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JOSÉ ANTONIO ALONSO | PERFILES DEL NUEVO GOBIERNO

Ciudadano juez

Imagine el lector que un día le encargan hacer el perfil de una persona que ha adquirido gran relevancia pública; por ejemplo, la que proporciona desempeñar una cartera ministerial. Imagine que conoció a esa persona antes, en un contexto muy diferente y una circunstancia que le resultó, personalmente, de cierta trascendencia. ¿Podría rehuir la tentación de relatarlo? Quien esto escribe, al menos, no puede.

La primera vez que vi a José Antonio Alonso fue a finales de los noventa, cuando él era titular del Juzgado número 14 de lo Penal de Madrid y un servidor el abogado al que le correspondía el ingrato papel de ejercer como acusador de un pobre diablo que se dedicaba a desvalijar centros de transformación de electricidad. Con el fin de disuadirle de actividad tan peligrosa para sí mismo y para el prójimo (operaba en tensión y dejaba los centros abiertos), me tocaba pedir que se le impusiera pena de prisión. A mi lado tenía a una fiscal bastante dura, y enfrente a una abogada de oficio notoriamente desinteresada y pésimamente instruida sobre el caso. Todo avanzaba hacia la catástrofe para el acusado, cuando en el único punto flaco de la prueba de cargo, el testimonio de los policías que lo habían detenido (que para que se hagan una idea creían acudir a un juicio por atentado y apenas recordaban las circunstancias de la detención), el juez Alonso decidió suplir la desidia de la abogada defensora y asumió en persona el interrogatorio. No hizo nada que permitiera achacarle falta de imparcialidad: simplemente se limitó a constatar que los testigos, respecto de algunas circunstancias relevantes para calificar el delito, no podían ofrecer la certidumbre suficiente. Como juez, supo no sólo amparar a aquel individuo desamparado, sino procurar que la justicia, formal y material, se abriera paso aun en condiciones adversas. La condena que le impuso (porque condena hubo) fue advertencia bastante para aquel hombre (que carecía de antecedentes) y a la vez lo bastante leve como para que no entrara en prisión, procurándole al abogado acusador un alivio que aún hoy agradece.

No es el primer juez que recibe semejante encomienda
La bisoñez ministerial, o a lo mejor es timidez, se le nota también en cómo habla ante las cámaras, dejando que la mirada se le suba a menudo al techo y articulando un discurso un poco romo

Al servicio de la sociedad

Cualquier abogado conoce a no pocos jueces que, en una coyuntura similar, habrían dejado que la apisonadora siguiera su curso e hiciera papilla al desgraciado. Pero José Antonio Alonso, hijo de un peluquero de barrio de León, juez desde los 25 años, portavoz durante un tiempo de la asociación progresista Jueces para la Democracia, entiende la judicatura como un servicio a los ciudadanos, prestado por otros ciudadanos, los jueces, que reciben un poder constitucional para mejor prestar ese servicio, y no "por mandato divino", según ha declarado en alguna ocasión, ni por su excelencia o superioridad individual. A quien le parezca que esto es lo más normal del mundo, se le puede decir que aún quedan en este país no pocos jueces que rechazan considerarse servidores públicos o de la ciudadanía; que se reclaman titulares de un poder y, por tanto, exentos de cualquier obligación de servicio a los justiciables, sobre los que se limitan a aplicar estrictamente las leyes procesales y sustantivas. Jueces que siguen defendiendo a capa y espada los privilegios legales de su profesión, anclados en el corporativismo y reacios a cualquier autocrítica y mucho más al escrutinio exterior. Contra esa postura, no sólo en sus declaraciones públicas, sino también, y lo que es más importante, en su desempeño diario como magistrado, ha estado siempre el actual ministro del Interior, en primera fila de un movimiento de renovación de la carrera judicial tan necesario como inaplazable, en un país que pretende considerarse libre y democrático.

