, abandonó el deporte cuando cambió de país. En Estados Unidos montó un gimnasio con su marido y se dedicó a dar clases a niñas pequeñas. Luego, se enteró de que Leyanet González, su amiga y compañera en el equipo cubano, que también compite en Atenas, había vuelto a entrenarse después de tener un hijo. Le volvió el gusanillo.
Después vino el veto cubano, que le impidió participar en los Mundiales de especialistas de 2002, la lesión y el quirófano. Todo ello da idea del carácter de la gimnasta, su determinación, su capacidad de trabajo y su madurez. "Ha sido una etapa dura y muy larga", explicaba antes de volar a Atenas en una conversación telefónica. "Decidí vivirlo día a día. Ahora voy a intentar andar. Ojalá vuelva a correr...", decía en un castellano salpicado de you knows ["¿sabes?", en inglés] que indican lo adaptada que está a su nuevo país. Desde 2001, no ha viajado a Cuba, donde aún reside su familia.
Annia nunca pensó en abandonar, nunca pensó que no alcanzaría sus primeros Juegos. Y, si alguna vez flaqueó, ahí estaba su marido. "Alan tiene mucha paciencia conmigo. Me conoce perfectamente. Le gusta mucho la gimnasia y sabe cómo motivarme. Le respeto muchísimo", resume.
Por todo ello, cuando a finales de julio las entrenadoras comunicaron las seis gimnastas que viajarían a Atenas, los mayores aplausos se los llevó esta diminuta atleta, que mide 1,52 metros y pesa 43 kilos. "Fue una sorpresa. Estaba tan nerviosa que no recuerdo ni quién fue la primera en felicitarme", recuerda. Todo el país pudo verla llorar de alegría, pues la escena se transmitió por televisión.
Con ese apoyo, Annia Hatch, ha llegado a su primera final olímpica, que será también la última. Ya tiene la medalla de plata por equipos y ahora quiere una sólo para ella.
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