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Crónica:Atenas 2004 | Ciclismo: batacazo del equipo español
Crónica
Texto informativo con interpretación

Por los suelos

Bettini se impone en una prueba en la que España, víctima de las caídas, acabó con un solo corredor

Carlos Arribas

Las pitas de los suvlakis, pringosos, aceite escurriéndose entre los dedos, por las comisuras de los labios, ardían en Omonia incluso minutos después de salir de la sartén. Los bombones helados duraban nada antes de convertirse en chorretones informes. Ferragosto ateniense: 40 grados a la sombra y sin asomo de brisa. Y 140 ciclistas dando vueltas a pleno sol. Entre vallas de agresivas patas, entre cuatro turistas curiosos, entre atenienses indiferentes. Bicicletas anónimas, las marcas tapadas con esparadrapo de forma chapucera y apresurada. Al COI no le gusta más publicidad que la suya. Espíritu olímpico. Cuando empezó a caer el sol, cuando terminaba la carrera, seis horas comenzadas sádicamente en pleno mediodía, ni una sombra -inclemencia-, aumentaron los turistas y disminuyeron los corredores, diezmados.

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Entre ellos, entre los ciclistas supervivientes, debería haber habido cinco españoles, y no de los peores. El tridente, el mítico tridente de cinco puntas, melladas. Debería haber estado Igor Astarloa, el campeón del mundo, imperial en su Willier Triestina con los colores del arcoiris. Y no estaba allí. Estaba desde la primera vuelta en el hospital, curándose un codo golpeado en una caída -uno de delante se tropezó con la pata de una valla en la calle de Hipócrates, se soltó de manos, cayó en medio del pelotón formando un estropicio, acabando con Astarloa: duró tres kilómetros, apenas cinco minutos, su experiencia olímpica-. Debería haber estado Iván Gutiérrez, al que le brillan los ojos y se emociona, y estaba sentado en una silla del box, entre lágrimas, con un antebrazo en carne viva, con una pierna sin piel: también se había caído cuando Astarloa. Dio vueltas hasta la 12ª y se bajó. Se bajó también Óscar Freire, el doble campeón del mundo, el ganador de la Milán-San Remo, otro caído, en el mismo lugar, en diferente vuelta, en la séptima, de la misma manera, con uno soltándose de manos en un bache, él, y terminó la carrera, desde la vuelta 15ª, junto a Iván, con una bolsa de hielo en la rodilla. Y tampoco terminó Igor Galdeano, que se retiró después de vaciarse trabajando para el que quedaba.

El que quedaba era Alejandro Valverde, la gran esperanza, el hombre más temido, el rayo, el trueno, todas las energías posibles concentradas en sus pulmones, su corazón, sus piernas. Y Valverde estaba, pero no estaba. "El calor ha podido conmigo", dijo Valverde, de Murcia, de allí donde el sol revienta los limones; "he acabado, pero lastrado por los calambres".

Valverde estaba donde había que estar. Estaba cuando había que estar. Pero no pudo estar con quien había que estar. Estaba allí, a tiro de piedra, estaba junto a los grandes, junto a Ullrich, junto a Vinokurov, cuando el incontenible Paolo Bettini, El Grillo -por su escasa estatura, su 1,70 raspado; por su movilidad hiperactiva, por su forma de hacerse notar en cualquier ambiente-, lanzó su ataque.

Colina de Licabetos, vuelta 16ª, 21 kilómetros para la llegada. Bettini, el más grande, el más fuerte, el más decidido, se fue por el oro. Los otros se sentaron, abatidos; se miraron. Sólo uno inesperado, sólo un portugués atípico -24 años, físico grande, clase de contrarrelojista, estilo de gran corredor, gran esperanza también si no le vence la nostalgia de su tierra- llamado Sergio Paulinho le aguantó el arrebato al grillo toscano de físico, de nariz, de exuberancia a lo Bartali.

En la última recta, después de haber bordeado la Acrópolis como dos buenos amigos, intercambiando relevos, pasados Monastiraki y Plaka, Paulinho y Bettini se jugaron la victoria. Se la jugaron con estilo, con clase, con premura. Con miedo. Habían oído de la cercanía de Axel Merckx, del hijo de El Caníbal, que buscaba una medalla olímpica, el único éxito que no logró su padre. Se la jugaron en surplace, como dos pistards. Miraban para atrás y amagaban. Aceleraban. El primero que se lanzó, Paulinho, perdió. Ganó Bettini, el grillo que ya es de oro.

Igor Astarloa, el vigente campeón del mundo, sigue cariacontecido ante el televisor una carrera de la que quedó fuera, por una caída, en la primera vuelta.
Igor Astarloa, el vigente campeón del mundo, sigue cariacontecido ante el televisor una carrera de la que quedó fuera, por una caída, en la primera vuelta.EFE
Ivan Gutiérrez y Óscar Freire pedalean doloridos por su heridas en las piernas y el rostro.
Ivan Gutiérrez y Óscar Freire pedalean doloridos por su heridas en las piernas y el rostro.EFE
Óscar Freire muestra en su mejilla las huellas de su batacazo.
Óscar Freire muestra en su mejilla las huellas de su batacazo.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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