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Reportaje:Atenas 2004 | NATACIÓN: LA GRAN ESTRELLA ACABA CON OCHO MEDALLAS, SEIS DE ELLAS DE ORO

El campeón

La generosidad de Phelps al ceder a Crocker el puesto en el equipo de relevos vale más que todas sus medallas

Santiago Segurola

Terminaron los Juegos para Michael Phelps y nadie le discute su excelencia como nadador. Uno de los mejores de todos los tiempos. Cinco medallas de oro, dos de bronce y otra más de oro que le llegará por correo a su casa de Baltimore. Su participación en la semifinal como relevista del 4x100 metros estilos le concede el automático derecho a ganar el título. No es lo que desearían muchos de sus patrocinadores ni alguna gente de su entorno. Para ellos, la foto perfecta de los Juegos no era otra que la de Phelps cerrando en el podio su impecable actuación. Phelps, con ocho medallas colgadas del cuello, vale mucho más que Spitz con siete de oro. Aquello era Munich, corría 1972 y los nadadores abandonaban el deporte con 22 años. No había un dólar para ellos. A Spitz estuvieron a punto de descolgarle las medallas porque exhibió muy gráficamente unas zapatillas Adidas el último día de la competición. Phelps es hijo de otro tiempo. Millonario desde los 16 años gracias a sus proezas en la piscina, es uno de los deportistas con más gancho comercial. Participa de una época en la que las estrellas del deporte han abandonado códigos básicos para convertirse en prima donnas caprichosas y egoístas. Apenas hay sitio para valores como la generosidad y el compañerismo. Son entelequias del pasado.

Con ocho metales colgados del cuello, Phelps vale más que Spitz con siete títulos

Phelps, que ha demostrado punto por punto su grandeza como nadador, ha elevado su figura en Atenas con un gesto excepcional. Cedió a Ian Crocker el puesto en el equipo de relevos 4x100 estilos. No es un acto de demagogia. A su alrededor le empujaban para consagrarse definitivamente. Desde un punto de vista comercial, Phelps vale mucho más con ocho medallas que con siete. Además, se las había ganado con todo los méritos. Pero su punto de vista ha sido diferente.

Phelps dice que llegó a Atenas como integrante de un equipo y que así quiere salir de los Juegos. Tras derrotarle en la final de los 100 mariposa, sabía que Crocker no tendría la oportunidad de ganar ningún oro en Atenas. No es un cualquiera. Crocker tiene el récord del mundo de 100 mariposa. En los Juegos sólo había recibido malas noticias. Fue el principal causante del desastre de Estados Unidos en la final de 4x100 libres. Su pésima actuación posiblemente evitó que Phelps ganara la medalla de oro, la séptima, la que venía asegurada con un bono de un millón dólares. No hubo una sola queja de Phelps ni un comentario dañino contra su compañero. La semana de Crocker fue deprimente: no se clasificó para las semifinales de los 100 libres y perdió frente a Phelps en los 100 mariposa. Terminó como un nadador destruido. Se sintió después de tantas derrotas sin ningún derecho a la felicidad. A este nadador Phelps le ha dado la posibilidad de disfrutar de una victoria, de sentirse importante en el triunfo del equipo norteamericano de 4x100 estilos, que batió el récord del mundo (3m 30,08s) -Aaron Peirsol, el primer relevista, consiguió también el de espalda: 53,45s.

El gesto de generosidad de Phelps es uno de los más emotivos que ha conocido el deporte en los últimos años. Y también uno de los más necesarios. Significa, en definitiva, que todavía hay campeones extraordinarios que rescatan para el deporte los viejos valores abandonados: la sencillez, el entusiasmo, el rigor, la generosidad, el compañerismo. Todo eso vale en Michael Phelps mucho más que las siete medallas.

Michael Phelps, en la tribuna, durante la final femenina de 50m libres.
Michael Phelps, en la tribuna, durante la final femenina de 50m libres.REUTERS
De izquierda a derecha, Brendan Hansen, Ian Crocker, Aaron Peirsol y Jason Lezak con sus oros.
De izquierda a derecha, Brendan Hansen, Ian Crocker, Aaron Peirsol y Jason Lezak con sus oros.EFE

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