Esta actitud, según cuenta la leyenda personal del ministro, le ha traído no pocos sinsabores. Y no sólo por las arremetidas de sus compañeros más inmovilistas. En cierta ocasión pidió que quitaran las esposas a un acusado que le llevaban al juzgado. Los agentes que lo custodiaban obedecieron al juez, en mala hora. El delincuente portaba un estilete que le plantó a la fiscal en el cuello, amenazando con matarla si no se le dejaba huir. Alonso simuló acceder a la petición y, según se dice, acompañó con el secretario al delincuente hasta la calle, donde entre ambos lograron desarmarlo y reducirlo. No registra la historia si el magistrado dudó entonces de su costumbre de pedir que a los acusados se les retirasen los grilletes ("para no tratarlos como animales", dicen que solía decir), ni si se planteó que a veces los guardias civiles podían tener sus razones para conducir de esa guisa a los presos.

Y hete aquí que ahora, a la vuelta de los años, cuando tiene 45 y ha alcanzado no hace mucho la condición de padre, el juez se convierte en jefe de los guardias y los policías (en jefe efectivo y directo, porque si bien las leyes dicen que la Policía Judicial trabaja a las órdenes de los jueces, y cierto es que la policía ha ido aprendiendo a respetar ese principio con razonable pulcritud, nunca deja de haber ciertas fisuras entre los agentes y los togados). No es el primer juez que recibe semejante encomienda (ahí están Juan Antonio Belloch y Margarita Robles, que también ocuparon plaza de gendarme jefe), pero quizá sea el que más tensión mental debe experimentar en el cargo. Quien se ha ocupado toda su vida de la garantía de los derechos de los ciudadanos, no pocas veces frente a la actuación policial (como ilustran las dos anécdotas referidas), ahora se ve dirigiendo la acción del ministerio que tiene asignada, precisamente, la actuación restrictiva de esos derechos, por más que sea con el amparo de la ley y en supuestos excepcionales.

Amigos de la infancia

Al cargo ha llegado, en buena medida, por amistad. Porque amigo es José Antonio Alonso de José Luis Rodríguez Zapatero nada menos que desde los 13 años. Con él compartió pupitre en la Facultad de Derecho de León, y sin duda gracias a él encabezó la lista del PSOE por su provincia en las últimas elecciones. Ahora, Zapatero ha querido darle un ministerio importante, por comprometido (y más después del 11-M), y su amigo Toño, como se le llama en confianza, habrá pensado que no tenía más remedio que aceptar. Dicen del ministro que es dicharachero, buen lector de Cortázar y noctámbulo juerguista e infatigable. La verdad es que sus primeros pasos en el ministerio, donde hasta ahora se ha mostrado algo gris, no parecen confirmar esa imagen, aunque tampoco se lo han puesto fácil. Recibido con el cañonazo del epíteto miserable adjudicado por el inefable Acebes (por decir, bien que en mal momento y de forma inoportuna, la obviedad de que frente al 11-M había habido cierta imprevisión), sus manifestaciones subsiguientes sobre el control de los sermones de los imanes le metieron en otro charco en el que no navegó muy airosamente. Y no había propuesto nada radicalmente irrazonable, pero quizá le falta adquirir esas mañas de político que mide cómo pueden utilizarse y retorcerse sus palabras, y aprende a decirlas pensando en cómo y quiénes las harán detonar. La bisoñez ministerial, o a lo mejor es simple timidez, se le nota también en cómo habla ante las cámaras, dejando que la mirada se le suba a menudo al techo y articulando un discurso un poco romo, que no rehúye los tics del estilo ciudadanos y ciudadanas (tendrá que añadir sospechosos y sospechosas, presos y presas...) y no destaca por su gracejo.

Las medidas adoptadas desde su toma de posesión transmiten una cierta sensación de escasez. Escasa fue la tan cacareada unificación del mando operativo policial (reducida a la creación de un comité), escaso el peso que parece haber tenido en la designación del director general de la Guardia Civil (para la gente queda que lo puso Bono, cuando es un cargo clave para Interior) y escasos los golpes de timón decisivos (dejando aparte nombramientos y ceses) dados en la política del departamento. Pero Alonso no es hombre dado a las performances aparatosas, y aunque a lo mejor está pecando de prudente, a nadie le quepa duda de su ambición final. Tratará de dejar huella como ministro; igual que supo dejarla, hasta aquí, como ciudadano juez.

José Antonio Alonso
José Antonio AlonsoRAÚL CANCIO

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